Del Plan Bolonia al Pacto Educativo

Incomprensiblemente, los hombres se transmitieron conocimientos durante cientos de miles de años. Aprendieron a bajar del árbol, se irguieron, descubrieron el fuego, la rueda, la imprenta, el ordenador y la sopa de cocido. Y todo eso fue el resultado de un larguísimo proceso por el que los saberes se iban haciendo posibles unos a otros, modificando el mundo y a nosotros mismos. De modo misterioso, todo esto se hizo sin pedagogos, a la brava, sin más ‘ciencia’ del aprendizaje que la tradición misma, el respeto a una herencia que traía consigo el conocimiento y los métodos por los que habíamos sido capaces de llegar al mismo. Una barbaridad que hasta nos llevó a la Luna y al avión a chorro.

Entonces aparecieron unos nuevos profetas, montados en el carro de fuego de una jerga iniciática, que vinieron a sacarnos del error y a anunciar una era de verdadero aprendizaje. Los hombres hemos vivido equivocados, dijeron, creyendo que lo que nos hacía avanzar era transmitirnos los conocimientos acumulados y que eso debía ser el eje de un sistema de enseñanza. Pero ahora hemos venido nosotros para recomenzar el mundo, para inaugurarlo de nuevo, para mostrar que lo que hay que hacer es aprender a aprender.

El auditorio se quedó algo perplejo: ¿Qué quiere usted decir con eso, míster?, preguntó el delantero centro, ¿que ahora ya no tengo que aprender a rematar de cabeza, sino sólo a aprender a aprender a rematar de cabeza? ¿Y no sería mejor aprender a aprender a aprender a rematar de cabeza? La respuesta fue no menos enigmática y sagrada. Lo que tienes que hacer es desarrollar competencias, habilidades y destrezas. ¿Entonces ya no me van a suspender por no saber hacer ecuaciones? Yo soy hábil, diestro y competente, aunque no sé bien en qué, y me fijo mucho para aprender a aprender cómo se aprende a hacer ecuaciones, pero luego van las ecuaciones y me se me resisten, las muy zorras, espetó un subversivo.

El pedagogo respondió raudo: yo tampoco sé hacer ecuaciones, pero eso no es importante, sino reflexionar sobre las estrategias que facilitan el proceso de enseñanza-aprendizaje por el que un educando aprende a aprender a hacer ecuaciones. ¡Ah, bueno!, respiró el coro.

Entonces, ¿podremos copiar?, soltó un moderno. No será necesario -contestó el psicólogo evolutivo-, ya no habrá exámenes, lo ha dicho el ministro. La evaluación ha de ser continua, diversificada, formativa, autoevaluativa y sostenible, no puede basarse en una prueba, ni en oposiciones, no podemos discriminar a las personas entre suspensos y aprobados, negar el derecho a un título y a ser valorados positivamente como resultado de la dignidad inherente a todos y a todas.

¡Ah!, volvió a respirar el coro.

Y en este plan, que hubiera dicho Umbral. El plan se llama Bolonia. Antes se llamó LOGSE, LOE, LAU, LRU… Con él achicharrarán la universidad, bastante corrompida ya, como hicieron con los institutos y las escuelas. Ya lo controlan todo. Y, por si acaso, entregan la formación de los futuros profesores de enseñanza media –último reducto donde algunos todavía resistían- a esos mismos pedagogos y especialistas en didáctica: especialistas por autoconcesión con los amiguetes de los departamentos que cooptaron. Todos ‘hablan’ ya igual. Este es el ‘hablamiento’ –el no-pensamiento- dominante en nuestra enseñanza. Nuestro sistema está podrido de la hez a la nuez, desde las guarderías hasta los másteres del universo. Por eso da un poco de risa oír hablar de pactos educativos, por lo demás imposibles, cuando todo lo que habría que pactar es su voladura. Y mientras, España progresa adecuadamente. Lo estamos viendo.

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