EL PROGRAMA DE REFERENCIA SOBRE EL FRANQUISMO PARA SABER LA VERDAD

FRANCO, MEMORIA VIVA DE ESPAÑA IX: El Aislamiento Internacional

En abril de 1945, durante los últimos días de la IIGM, tuvo lugar la Conferencia de San Francisco, en la que se elaboró la Carta de las Naciones Unidas. En ella se determinó qué estados podrían sumarse a la nueva organización mundial y cuáles quedarían excluidos, entre los que se contó España.

La Conferencia de San Francisco estuvo presidida por Alger Hiss, un alto funcionario del gobierno de Roosevelt que poco después sería condena do por espionaje a favor de la Unión Soviética.

La iniciativa para dejar fuera a España de la organización partió de Australia y, sobre todo, de Méjico, impulsada por republicanos españoles exiliados. Francia cerró su frontera con España, aumentando el aislamiento de nuestro país.

Sobre este contexto particular versa el capítulo IX de ‘Franco, memoria viva de España’, el programa referencia de Periodista Digital para temas del franquismo y para contar a los espectadores la verdad, más allá de relatos que cuenten en los colegios. De la mano de Eduardo García Serrano y el historiador Fernando Paz.

Así sigue:

Polonia, en manos comunistas, acusó a España de estar fabricando la bomba atómica gracias a la presencia de científicos nazis en Ocaña.

Tras la exclusión de España acordada definitivamente en agosto de 1945 a instancias de Stalin en la Conferencia de Potsdam, la Asamblea General de la ONU decidió, en diciembre de 1946, que España quedaría fuera de los organismos internacionales y que los estados incorporados a la ONU retirarían sus embajadores de Madrid.

Franco reaccionó con enorme tranquilidad limitándose a decir, al conocer que los diplomáticos extranjeros abandonaban el país: “Ya volverán”.

El 9 de diciembre de 1946 tuvo lugar una gigantesca manifestación en la Plaza de Oriente de respaldo al régimen, que supo capitalizar con gran habilidad la defensa de la soberanía nacional frente a las injerencias extranjeras; la manifestación, en buena medida improvisada, se concentró en el mismo lugar en el que había comenzado la rebelión contra la ocupación francesa el 2 de mayo de 1808, precisamente en defensa de la libertad de España.

El efecto de la condena de la ONU había sido el de fortalecer al régimen, que además había contado con el apoyo de seis repúblicas hispanoamericanas y la abstención de otras tres, así como de numerosos países árabes y de Oriente Medio.

Entre tanto, la Argentina del general Juan Domingo Perón firmó un acuerdo con España que ignoraba el bloqueo y que supuso un respiro que permitió a millones de españoles evitar el fantasma de la inanición que amenazaba a nuestro país en aquellas terribles condiciones de la posguerra y del aislamiento.

La situación interna era muy difícil: a las destrucciones de la guerra, había que sumar la devastación económica y social que se heredó de la zona republicana en 1939, la guerra mundial y las consiguientes restricciones al comercio. Ahora, España quedaba al margen del Plan Marshall, destinado a la reconstrucción de Europa, y el aislamiento decretado por los países comunistas y democráticos ponía en peligro la mera supervivencia de los españoles. Y además, desde fines de 1944 se había activado una guerrilla izquierdista, el maquis, predominantemente comunista que, con métodos terroristas, pretendía resucitar la guerra civil y que, aunque fue masivamente rechazada por la población y combatida eficazmente por la guardia civil, representó un problema nada desdeñable.

En este contexto, la ayuda argentina resultó vital.

En materia estrictamente política, la retirada de embajadores se convirtió en parte de un juego entre Estados Unidos y la Unión Soviética: la realidad es que la mayor parte de las embajadas permanecieron donde estaban, limitándose a sustituir a los embajadores por encargados de negocios. Una buena parte de las legaciones diplomáticas hicieron saber a Franco que las relaciones se mantendrían sin alteración alguna, pero que se veían obligadas a actuar de aquel modo por imposición de los EEUU, que su vez no deseaban llegar más allá en sus presiones contra España. El papa Pío XII, por su parte, elogió la determinación de Franco y condenó lo que denominó la “injusta injerencia extranjera”.

Y, con carácter secreto, España mantenía contactos con la Unión Soviética a través de Suiza con vistas a establecer relaciones comerciales. Moscú, consciente de que las sanciones a España no durarían demasiado, deseaba impedir que Franco se identificase en exceso con el bloque estadounidense. Maurice Thorez, secretario general del Partido Comunista francés, pide la reapertura de la frontera de los Pirineos.

Franco sabía, pues, que el frente que se erigía contra España era mucho menos firme de lo que aparentaba. El comienzo de la Guerra Fría, el enfrentamiento entre el bloque occidental y el soviético, era ya muy visible para 1947.

Ese mismo año, José Giral – presidente del gobierno de la República en el exilio mejicano – dimitía del cargo por sus fracasos internacionales. Poco antes, Manolete, la primera figura del toreo por aquellos días, se había negado a torear en Méjico al ondear en la plaza de toros la bandera republicana.

El líder socialista Indalecio Prieto, en ese momento en el exilio en aquel país, comentó: “Manolete es el único español que no ha hecho el ridículo en Méjico”.

El 6 de julio de 1947 se celebró en España un referéndum por el que se sometía a consulta popular la “Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado”, que alcanzó una aprobación cercana al 90%.

Dicha ley representaba un enorme espaldarazo a la popularidad del régimen y del propio Franco, que se convertía en Jefe del Estado con carácter vitalicio de un país que pasaba a convertirse en reino.

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