Palpito Digital

José Muñoz Clares

Una línea divide la luz de la tiniebla

Cuantos más sacrificios hacemos para construir un relato imaginario, tanto más fuerte se vuelve el relato, porque deseamos con desesperación dar sentido a esos sacrificios y al sufrimiento que hemos causado” (Yuval Noah Harari, Homo Deus, Debate 2017, p. 331). Se trata del síndrome conocido como “nuestros muchachos no murieron en vano”, que ha llevado a muchas naciones  constituidas a seguir invirtiendo vidas y recursos en una guerra mal calculada desde el principio, tan mal que un cálculo racional de fuerzas debió conducir a no iniciarla. El ejemplo paradigmático fue la guerra a la que se precipitaron los italianos en 1915 para recuperar Trento y Trieste, que les costó 700.000 muertos, 1.000.000 de heridos y dio lugar, tras no recuperar las plazas, al gobierno fascista de Mussolini

Esa es exactamente la situación en el proceso que enfrenta a Cataluña con España y esa es la razón por la que Puigdemont no va a comparecer ante el Senado, por más que culpe al gobierno español de su incomparecencia como el niño que culpa del cristal que ha roto a quien le regaló el balón con que rompió el cristal.

En lo demás, en lo que verdaderamente importa, el secesionismo catalán es una empresa que ya sólo se sostiene en el irracional argumento del “contigo pan y cebolla”; confluyen en la decisión dos errores de bulto: el primero es el propio abandono a la irracionalidad en una decisión que debió ser meditada y calculada con cifras reales y no ilusorias, y no ser la huida hacia delante que ha sido; el segundo es más simple: los temerarios actores del impulso independentista no saben si la mayoría de los catalanes a los que van a arrastrar al desastre están dispuestos a vivir en la dieta de pan y cebolla que le prometen.

El protagonismo en el destino de Cataluña no reside ya en quienes se obcecan en mantener el desafío sino en los llamados silentes, esa mayoría que no está dispuesta a dejarse conducir al abismo por unos descerebrados liderados por una ridícula e insignificante facción anarcocomunista y anticapitalista, cuyos fundamentos no admiten más remiendos ni revisiones. Ni puede un Estado moderno basar su constitución en la anarquía que nunca en la historia ha cuajado ni cabe, en el entorno de la globalización, salir del sistema económico capitalista, el único que ha producido sociedades libres y prósperas de forma sostenida en el tiempo. Es el sistema que sostiene a Canadá, Australia, los Estados Unidos de América y a los miembros de la UE – Francia, Alemania, Italia, España, Holanda, Bélgica… -, por citar sólo a los que nos resultan más próximos. La misma China, que hoy glorifica – si no deifica – a Xi Jing Ping, no ha implantado otra cosa que no sea un capitalismo de Estado bajo hipócrita coartada comunista, que sólo se distingue de los países antes citados en que ha mutilado conscientemente el desarrollo de las libertades fundamentales propias de estos últimos.

O Cataluña crea un sistema de producción y organización política completamente nuevo que le permita organizarse como Estado y vencer por la fuerza a España con 14.000 mozos de escuadra y paisanos armados con escopetas de caza, o está abocada a un fracaso de consecuencias más allá de lo previsible: como mínimo, una regresión económica y de libertades que sólo se puede comparar con la implantada en la Venezuela actual y, más lejanamente, con la Cuba revolucionaria que dio como resultado el sueldo medio de 23 dólares del que disfrutan hoy.

Llevan en la mirada los actores de este drama la desesperación del que se sabe perdido y el remordimiento por el daño causado que, curiosamente, los lleva a profundizar en el mismo con tal de no ponerse frente a su pueblo y reconocer, lisa y llanamente, que se han equivocado, con consecuencias que suman ya miles de millones de euros.

Se dan hoy las condiciones para que se hagan ciertos los más siniestros barruntos. A falta de ejército al que movilizar sólo pueden recurrir a la gente en la calle. La fuerza se combate con fuerza y el Estado español no puede hacer dejación de sus funciones a la hora de impedir que la locura catalana se extienda al resto del país. El primer paso ha de ser, necesariamente, detener a los principales responsables nada más declaren la independencia y descabezar el movimiento de forma eficaz. Y en ese camino sobran las insustancialidades de Iglesias, Echenique y los suyos, el carácter interesadamente ambiguo de Sánchez y las previsibles gracietas de los nacionalistas vascos.

Nos estamos jugando la historia que va desde el Imperio Romano hasta hoy. No es momento de pusilánimes ni de decadentes conversaciones de salón. Es el momento de la acción firme y la cabeza fría. El llanto vendrá luego: que nos encuentre preparados.

 

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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