Desde que Benedicto XVI presentó su histórica renuncia hace un mes, llevo clamando por la necesidad de un Papa revolucionario que culmine los pasos dados por Ratzinger, a quien le faltaron las fuerzas. Con este término no me refiero a un Robespierre o a un antisistema, sino sencillamente a un hombre de Dios consciente del mundo en que vivimos y que coja el toro por los cuernos de los casos de abusos sexuales cometidos por clérigos, los desmanes de la Banca Vaticana (IOR), las luchas de poder en la Curia y el carrerismo eclesial.
Hasta hace poco no ponía rostro ni nombre a esa ilusión. Hoy, a escasos minutos de que se conozca el color de la primera fumata, veo claro que ese soñado Papa revolucionario lo encarnaría a la perfección el cardenal de Boston, Seán Patrick O’Malley. Se trata de un sencillísimo fraile capuchino que lleva décadas agachándose en el fango para abrazar a las víctimas de los abusos y rechazando la idea de no crear “escándalo” al luchar con toda la fuerza contra ellos. Además, su vida pastoral ha transcurrido al lado de los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos. Es consciente de la importancia de los medios de comunicación en la transmisión de los valores del Evangelio (fue el primer cardenal en hacerse un blog y ha fundado un diario y una televisión) y muestra su carácter alegre en homilías creativas, apoyándose muchas veces en cuentos. Y no tiene que ver nada con la Curia.
Soy un osado, pero me encantaría que, cuando el Balcón de San Pedro se abra, Seán Patrick O’Malley salude al Pueblo de Dios vestido de blanco.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA
