Más sobre los nuevos centralismos autonómicos: la infamia de Camarillas (II)

El delegado de Sánchez en la provincia de Murcia, y candidato a la presidencia de la Comunidad, Diego Conesa, declaraba al día siguiente del anterior artículo que iba a dejar las vías sin levantar (gracias, generoso) para una supuesta lanzadera. Pero la infamia pasará a la Historia. Ya lo ha hecho. Al menos a la de esta comarca, siempre relegada, a la que le cayó en desgracia ser el interior castellano-andaluz de una provincia levantina. Todavía me pregunto, cuando ya es un hecho, cómo se ha podido llevar a cabo impunemente una injusticia tan sangrante, dejar a una comarca tan necesitada sin comunicación por ferrocarril después de 156 años, y que sus responsables anden, encima, celebrándolo. Un indecente desafuero que la oligarquía empresarial, política, sindical y ¡periodística! de esta Región sin región ensalza como un logro largamente esperado, que hará empobrecerse y despoblarse aún más a quienes no contaban más que con esa pequeña estación de Calasparra para salir al mundo. Y, sobre todo, para recibirlo.

Ahora, para cubrirse las vergüenzas, salen con una lanzadera ¡para ir a Murcia! Eso se piensa antes, y además no tiene sentido. Todo para paliar el desafecto posible en una comarca que hoy vuelve a estar gobernada en su totalidad por socialistas, florero, eso sí, que ahora tendrán que explicar qué hicieron para impedir tamaña sinrazón. Ellos y todos los demás. Incluidísimos, para escarnio de lo que un día fue la izquierda, los comunistas. La foto de Conesa con el asiento vacío de Pujante (antiguo líder de IU, recientemente desaparecido. N.E) al lado es una oda al electoralismo. Y creo, con todo respeto para su memoria, que nadie debería haberlo utilizado, como ‘compañero de viaje’, para poner en evidencia que un comunista se alegraba de la desgracia de una comarca marginada.

Lo que revela este episodio -además de que ni siquiera son conscientes de lo que han hecho- es algo que sabemos desde el inicio de la autonomía: la infinita ignorancia que existe en la capital murciana, y en su antagonista sólo aparente, Cartagena, sobre todo lo que hay más allá de Alcantarilla, hacia las tierras altas y, para ellos, remotas. Nadie entendió nunca que esta no podía ser una región identitaria, articulada alrededor de un particularismo tan marcado como el de la Huerta, y luego el Trasvase, cuando al menos en la mitad del territorio no tenemos ni huerta ni trasvase.

Podríamos haber construido un modelo alternativo al nacionalismo que se ha extendido por todas partes. Pero la oportunidad de ser la primera comunidad estrictamente política, conscientes de que eran la ley y la igualdad entre territorios y ciudadanos lo que nos unía, y no ningún limonero en flor, se ha venido desperdiciando durante cuarenta años de absurdos empeños identitarios. Hasta llegar a esta ‘infamia de Camarillas’, que culmina y evidencia la realidad de que desde Murcia se gobierna y se piensa sólo en Murcia. (Para quienes no son de por aquí, recordaremos que Murcia es sólo un municipio, y hay otros 44 y una diversidad comarcal, frontera de fronteras, que no imaginan).

Se lo voy a explicar. El tren de Calasparra no era para ir a Murcia, sino a Madrid. Un caravaqueño (que tardaba veinte minutos en llegar a la estación), en menos de cuatro horas. Los de Calasparra, tres y media. Y a un precio reducido con respecto a Murcia, que está setenta kilómetros al sur. Y, además, solidarios míos del ‘pijo once’, allí lo cogían también los de Letur y Nerpio (Albacete), Topares (Almería) o La Puebla de don Fadrique (Granada), por no nombrarlos a todos. Cuando se decidió el disparate del AVE por Alicante, todo el que podía (¡ah!, los más pobres, no) comenzó a irse a Albacete para viajar a Madrid. Total, unas tres horas y el tren a mitad de precio.

Lo que se nos ofrece, a cambio, es hacer más de ochenta kilómetros hasta Murcia, hora y cuarto, para prever atascos, y luego coger (si llega un siglo de éstos) el AVE hasta Madrid, dos horas y media. Es decir, casi cuatro horas y doscientos kilómetros más que antes desde Calasparra, y pagando el doble. Genial.

Nuestra esperanza era que quedara algún talgo por las viejas vías, que podrían haberse electrificado y mejorado sin cambiar completamente el trazado y ahorrando decenas de millones. Y que nunca llegara a hacerse Camarillas. Ahora ya no nos queda nada. ¿Se imaginan a un turista al que se le ofrezca llegar a Cieza para cambiar a una lanzadera para pillar un coche en Calasparra que lo lleve a su destino? Ya saben lo que pueden hacer con la lanzadera.

Y por favor, no nos tome, Conesa, por más tontos de lo que ya somos. Como se podía leer en un pie de foto del domingo en La Opinión, la imagen de un tren pasando junto a Camarillas ya es historia. Como aquella tierra mía, mi tierra hermosa y sola.

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