Rezo a un Dios que ha creado este mundo y todas las cosas y seres que lo pueblan. Incluido al miserable que firma esto. Por tanto, creo en un Dios todopoderoso, omnipotente. Dicho esto, rezo a un Dios que, desde ese poder absoluto, no se acomoda en su trono y mira displicente hacia lo alto. Y sería hasta el infinito, porque Él está en lo más alto y se dañaría el cuello de mirar tan arriba. No, rezo a un Dios que se agacha hasta el punto de dolerle la espalda.
Rezo a un Dios que se preocupa por las muestras de egoísmo atroz que marcan a nivel sistémico las relaciones entre los seres humanos. Rezo a un Dios que sufre al ver tanta desigualdad, tanta adoración al becerro teñido de oro. Rezo a un Dios que llora al saber que todos podríamos vivir dignamente si hubiera otras reglas de juego. Rezo a un Dios que clama porque todo cambie y nos demos cuenta al fin de que el hombre ha de estar en el centro de todo modelo, de toda estructura.
Rezo a un Dios que se troncha la espalda de agacharse a recoger nuestros despojos. Rezo a un Dios que nació entre miseria, vivió con entrañas de misericordia y murió como un perro. Rezo al Dios que me enseñaron desde pequeño. Rezo al Dios que veo reflejado en tantos que se dicen hijos suyos y actúan como tal. A quien no rezo es al Dios que otros hermanos en la fe adoran como un emperador ciego. Cegado de su propia e inservible grandeza.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA