OPINIÓN / REPASANDO COLUMNAS

Sebastián aprovecha la jubilación de Guerra para recordarle que cerró El Independiente

Mayte Alcaraz apuesta por la consejera de Educación Lucía Figar como candidata del PP para la alcaldía de Madrid

A los votantes de Podemos, San Sebastián les recuerda lo que vive Italia: Grillo, Berlusconi y la Liga Norte

Mientras busco el tabaco, pienso que pocas veces como este 6 de noviembre de 2014 encontraré un ejemplo más acertado de las razones por las que la prensa de papel de pago interesa cada vez menos a los lectores.

Unos jubilados llorando de pena por otro de su quinta que se les une en el banco del parque y también dando consejos a los que son más jóvenes que ellos, o sea a casi todos. Me refiero al anuncio del socialista Alfonso Guerra de que, por fin, tras 37 años deja su casa del Congreso y a las recomendaciones de que con un emplasto federal constitucional a la señora Cataluña le bajará la fiebre.

La desaparición de la clase media, el invierno demográfico, la nulidad española en política exterior, incluso la lenta bajada de las gasolinas, son asuntos que no interesan a los columnistas, aunque sí a sus lectores.

José García Abad, gran conocedor del PSOE, escribe el mejor artículo sobre Alfonso Guerra. Se publica en ABC y su título es ‘Arquetipo del político profesional’; en ella hay reproches como la transformación del PSOE en un partido de síseñores y la petrificación de las cúpulas. ¡Menudo escándalo! ¡Alguien que dice la verdad en un periódico!

Aunque parezca imposible, Alfonso Guerra abandona su escaño en el Congreso de los Diputados donde es el decano. 37 años en la poltrona, todo un récord para una persona que apostaba por la renovación generacional. Se va una de las figuras más interesantes de la política española aunque seguirá oficiando en la Fundación Pablo Iglesias.

Es un hombre de partido al que impuso una férrea disciplina y una organización de cuño leninista en contraste con el PSOE de los años treinta dividido entre personalidades señeras que llegaron a dirimir sus diferencias a tiros.

Contra lo que él se empeña en sostener, Alfonso Guerra es el perfecto arquetipo de político profesional; un personaje que no ha abandonado el coche oficial ni el sueldo del Estado y/o del partido en los últimos 37 años, media vida y la mayor parte de su carrera profesional.

Pasado el tiempo y perdido el poder en el partido, cuando puede hacer poco daño, este socialista sin fisuras, que era considerado por sus adversarios como un personaje atrabiliario, lo más sectario de su partido, y lo más faltón en sus calificaciones -«Tahur del Missisipi» referido a Adolfo Súarez; «Carlos II disfrazado de Mariquita» respecto a Soledad Becerril; «Holgazán» a Mariano Rajoy; «Fraga tiene los intestinos en el cerebro»; etcétera- ha sido reconocido por toda la clase política, especialmente por la derecha.. No he escuchado, paradójicamente, tantos elogios procedentes de los que se sitúan a la izquierda del PSOE.

La experiencia es un grado, pero la realidad es que en estos momentos Alfonso Guerra solo promete para el pasado. Ciertamente Sánchez ha proclamado a Felipe González como su modelo y de hecho quiere imitarle cargándose a los mayores como hicieran Guerra y González en Suresnes. Como Herodes pero al revés.

Marcello (Republica.com) recuerda los ataques de Guerra a la libertad de expresión.

Alfonso Guerra ha anunciado su retirada del Parlamento después de 37 años en el Congreso de los Diputados desde el inicio de la transición. Y hace bien por motivos de edad, cansancio, salud (aunque parece recuperado) y también porque quizás no quiere ser un testigo directo de la que se le viene encima al PSOE tras los pésimos resultados electorales de los últimos años (generales de 2011 y europeas de 2014). Y, sobre todo, ante el desconcierto ideológico y programático de los socialistas españoles y la izquierda europea

Y no estaría de más que Guerra reconociera en su marcha otros errores de mayor calado como su liquidación de Montesquieu (o de la independencia de la Justicia), la corrupción de los tiempos felipistas, los crímenes del GAL y abusos tales como el ataque a la libertad de expresión con el cierre del diario El Independiente (con la colaboración del pájaro Benegas), entre otros muchos desafueros.

