La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

La vida en un vagón de metro

Si hay un espacio físico en el que se concentre la totalidad de la plural naturaleza humana, ése es un vagón de metro. Lo tengo comprobado y hablo desde la experiencia, ya que desde hace más de siete años utilizo a diario el transporte público. En ningún otro sitio se puede atisbar el infinito del ser humano. Una calle, un bar, un campo de fútbol o una iglesia suelen reunir siempre a un conjunto de personas de la misma o similar condición, ya sea material, espiritual o ideológica. Pero el metro lo utiliza todo el mundo, hasta el que dispone de coche propio y busca evitar los atascos.

Considero que el vagón de metro, a pesar de que siempre pueda parecer la misma caja contenedora y transportadora, es un baúl de historias diferentes que cambian de una parada a otra. Sólo en el metro se puede ver a un artista en busca de su gran oportunidad, a un borracho que trata de establecer conversación con quien no pueda escapar de sus garras, a un grupo de teatro en plena representación interactiva, la bondad de quien cede su sitio a una persona mayor, la desvergüenza de quien mira para otro lado cuando una embarazada busca un asiento inexistente, la euforia de un grupo de hinchas que viene de ver ganar a su equipo y empieza a botar hasta que el vagón se tambalea de un lado a otro, la vida rota de quien sencillamente pide para poder comer, la caradura de quien pide para poder ganar un dinero que no necesita para subsistir, la ilusión de una niña que va al zoo y se aferra con fuerza a la mano de su padre, los besos y arrumacos de dos enamorados, las discusiones o peleas de dos bandas enfrentadas, las lágrimas de una joven desconocida a quien no te atreves a preguntar qué le pasa, la oración de un joven con fe, la imaginación de un poeta que no para de mirar a su alrededor, la cercanía de alguien que te cuenta su vida en un par de estaciones y al que sabes que no volverás a ver jamás, los olores corporales de una masa apretujada en hora punta, la belleza insuperable de una chica a la que no le dirás nada… En definitiva, vida, alma, ser humano en esencia pura.

A mí me han pasado cosas increíbles en un vagón de metro. He visto el infierno y el paraíso en un microcosmos que avanza sin parar, siempre en busca de la próxima estación, de la próxima aventura. Así, el otro día vi un ángel. Una guapa chica negra, que después de un rato en silencio, de repente empezó a predicar la grandeza de Jesucristo. En cuanto terminó de hablar, bajó la vista y volvió al silencio. Me dio mucha pena cuando una mujer que decía ir a misa comenzó a insultarla y a decir que ya estaba bien de que el metro sea “un circo de mendigos y predicadores”. Es una pena, porque la chica no dijo nada distinto de lo que el cura de su parroqia dirá en sus homilías… pero hay muchos cristianos que sólo lo son cuando van a misa, por desgracia.

Yo no quiero que el metro sea un circo. Me conformo con que no deje de ser el espejo del alma humana en el que me miro para tratar de comprender la causa de que las personas seamos como somos: buenas y malas, felices o apagadas… infierno o paraíso.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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