Y Arnaldo estaba en la playa

Confieso que ni siquiera tras tomarme un omeprazol he tenido estómago para terminar de ver la entrevista en la tele de Jordi Évole a Arnaldo Otegui. Le he dado una oportunidad, pero la desfachatez y la cara de santo con la que un tipo que ha sido condenado por secuestro y otros actos de terrorismo trataba de justificar 858 asesinatos, entre otras cosas, me ha parecido vomitiva y lo he tenido que dejar.

Évole y La Sexta lo han vendido como otro hito histórico de gran periodismo. Tanto la Sexta como Otegui se han beneficiado mutuamente y supongo que dada la audiencia y la publicidad les habrán salido los números. Yo la he visto por internet y aún así con bombardeo de anuncios.

Hay acontecimientos tan impactantes que recordamos perfectamente dónde estábamos, lo que estábamos haciendo y lo que sintímos en el momento en que nos enteramos. Me acuerdo bien de cuando me enteré a la vuelta del cole de la muerte de Kennedy. También tengo grabado el momento en el que vi caer las torres gemelas, en directo y en el salón de mi casa. Del mismo modo parece que fue ayer cuando escuché con incredulidad a través del teléfono que habían encontrado con dos tiros en la cabeza a Miguel Ángel Blanco. Mi mujer y yo nos tuvimos que sentar para digerir la noticia que nos acababa de dar una amiga muy progre que no hacía no mucho que se había quejado amargamente de no entender por qué Jaime Mayor estaba poniendo escolta a concejales del PP del País Vasco «simplemente por ser de los suyos, con lo que cuesta eso”. Supongo que ese día se le aclararon algunas ideas a nuestra amiga.

El caso es que mi mujer y yo estuvimos allí sentados en silencio un buen rato, mirando con atención las pequeñas rugosidades de la pintura de la pared.

Llevábamos dos días pegados a la radio y a la televisión. El día anterior nos habíamos manifestado frente al Ayuntamiento de Palma para implorar por la vida de Miguel Ángel Blanco varios centenares de personas, entre ellas Adolfo Suárez. En toda España se estima que seis millones de personas habían hecho lo mismo en mil quinientas manifestaciones distintas y en un ejercicio inútil de voluntarismo, pues todos sabíamos que ni el Gobierno iba a ceder, ni una ETA recién humillada por la liberación de Cosme Delclaux y Ortega Lara iba a indultar a Miguel Ángel.

No podíamos imaginar entonces que nueve años más tarde íbamos a tener durante más de dos horas y sentados a apenas cuatro metros de nosotros -al otro lado de un cristal blindado- al asesino, Javier García Gaztelu, alias Chapote (no consigo encontrar la tx en el teclado) y a su cómplice y novia, Irantzu Gallastegui.

Acudimos cuatro gatos a esa pequeña sala de la Audiencia Nacional para no dejar solas junto a la numerosa peña batasuna -que nunca fallaba en esas ocasiones- a la madre y a la hermana de Miguel Ángel, a quienes teníamos sentadas al lado y a quienes vimos llorar al escuchar los espeluznantes detalles de la autopsia contados por videoconferencia desde San Sebastián por el forense.

Espeluznante fue escuchar cómo mientras Iranzu vigilaba en el coche Chapote pegó un tiro en la nuca de un Miguel Ángel Blanco arrodillado, con las manos atadas en la espalda y sujetado por el otro valiente gudari, José Luis Geresta. Luego trató de rematárlo con un segundo balazo del calibre 22, una bala muy pequeña que tampoco le mató. Así que allí le dejaron, tirado en el monte y moribundo.

Si escuchar aquello tuvo que ser brutal para una madre y una hermana, parece que no lo fue para los asesinos, que habían saludado a su afición puño en alto al grito de «¡aúpa, la hostia!» y mantenían una animada cháchara, con risas y arrumacos, mientras el forense explicaba cómo la primera bala se había incrustado detrás de una oreja y la segunda en el cerebro. Creo que en ningún país un poco serio un juez toleraría la décima parte de semejante cachondeo en sus salas, pero aquí parece que vale todo.

En un momento dado mi mujer cogió de la mano a la madre de Miguel Ángel a quien no conocía. Creo que cuando no hay nada que decir los gestos se agradecen mucho, y así fue. 

Después del alegato final del fiscal algunos se levantaron a aplaudir y ahí el juez sí estuvo firme y les mandó salir. Sólo nos quedamos un par de periodistas, los kolegas de Chapote, un amigo y yo. Todos pudimos ver reflejados en su cara de odio el arrepentimiento, petición de perdón y propósito de enmienda de Javier García en su despedida camino del trullo otra vez. No hay que olvidar que estábamos en pleno «proceso de paz» de José Luis Rodríguez, lo digo por los que subidos en la reconfortante nube de la ingenuidad prefieren seguir creyendo que con más cesiones el horror se acabó para siempre. Siento tener que desengañarles: con Javier y compañía no hay ninguna esperanza y espero por el bien de todos que no salga en muchos años, aunque me temo que no será así.

Pasaron unos años y un día coincidímos en una pequeña sala con Arnaldo Otegui y con Rufi Echevarria, el inventor de la teoría de la «socialización del sufrimiento» (balas y bombas para todos). Era la sala de espera de un juicio en el que le iba a sentar en el banquillo el Foro Ermua y el plan no le apetecía nada. Además creo que la sola mención de la palabra Ermua le producía malos recuerdos, o al menos muy incómodos.

Por nuestra parte estar allí dentro con Arnaldo y Rufi no fue nuestro peor recuerdo de ese día, que nos trajo emociones bastante más fuertes.