Su estilo ácido y jocoso que no tiene cabida en los tiempos de hoy y que, por ejemplo, sería muy duramente contestado desde Podemos, donde Guerra está considerado parte de ‘la casta’ de la transición.

Y Luis Ventoso (ABC) niega que ese supuesto jacobino cortase el paso a los nacionalistas.

Su salida de la primera línea no fue precisamente a hombros. Dimitió acorralado por las vergüenzas de la corrupción, esa misma mugre que ahora le parece tan nueva al adanismo obnubilado ante Tele-Podemos. Perdido el poder, ha continuado 23 años levitando por el Congreso.

Alfonso, el Lenny Bruce sevillano del PSOE, fue el rey del club de la comedia en la gala minera de Rodiezmo. Pero nunca reparó en el auténtico chiste de la jornada: el admirable camarada Fernández Villa, el héroe de la UGT, que puño en alto y pañuelo rojo al cuello se forraba saqueando los fondos mineros.

El gran debe de Guerra, como el del frívolo Bono y otros barones socialistas veteranos, patriotas de palabra y no de hechos, fue su dejación de funciones durante la barra libre de Zapatero con el nacionalismo. ¿Dónde estaba el vitriolo justiciero del gran Alfonso cuando el peor presidente de la democracia abría la caja de Pandora que ha exacerbado hasta el delirio el problema catalán?

ABEL HERNÁNDEZ Y MARTÍN PRIETO LLORAN POR GUERRA

El resto de los columnistas vuelca el carro de flores sobre Guerra. Añoranza de la juventud perdida, canto a la amistad, melancolía por unos tiempos mejores… ¡Menudo ridículo!

El cristiano Abel Hernández (La Razón) escribe tantas alabanzas sobre Guerra que un lector desprevenido pensaría que ha muerto

Pocos políticos han contribuido más que él en los últimos 40 años a la conquista de las libertades y a la lucha por la justicia.

Guerra es un personaje peculiar, muy inteligente y que nunca se ha mordido la lengua. Siempre las ha visto venir. Me parece que ahora no está muy convencido del rumbo del PSOE con Pedro Sánchez. No le ha sentado bien, sin ir más lejos, la actitud justiciera en la expulsión de Virgilio Zapatero. Y, desde luego, está muy preocupado por las adherencias nacionalistas de los socialistas catalanes. Se va aburrido ante tantos despropósitos. Siempre ha fustigado los nacionalismos, incompatibles con el socialismo y, en general, con la izquierda. Sus críticas acostumbran a ser aceradas. Sus agudas diatribas le hicieron temible y divertido. Cuando se vea libre de ataduras y compromisos, volverá seguramente adonde solía. Todo el mundo recuerda lo del «tahúr del Mississipi» con el que intentó descalificar a Adolfo Suárez el día de la moción de censura. Después, me consta de su propia boca, sintió por él respeto, admiración y afecto.

Yo mismo tuve en su día algunos roces públicos con Guerra, lo que no impide reconocer ahora su valía política, su gran aportación a la unidad de España, a la justicia social y a la convivencia democrática de los españoles. Su trayectoria me parece lúcida y ejemplar, aunque no siempre haya estado de acuerdo con él. Se va desencantado y pone el pretexto de los años.

Sería una pena que su voz enmudeciera ahora, cuando más falta hace. Sus últimas diatribas han sido contra Podemos, su actual bestia negra. Critica a las cadenas de televisión que están «incubando el huevo de la serpiente».

El perdón cristiano no supone la mentira ni el olvido. ¿Ejemplar la trayectoria de un político que encanalló el debate público con sus insultos y que dirigió la campaña de calumnias contra tu admirado Adolfo Suárez?

También en La Razón, José Luis Martín Prieto ensarta anécdotas, hipa y gime:

Su afición al teatro le llevó a crearse una máscara feroz para ocultar su timidez y sus desmayos de bonhomía. Fue el mejor insultador de la democracia y gozaba de su reputación de jabalí parlamentario, pero luego era un negociador versallesco.

