Violan a la niña, la juzgan en un tribunal islámico y la lapidan por… ¡adúltera!

Violan a la niña, la juzgan en un tribunal islámico y la lapidan por... ¡adúltera!

(PD).- Es el horror. Y aquellos que promueven sonrientes la «Alianza de Civilizaciones» deberían preguntarse, en silencio, si una sociedad como la nuestra puede aliarse con quienes perpetran -respaldados por su ley y sus gobiernos– crímenes como el de Asha.

La noticia de que había sido lapidada hasta la muerte, desató una tibia ola de repulsa mundial hace una semana, pero los detalles que afloran ahora provocan el vómito.

Asha Ibrahim Dhuhulow ni era una mujer, ni tenía 24 años, ni era una adúltera. Su crimen fue nacer y sufrir en un país dominado por el fanatismo islámico, la piratería y la violencia como es Somalia.

Asha sólo tenía 14 años. No había cometido adulterio. Había sido violada por tres hombres del clan más poderoso de la ciudad. Ayudados por el tribunal islámico impuesto por las milicias integristas de Al Shabab, la muerte a pedradas de la menor ha servido a los verdugos para borrar todo rastro del crimen.

Ash, como muchas niñas de países como el suyo, nació víctima ya. Vino al mundo en el campo de refugiados de Hagardeer, en el sur de Kenia, en 1995, donde su familia tuvo que refugiarse tres años antes, huyendo desde Mogadiscio de los ataques contra su clan, el de los Galgale, una minoría en Somalia.

Fue la última en nacer, la decimotercera de seis hermanos y seis hermanas.

La cría, que acudía a la escuela en el campo de refugiados, padecía epilepsia, por lo que la familia decidió enviarla con su abuela en Mogadiscio, donde podría recibir mejor atención médica. Kismayo estaba en su camino.

Desde el pasado agosto, las milicias integristas de Al Shebab contral esa ciudad costera.

Asha, «una niña muy dulce, muy humilde», se quedó atrapada en Kismayo, y sobrevió gracias a la caridad de algunos vecinos y de gente que conoció en su tortuoso camino hacia el norte.

donde pudo sobrevivir estos dos meses gracias a los conocidos que había hecho en el camino. El dinero para llegar a Mogadiscio se le acababa, según decía a su padre por teléfono. La noche del sábado, tres hombres se le acercaron y la obligaron a acompañarlos a la playa, donde la violaron.

Bajo consejo paterno, ella acudió a los tribunales y denunció a sus violadores. Y ahí comienza el suplicio que acabarían con la niña atada y enterrada hasta el cuello, lista para ser reventada a pedradas.

Amnistía Internacional (AI) revela que la niña fue lapidada por un grupo de 50 hombres en un estadio de la localidad portuaria, ante cerca de 1.000 espectadores.

Los islamistas habían llevado un camión repleto de piedras -«más grandes que un huevo y más pequeñas que el puño de un hombre adulta«- al estadio, para que la gente se sumara en la ejecución.

Ninguno de los facinerosos que participaron en la violación y tortura de Asha ha sido acusado ni arrestado.

La agonía d ela niña fue espantosa. Tras ser apedreada y cuando ya se la llevaban -supuestamente muerta- una enfermera descubrió que todavía respiraba y volvieron a colocarla en el hoyo, enterrada hasta el pechp, para que prosiguiera la lapidación.

AI cita a un sujeto, llamado Sheij Hayakalah, quien declara orgulloso que «las pruebas fueron presentadas por su parte y ella confirmó oficialmente su culpa»:

«Además nos dijo que estaba feliz con su castigo en virtud de la ley islámica».

Varios testigos citados por Amnistía cuentan otra cosa: que la niña intentó luchar contra sus captores y tuvo que ser llevada por la fuerza al estadio.

Una vez alli, los milicianos –socios de los tres violadores– dispararon contra varias personas que intentaron salvar a la niña y mataron a un chico que se encontraba en las cercanías.

Un portavoz de Al Shabab se disculpó más tarde por la muerte del niño y aseguró que el que le disparó sería castigado.

«Esto no es justicia, ni fue una ejecución, esta niña sufrió una muerte horrenda encargada por los grupos armados opositores que actualmente controlan Kismayo», afirma tajante el responsable para Somalia de Amnistía, David Copeman.

«Su asesinato es incluso otro de los abusos de los Derechos Humanos cometidos por los combatientes en el conflicto de Somalia, y demuestra otra vez la importancia de la acción internacional para investigar y documentar esos abusos, a través de una comisión internacional de investigación».

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