Demasiado calor para meterse en política

Nos arrastran por la indignidad, pero hace demasiado calor para hacer algo. Hasta la televisión pública, esa que tras la caída Urdaci y la llegada de los catalinos progres iba a ser un dechado de independencia y verdad (se me ha cambiado la ‘v’ por la ‘c’, que están al lado, y me salido ‘cerdad’), colaboraba la semana pasada censurando las imágenes de la madre de Joseba Pagazaurtundúa, asesinado hace cuatro años, gritándole traidor a Zapatero entre el desconsuelo, las lágrimas, la rabia. Y además saben que somos gilipollas, un pueblo de capullos y corbardes al que se puede pastorear y engañar porque manejan los medios de comunicación y las encuestas, un rebaño degollable entre cañas y bikinis al que se le puede contar, pásmaos, cretinos, que lo dijo De la Vega, que lo que se le ha hecho saber a Batasuna es que «si quiere ser legal, tiene que entrar en la legalidad». ¡La orden cana! Se me acaban los tacos, y el que se me ocurre, me lo voy a callar en homenaje al Papa, aunque sólo sea por lo que les ha ‘jodío’ su visita a los come-curas.

Y así, de claudicación en claudicación, el Gobierno ZP nos conduce majestuoso hacia la victoria final: qué más da que ETA y el nazionalismo consigan todo aquello por lo que mataron si al final dejan de matar. Lo escribo y me asombro, pero esa es exactamente la estrategia de Rodríguez. Su brillante planteamiento, al menos hasta ahora, parece consistir en engatusar a la fiera, haciéndole nuevas concesiones cada día, para llevarla al buen camino de modo irreversible. Es decir, dejarla sin motivos para matar tras haberle satisfecho todos ellos. Ya no tendrían que seguir en guerra, porque la habrían ganado. Hombre, sí, es la paz. Como cuando de críos teníamos debajo inmovilizado al contrincante y le decíamos: «¿Te rindes o te casco?». Se rendía. A ver. Pues eso parece haber dicho ZP hasta el momento: nos rendimos. Lo curioso es que era la democracia la que estaba encima y tenía inmovilizada a ETA, pero ese es un detalle de grandeza y humanismo cristiano que la Historia le reconocerá a ZP: se rindió cuando había vencido.

Hay que suponer que ETA comunicó en su día al PSOE (lo que cada día sabemos menos es cuándo: ¿antes o después del 11-M?) su decisión de abandonar el crimen de modo definitivo, demandando a cambio una salida digna y con la cara lavada ante los suyos. Pero es que ahí, precisamente ahí es donde está la trampa en la que nos ha metido ZP, creyéndose el más listo, y arramblando con España. La salida digna de ETA es nuestra indignidad, su cara lavada es nuestra podredumbre. Es otra vez en la historia del socialismo español su confusión entre el fin y los medios, la misma ausencia de escrúpulos éticos que les llevó a los GAL, lo que les está llevando hoy a la rendición, contradiciéndose, embarullando, mintiendo, traicionando. El lastre marxista que siempre fue para la izquierda la legitimación de cualquier medio para conseguir sus fines, considerados superiores no por la razón, sino por la adhesión sectaria, es el vicio por el que ETA se los está comiendo. «Por do más pecado había», que decía el «Romance de la pérdida de España», dedicado al inútil del rey don Rodrigo. La Historia nos gasta a veces bromas como ésta de Rodrigo y Rodríguez.

Son los terroristas, pues, los que engatusan, los que engolosinan a un ZP ciego de ambición, sirviéndole en bandeja el «fin» (del terror, que ahora llaman, aminorándolo, violencia), pero quedándose con «los medios». Es decir, poniendo a su servicio el camino para llegar a tan ansiado final, los ‘escenarios’, los tiempos, la iniciativa. Legitimándose en el trayecto como una fuerza ‘política’ que luchó, sacrificándose y muriendo, como héroes, por la construcción de Euskalherría, hasta conseguir cambiar su estatus (estatuto) y una nueva relación de fuerzas con el Estado. La lucha habrá valido la pena, a pesar de la entrega final de las armas. O, más exactamente, gracias a esa entrega. Que por eso tiene que ser al final, para que haya sido a cambio de algo. De todo. Aquí está la clave de por qué era tan importante que no se comenzara a hablar con ellos hasta que no hubieran hecho explícita la rendición. Porque, de lo contrario, habrían ganado, que es lo que están haciendo.

Ese era el significado de la reunión entre el mamporrero López y el embajador Otegui: escenificar la igualdad, el armisticio, el diálogo entre fuerzas políticas para discutir sobre el futuro de ‘este país’ (que no es, aunque lo digan así, sólo el País Vasco, como si fuera una isla, sino la democracia de todos). Y esa concesión de rango político a una organización ilegal que nuestras leyes han considerado parte de la banda terrorista, es la legitimación que necesitaban para volver a presentarse ante el mundo como el ‘ejército de liberación’ de un pueblo en ‘conflicto’ con una potencia colonial sentada al otro lado de la mesa. Esa foto es por sí misma la victoria. Inconcebible para una ETA que estaba muerta.

Pero lo peor no es únicamente la derrota, sino cómo llega. A través del envilecimiento, de la traición no ya a las víctimas, ni a las leyes, sino a los principios de nuestra civilización, a los fundamentos de toda nuestra arquitectura moral y de convivencia, a esa máxima por la que el fin nunca puede justificar los medios. Un gobierno que actúa así no sólo se sale de la legalidad (él es el que se sale), sino que se reboza en la más obscena inmoralidad. Y, encima, con cara de tonto. La de Pepiño Blanco cuando dijo que «el orden de los factores no altera el producto», al referirse a que daba igual que Batasuna fuera legal antes o después de la reunión. El Secretario de Organización del partido que gobierna España no sabe que eso, el orden de los factores, el respeto a la legalidad, es lo que diferencia la democracia del totalitarismo. En fin, lo que don José Blanco viene a manifestar es lo que ya nos decía Franco: no hay que meterse en política.

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