Cuando desde un balcón Felipe izó su mano con la suya reconocía la complicidad y la eficacia: Guerra era su monje negro. Guerra se resistió a ser Gobierno y pretendía quedarse como vicesecretario general del PSOE, moviendo los hilos en la sombra, pero Felipe temió en aquello una celada y le forzó a la vicepresidencia junto a él. Alardeaba de no alimentarse salvo con bombonería y así lo creí la primera vez que almorzamos juntos, pero tenía lógicos ataques bulímicos. Era, o le placía, ser dual, doctor Jekyll y mister Hyde, Ormuz y Ariman, teatral, autor de su propio personaje, bondadoso y terrible.

En Moncloa tenía un arco magnético que borraba las cintas de las grabadoras, creyendo los periodistas que tenían roto el magnetófono. Bueno y malo, es imprescindible en la Historia de nuestra socialdemocracia. Me quedo con el bueno.

Al menos sincero, Jaime González (ABC) reconoce que le gusta Guerra porque se está haciendo mayor.

Entonces, la política era una profesión fascinante. Si la comparamos con el grado de hipocresía actual, Alfonso Guerra era un cínico admirable, un portentoso truhán que sacaba el codo en todos los balones por alto, pero que no buscaba la aniquilación del rival: solo ganarle. En aquel «saloon», Guerra desenfundaba como Johnny Ringo, pero no remató a nadie en el suelo. Era un marrullero de libro, un cultivador de la ironía que utilizaba como si fuera una cuchilla de afeitar. Pero no era un degollador, ni un matarife. Entraba duro, al límite del reglamento, pero finalizado el partido era capaz de compartir los vapores de aquella libertad que se destilaba detrás de la barra con sus más fervorosos enemigos.

Guerra se va en plena invasión de los lunáticos. Ahora es un marciano perdido en un planeta hostil, desubicado en mitad de un paisaje tan áspero que jamás habría pensado que le echaría de menos. Será porque yo también me estoy haciendo mayor.

Màrius Carol (La Vanguardia) al menos recupera algunos de sus insultos.

El tiempo serenó a Guerra su ímpetu, pero no dulcificó su discurso. Estaba de vuelta de todo y no se callaba nada: si no lo hizo cuando mandaba, mucho menos cuando declinó su larga carrera política.

Los libros de sentencias políticas están repletos de frases ocurrentes suyas. De Margaret Thatcher comentó que en vez de desodorante utilizaba tres en uno y de Soledad Becerril que era como Carlos II vestido de Mariquita Pérez. Pero más allá de esas caricaturas, usaba la palabra tanto para amenazar -«el que se mueva no sale en la foto»- como para hacer historia -«cuando nos vayamos, a España no la va a reconocer ni la madre que la parió»-. Fue el yin del yang González. El vicepresidente que daba la cara para que no se la partieran al jefe.

DAVID TRUEBA, CONTRA LOS TERTULIANOS LINCHADORES

¿Y del CIS se dice algo? Pues todavía poco. Isabel San Sebastián (ABC) aconseja a los españoles cabreados de que miren a Italia.

Demasiada gente en España está persuadida de no tener nada que perder y esa sensación, sea correcta o no, está reñida con la prudencia. Demasiada gente ansía mostrar en las urnas sus heridas abiertas, dar rienda suelta a la rabia, votar con las tripas.

Italia vivió una situación parecida con el estallido de Tangentópoli (Comisionópolis), que barrió del mapa a la Democracia Cristiana y el socialismo para encumbrar a Berlusconi, Beppe Grillo y los separatistas del norte. Exactamente el horizonte hacia el que caminamos nosotros.

Ignacio Camacho (ABC) queda impresionado por la astucia de Pablo Iglesias y compañía.

Iglesias y los suyos lo saben y por eso descartan presentarse a las municipales: no quieren que la cólera desagüe en prematuras batallas menores. Pretenden utilizarla como combustible de un asalto al poder planificado con estrategia de ajedrez leninista. Si algo han demostrado hasta ahora es una poderosa inteligencia política, mucho más versátil que la de sus paquidérmicos adversarios.

Falta un año para las elecciones, una glaciación en estos tiempos volanderos de opiniones tornadizas. En ese plazo se va a ver si esta España descompuesta, desarticulada, débil, conserva algún rasgo de madurez o se merece a Podemos y su inquietante designio aventurerista.

