Algunos no se han dado cuenta, pero, en apenas dos días de pontificado, Francisco ha dado varios pasos de gigante a la hora de ganarse la expectación y hasta el cariño de mucha gente alejada de la fe. Algo que refleja este hecho de un modo significativo es que, en general, el tono que se percibe en los medios es francamente positivo. Todo el mundo mira ahora a Roma. Y cada vez más lo hacen desde el respeto. Y hasta desde la sonrisa.
Todos los anteriores Papas eran humildes, aunque, ahora, esta sencillez desnuda de Bergoglio se ha abierto paso de un modo hondo y fuerte, como un ciclón, a través de constantes gestos: su propio nombre en homenaje al santo más amado de la historia por su compromiso radical con los pobres, el agacharse ante “el pueblo” antes de ofrecer su bendición, su cruz pectoral de plata, el acompañar a sus hermanos cardenales en su mismo autobús, sus prédicas improvisadas en las que expone temas complejos con la simplicidad de un niño… Pueden parecer detalles sin alcance, pero, en este mundo en el que todo parece medirse por su coste material o su eficiencia técnica, es un hecho revolucionario que el principal representante de una institución tan denostada por muchos, pese a su incansable trabajo en beneficio de los más necesitados, muestre de un modo tan natural esa íntima verdad: que los hombres de Dios aman y se desgastan por todos los demás hombres, sin excepción.
Más allá de las palabras, la Iglesia será si ejemplifica y hace visible su testimonio más auténtico: Dios es amor. Francisco, estoy seguro, va a ser el Papa revolucionario.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA