Cuando era pequeño -no pregunte: hace eras geológicas- recuerdo que había en casa de mis padres un libro que me fascinaba. Creo, aunque no estoy seguro, que se llamaba El Diario de la Historia, y presentaba la Historia de la humanidad en forma de periódico. Me fascinaba, lo leí una y otra vez, y quizá sea en parte culpable de que siga emborronando papel Prensa.
Años después, me di cuenta de que las cosas no van exactamente así. No quiero decir que no exista un periódico que agrupe las noticias más importantes de un siglo, que ya; es que veo muy probable que los periódicos dejemos en un breve, si eso, la información crucial de nuestra época y que demos en portada una noticia que los historiadores futuros juzguen irrelevante.
SOCIALDEMOCRACIA
Se me amontonan los ejemplos. Me viene a la cabeza el 15-M; aunque muchos de mis amigos me tirarán algo a la cabeza cuando lo lean, creo que el fenómeno de la indignación es más representativo de un mundo moribundo que del porvenir dudoso que nos espera a todos.
Uno lee publicaciones online dedicadas a mantener el asunto a flote, con titulares como «El recrudecimiento de la crisis desafía a las asambleas» (Diagonal), y no sabe si reír o llorar. Quiero decir, no se me enfaden, pero ¿qué representatividad tienen esas asambleas, qué legitimidad? Después de despotricar de unos políticos que, por las fallas de la Ley Electoral, «no nos representan», pretender que se escuche como al oráculo inapelable a un grupito de chavales que lo ignoran todo es un mal chiste.
Da un poco de alipori leer a Ramón Cotarelo en Público.es («Seguir con la tarea«) espolear así un caballo muerto: «Nadie, ni la delegada del Gobierno en Madrid que, contra lo presagiado, ha guardado una relativa calma, niega hoy que el 12-M del 15-M haya sido un triunfo». A ver, don Ramón, ¿qué es, para usted, un «triunfo»? ¿Han cambiado algo, representan una alternativa real al poder, tienen probabilidades de alterarlo? Por cierto, ¿en qué sentido? ¿Quizá en el de «lo queremos todo y lo queremos ya»? Si los personajes como don Ramón no consigue secuestrarlo y darle una forma coherente, el 15-M, lo hemos dicho, quedará en verbena anacrónica.
Y quien dice el 15-M, dice el empeño prisaico de mantener a flote la socialdemocracia como una ideología viable. Sí, ya sé que deberíamos creer que lo que estamos viviendo es ‘la caída del muro de los mercados’, pero cuando el Estado controla directamente casi la mitad de la economía nacional la cosa no se puede sostener sin que a uno le dé la risa.
Salvo que uno haya apostado todas sus fichas al rojo, como Prisa, cuyo buque insignia, El País, lleva ya meses con una serie lacrimógena sobre «la socialdemocracia en crisis». A mí me da la sensación de estar leyendo una serie sobre «la posición gibelina, en crisis» en pleno Renacimiento. Ayer tocaba la chilena María de los Ángeles Fernández-Ramil y su «Redención socialdemócrata«, donde dice que «la esperanza para la socialdemocracia pudiera encontrarse en una América Latina que atraviesa su mejor hora». Es consolador saber que siempre le quedará Latinoamérica, ¿no es cierto?
Se hundirán creyendo ser el futuro y, sobre todo, poniendo una pose preciosa. Como El Roto, el viñetista que ha conseguido fama de implacable azote de mercados financieros publicando en el órgano de un fondo americano de capital riesgo como es El País. Ayer volvía a ir de exquisitamente profundo, a ver si alguien para esa insufrible superioridad moral: «Los combustibles fósiles se acaban… Ideas fósiles, en cambio, hay para rato». Oh, ¿no es para hacerle la ola? Me pregunto por cuánto le ha salido esa genialidad.
VIVIR DE IDEAS FÓSILES
Y eso que, en este caso, Andrés Rábago tiene razón: llevamos demasiado tiempo viviendo de ideas fósiles, como la socialdemocracia o, en general, la izquierda que es la verdad por defecto en la opinión publicada.
La socialdemocracia no va a morir: está muerta hace tiempo, y que sigan vistiendo al muñeco y haciéndole saludar no va a cambiar nada. Podemos, como hace Público.es, llamar a un Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, para que escriba una columna titulada «Las verdaderas causas de la elevada deuda pública«. Que no es, como ustedes podrían creer, que los políticos han tirado de ese dinero público que no es de nadie, prometiendo lo que no hay para ganar elecciones, que lo que no se tiene se deja a deber, será por dinero. No, eso no tiene nada que ver, olvide el sentido común, olvide lo que tiene delante de sus ojos mentirosos y acepte que la cosa se debe a «el gran incremento de las desigualdades que ha hecho que montantes cada vez más grandes de ahorro de las clases más ricas se destinen a la especulación deteriorando la actividad productiva y disminuyendo así la generación de ingresos privados que, a su vez, nutran puedan nutrir las arcas públicas». Claro, profesor, claro, no se me acalore…
Lea La Gaceta