En una de las columnas que más me han gustado, David Trueba (El País) reprocha a los tertulianos que participen en los linchamientos populistas de los políticos.

Cada día son más los contertulios televisivos que, dado el clima de frustración ciudadana ante la respuesta a la corrupción, caen en el error de sobreactuar. El director de cine Josef von Sternberg usaba una expresión alemana para referirse a los actores que gesticulaban demasiado o querían destacar por encima del personaje: los llamaba «envenenadores de pozos». Lo peor que nos podría pasar es caer en esa manía y envenenar aún más el pozo. Cuando escuchas en la televisión a los participantes decir que están hartos de la presunción de inocencia para estos casos, tenemos que ser firmes en nuestro desacuerdo. La presunción de inocencia es un esfuerzo racional y, por lo tanto, irrenunciable en cualquier conflicto, incluso en algo tan apestoso como la corrupción política. Más bien a lo que se refieren, quizá con la expresión equivocada, es a la sensación de impunidad.

Entre tanta hoja otoñal, hay una noticia, bueno, una noticia repetida. Mayte Alcaráz sigue la estela marcada por Curri Valenzuela el día 29 de octubre de que Lucía Figar es la mejor candidata del PP para la alcaldía de Madrid. ‘Lucía’ se titula su columna. ¿Será verdad o será una operación del ‘lobby’ femenino?

Los populares barajan ya un nombre que sumaría muchos apoyos y reuniría las condiciones de apuesta de futuro que precisa Rajoy: Lucía Figar. La actual consejera de Educación tiene 39 años y una excelente hoja de servicios. Aunque su nombre siempre ha sonado como posible recambio a Ignacio González en la Presidencia de la Comunidad, lo cierto es que en Génova y Moncloa se la analiza como baza municipal. De hecho, su apoyo popular es mayor en la capital que en el ámbito regional, donde las polémicas educativas y los recortes sociales pueden jugar en contra de sus expectativas.

Algunos ministros ya han planteado esta opción al presidente del Gobierno y descartado la elección de Esperanza Aguirre como cabeza de cartel. La expresidenta autonómica sin embargo no piensa abandonar la batalla.

LAURA FREIXAS DECIDE NO DECIDIR

A tres días del 9-N, sólo se ocupan del seudo-referéndum catalanista algunos catalanes, con la excepción del castellano nuevo Raúl del Pozo

Valentí Puig (El País) escribe sobre el victimismo y la construcción del enemigo como elementos fundamentales del catalanismo.

Sigue rampante la escalada de victimismo por parte del nacionalismo catalán, ahora con la proa puesta hacia la secesión. Inicialmente, el lema era «España no nos quiere». Luego vino «España nos roba» y ahora estamos en «España no nos deja votar». Esta secuencia contribuyó a propagar el supuesto de que ante una España debilitada por la crisis económica de 2008, en una Cataluña independiente se viviría mejor. Ahora el proceso secesionista está en una fase de mayor intensidad para construir la figura del enemigo.

El victimismo quema etapas con gran facilidad. Por ejemplo, ya no es que España expolie a los catalanes o maltrate la lengua y la cultura catalana. Ahora es que no deja votar a Cataluña. El argumento aducido con contundencia es que la Constitución de 1978 impide el ejercicio democrático. Da pie para desechar todos los argumentos jurídicos sobre la ilegalidad de un referéndum camuflado y, cada vez más, para encubrir las razones económicas que, de una parte, son la patente incapacidad de gestión de la Generalitat en estos momentos -endeudamiento, paralización, impago- y, de otra, los riesgos económicos que representa una Cataluña separada de España.

Laura Freixas se atreve a decir en La Vanguardia que no irá a votar y en su columna expone las debilidades argumentales del ‘procés’.

En cuanto al derecho a decidir, ¿quién lo discute? Todos queremos decidir. Pero lo primero que deberíamos decidir es sobre qué vamos a decidir, y eso no nos lo preguntan. De hecho, según las encuestas, la relación con España es sólo la cuarta de las preocupaciones de los catalanes. Pero como la agenda política la marcan las clases acomodadas de origen catalán, mucho más soberanistas que las clases bajas castellanohablantes (vean el capítulo de J. Arza y P. Marí-Klose en Cataluña, el mito de la secesión), no hay peligro de que pregunten sobre según qué cosas.