Viendo lo de Évole he sabido que Arnaldo Otegui estaba tomando el sol en la playa de Zarauz cuando estaban matando a Miguel Ángel Blanco: «Un día normal. Me llamó la atención el silencio en la playa, era la antesala de una gran tragedia. Aquello se percibía de manera brutal en la población vasca, se podía presuponer una catástrofe humana, política y en términos sociales». Y ¿por qué no hizo nada por evitarlo?: «Alguna iniciativa hubo»… «Yo no sabía que le iban a matar, joder». Y diciendo esto Arnaldo se quedó tan ancho. Por mi parte no pude ver su careto ni el de Évole ni un segundo más.

Me hubiera gustado estar en la playa para ver su cara y también la reacción de la gente, ya que no dudo que la noticia corrió como la pólvora. Supongo que Arnaldo salió corriendo, y es que ese día el miedo cambió de bando. Decenas de miles de vascos hicieron lo que hasta entonces parecía impensable: se plantaron delante de las herriko tabernas y de las casas de sus vecinos batasunos para llamarles asesinos e hijos de puta a voz en grito. Por su parte los ertzainas se quitaron las capuchas. Al menos por unos días ciudadanos y policías perdieron el miedo y fueron los camisas pardas los que tuvieron que correr a esconderse.

En el nacionalismo se dispararon todas las alarmas y los recogedores de nueces se apresuraron a desactivar la reacción de la gente. Lo consiguieron, pero Arnaldo y sus matones conocieron de primera mano lo que es tener miedo. Así de bien lo explicaba Florencio Dominguez: «Sorprendentemente aquella movilización fue percibida como una amenaza no desde el mundo etarra, sino desde el nacionalismo institucional, que temía que el rechazo a ETA se tradujera en un rechazo al nacionalismo y ello provocara un cambio de mayoría política en Euskadi. El miedo a perder el poder como consecuencia de una reacción al hartazgo ante el terrorismo fue la causa de un cambio radical en el seno del PNV.
Koldo San Sebastián, periodista y militante de PNV en un artículo publicado en ‘Deia’ reveló la angustia con la que amplios sectores de este partido político vivieron los acontecimientos de julio de 1997, no por el crimen de ETA, sino por la reacción popular contra aquel: ‘Días después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, centenares de militantes del PNV nos reunimos en asamblea para ver cómo afrontábamos la brutal campaña mediático-política que se había desatado contra nosotros (…) Había quien pensaba que, efectivamente, sin ETA nos convertiríamos en una fuerza vulgar. Para quien conozca un poco la historia del PNV se vivieron los momentos más críticos desde 1936 (incluso más críticos que los de la última escisión)’.
Coincide en este punto con Joseba Arregui, ex consejero de Cultura y una de las pocas voces críticas en el seno del PNV, quien en su obra ‘La nación vasca posible’, expresa la existencia de un miedo ‘a que el nacionalismo, en su conjunto, pudiera perder la mayoría de la adhesión de la sociedad vasca, percibido en las manifestaciones por el asesinato de Miguel Angel Blanco’.»

Me he preguntado muchas veces qué hubiera pasado si en esos días se hubiera sabido quienes eran los culpables y dónde se encontraban. Creo que el nivel de indignación era tan alto que hubiera habido serios problemas de orden publico para evitar su linchamiento. Pero olvidamos pronto y hoy pocos se acuerdan de lo que hicieron los tres gudaris.

Volviendo a la entrevista, creo que aunque Évole lo intenta es difícil disimular -por segunda vez- que con Otegui hay más química que por ejemplo con Rajoy, nada que ver con la caña que le dio a este. A Otegui también le podía haber repreguntado muchas cosas en las que se le fue de rositas, y no lo hizo.

Creo que la entrevista en hora punta además de un negocio es parte de la gigantesca operación de lavado de cara de Otegui y del borrado de nuestra memoria reciente. Urge borrar la enorme cobardía colectiva de tan desagradable recuerdo para muchos vascos, que prefirieron cerrar los ojos, taparse los oídos y hacer que no se enteraban de cómo vivían y del miedo que pasaban sus vecinos. Esa operación de blanqueo está en marcha y Otegui ya ha anunciado que se presenta como candidato a lehendakari, por las buenas o por las malas. Conoce el percal -le guste o no, esto es España- y cree que no habrá mayor problema. Yo también lo creo, aunque me encantaría equivocarme.

En cualquier caso, si la entrevista de Évole ha recibido duras críticas, también ha recibido adhesiones incondicionales. Destaco este tweet que me mandan de la periodista Ana Pastor -colega de Évole en la Sexta- que se ha apresurado a echarle un capote: Insultar a @jordievole por la entrevista a Otegi demuestra que estamos muy lejos de las democracias nórdicas que tanto decimos q admiramos.

Le ha contestado otro periodista, John Müller: de hecho Otegi es el primer síntoma de q no somos nórdicos. No puedo estar más de acuerdo.

Lo que no deja de asombrarme son las varas de medir de muchos españoles. Al parecer lo que toca recordar ahora urgentemente son crímenes algo más lejanos que los 858 asesinatos de ETA, como son por ejemplo los de la Guerra Civil (pero sólo los de un bando).

También, si atendemos a las encuestas, preocupa muchísimo el bombardeo de la corrupción. Estamos todos más que hartos. Sin embargo a nadie parece preocuparle que le hagan la campaña a un tipo como Otegui, que anda sacando pecho y amenazando con «abrirle otro frente al Estado Español».

Pablo Iglesias también está en ello, a la espera de captar aún más votos en el caladero vasco: «sin personas como Otegui no habría paz». A ver cuanto tarda toda esa tropa en pedir el Nobel de la Paz para el Mandela vasco.

En fin, que en cuanto salga el sol veremos a Otegui otra vez en la playa. Y firmando autógrafos. Somos así y esto es lo que hay.

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Autor

Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

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