Por todo ello he decidido que el domingo me voy a quedar en casa. Para que nadie piense que me da igual votar que votar de verdad, o sea, con garantías; y para que no puedan pensar que estoy de acuerdo en decidir solamente sobre lo que ellos han decidido que decida

¿ES ‘MADRIT’ PREPOTENTE, COBARDE O PRUDENTE?

Unas páginas más adelante, Francesc-Marc Álvaro explica qué busca el catalanismo y recuerda a su abuelo murciano, con la esperanza de que ese baldón no le excluya del nuevo reparto de la tarta, de la que se ha llevado un buen pedazo en los últimos años: columnista en La Vanguardia, tertuliano, profesor…

Parece que el objetivo que preside todas las acciones del Gobierno es ganar por KO el próximo domingo, de tal manera que quede claro, rotundamente, quién manda en Cataluña, para decirlo como los castizos. Y sobre todo, que se vea que el Govern da un paso atrás y que, por lo tanto, renuncia a figurar oficialmente como paraguas y cómplice de una revuelta que Madrid dice que sólo tolerará si se puede reducir narrativamente a una protesta civil articulada por la ANC y Òmnium. Como ciertos ministros todavía utilizan categorías de análisis propias de la guerra de Cuba, todo acaba en un planteamiento tan primario como rancio: humillar al Govern Mas para evitar la humillación del Gabinete Rajoy.

Somos conscientes de la fuerza que tiene el Estado pero también somos conscientes de que podemos construir otra fuerza (serena y tranquila) cuando muchos salimos a la calle y pedimos lo mismo. El domingo nos haremos la foto: será de gente que vota o será de gente que quiere votar y no se lo permiten. En ambos casos, ganaremos. Es cierto que no será un referéndum, pero se trata de un ejercicio que tendrá un impacto político de primer orden, dentro y fuera de Cataluña.

Yo votaré pensando en mi abuelo murciano, que vino muy joven a nuestro país, para tener derecho a un futuro y no tener que bajar la cabeza ante los señoritos. Votaré sin miedo y sin rencor, y pensando también en mis hijos, por descontado.

No sé si por contagio por su trato con los políticos del PP, Raúl del Pozo (El Mundo) nos revela que lo mejor es que el Estado no haga nada de nada ante la violación de las leyes. También añade que hay dos cobardías; la de Artur Mas la entiendo, pero, ¿de quién es la segunda?

A pesar de que el Tribunal Constitucional ha prohibido el simulacro de referéndum, si los Mossos d’Esquadra y las fuerzas de orden público no lo impiden, o a última hora se arrugan los libertadores, habrá un acto de desobediencia del pueblo catalán el 9-N. Afortunadamente, no hay huevos para impedir la kermés; la mano dura agravaría más la colisión entre dos pasiones.

En las vísperas, se ha puesto en marcha el buzoneo, con votantes sin censo y se preparan voluntarios en vez de funcionarios para vigilar las mesas. Hay dos cobardías frente a frente ante un referéndum virtual en busca de una nación inexistente que, como dijo Pere Gimferrer, sólo fue independiente 18 años, y no de España, sino de Francia.

José García Domínguez (Libertaddigital.com) plantea que la Generalitat quiere un Tejero empujando a una niña rubia y guapa, pero que espera que el Gobierno de Rajoy no le regale esa foto. En su columna hay un reproche a la postura de su jefe en Libertaddigital.com y Es.Radio, Federico Jiménez Losantos, de suspender la autonomía.

Si los cojonudistas de Madrid todo lo arreglarían soltando a la cabra de la Legión por el Paseo de Gracia, sus hermanos gemelos de Barcelona igual resuelven cualquier querella con solo hacer oídos sordos a cuanto prescriban leyes, jueces y magistrados.

Así las cosas, la imagen con que sueña Mas para el próximo domingo es el primer plano de un guardia civil cetrino y con mostacho, alguien que recuerde lo más posible a la estampa grotesca de Tejero, arreándole con la porra a una dulce pubilla catalana, a ser posible lánguida, rubia y con los ojos azules (la anti Rahola, para entendernos). La España garrula, autoritaria y primitiva frente a la civilizada, europea y cultísima Cataluña. El president daría un brazo por conseguir que ese fotograma abriese los telediarios de medio mundo el 9-N. De la inteligencia política de la capital dependerá que su suprema fantasía no se cumpla. (…) Los cojones o el cerebro, he ahí el dilema.

No entiendo nada: Álvaro habla de un Gobierno prepotente, Del Pozo de un Gobierno cobarde y García Domínguez de un Gobierno prudente.

XAVIER VIDAL-FOCH: ¡QUÉ BUENAS ERAN LAS CAJAS!

¡Qué cantidad de columnistas se postulan para el premio a la columna insulsa del día! Hay un grupo de ellos, también viejas momias de la Transición, como Luis María Anson y Patxo Unzueta, más el uno de los últimos rectores de universidad nombrados por Franco, Federico Mayor Zaragoza. Los tres pretenden curar la enfermedad catalana con una dosis de reforma constitucional federalista.

Anson (El Mundo):

Se necesita una política negociadora que, para algunos analistas sagaces, pasa por la reforma constitucional, reforma que se debió abordar hace muchos meses pero que la lenidad marianita ha retrasado, haciéndola tal vez inviable. Y si la reforma constitucional no se hace ordenadamente desde dentro del sistema se hará revolucionariamente desde fuera.

Unzueta (El País):

Rajoy tendría margen para iniciar el diálogo, partiendo por ejemplo de las 23 propuestas que le presentó Mas. Pero deberá abandonar el argumento simplón de que si quieren la independencia los catalanes tendrán que proponer una reforma constitucional que incluya el reconocimiento del derecho de secesión. Porque esa reforma no está al alcance de los ciudadanos de Cataluña; y porque el objetivo de esa negociación no puede ser facilitar la ruptura sino encontrar una alternativa a la misma menos extrema, no irreversible y más integradora de la pluralidad catalana; y aceptable para las partes, lo que la situaría en el espacio de una reforma federal / autonómica, que no significa necesariamente más competencias pero sí más garantías.

Mayor Zaragoza (El País):

Aprovecho para desear que «el otro» 9 de noviembre sirva para decidir un mayor autogobierno, propio de un sistema federal bien diseñado, en el que no se levanten muros en lugar de derribarse. La mejor manera de cumplir la Constitución es adecuarla cuando sea oportuno.

¡Que no os enteráis, que los nacionalistas catalanes no quieren federalizarse, que quieren la independencia! ¡Y que tampoco quieren el federalismo los demás españoles!

Al final, opto por el catalanista-progresista Xavier Vidal-Foch, que sale en defensa de las cajas de ahorros, destrozadas por la partitocracia, porque el banco más solvente de España es una antigua caja: Kutxabank. Incluso sostiene que la politización de las cajas no fue mala. ¿Dónde se encarna el mal para Vidal-Foch? En la banca privada, el neoliberalismo y una oscura conspiración que quería hundirlas.

Ya tiempo atrás los economistas Vicente Cuñat y Luis Garicano sostenían que «el problema de las cajas no es la politización… el factor explicativo clave de la disparidad de resultados de las cajas es su diferente grado de profesionalización». Para lo que exhibían el ejemplo de las tres cajas vascas que, pese a estar «totalmente controladas por los partidos políticos, obtienen unos resultados extraordinarios» («La crisis económica española», FEDEA, 2010).

Hubo mala administración; hubo dilapidación y corrupción; hubo abusos de los gestores. Y también un designio, demasiado esquemático, de acabar con las cajas porque eran OFNIS, objetos financieros no identificados. Joan Cals acaba de apuntar («Los intereses del futuro», RBA, 2013) que se justificaba plenamente exigir más capital a las cajas. ¿Pero justamente en 2011 y no antes? Colocarles la barrera de solvencia en el 8% y el 10% en medio del maremoto, so pena de bancarización, «en plena crisis del sistema financiero» fue letal para unas entidades con más reservas que capital y con escasa capacidad de endeudamiento sensato. Letal.

Le podía contestar con esa frase de que la excepción confirma la regla general, pero supongo que un hombre tan culto como Vidal-Foch se reiría al oírla.

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Autor

Pedro F. Barbadillo

Es un intelectual que desde siempre ha querido formar parte del mundo de la comunicación y a él ha dedicado su vida profesional y parte de su vida privada.

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