¿No es excesiva la euforia del PP?

¿No es excesiva la euforia del PP?

(PD).- Cuando los Reyes Católicos entraron en Granada hacía ocho siglos de Covadonga y ya nadie se acordaba de Don Pelayo. La Reconquista fue un proceso histórico especialmente lento, pero incluso contiendas mucho más breves no las acabaron los mismos que las habían empezado.

Subraya Ignacio Camacho en ABC que la política, que según Clausewitz viene a ser una guerra sin soldados, tiene tiempos más cortos, a veces hasta volátiles, y en los modernos regímenes de opinión pública hay combates que duran un suspiro. Por eso conviene moderar las euforias incluso ante los éxitos más resonantes; en este presentismo tan feroz no hay nada más viejo que una noticia de ayer.

Tras el triunfo en Galicia, el PP ha decretado un estado de optimismo que puede ser tan artificial como el también promulgado clima de unidad forzosa. Antes de que se extinguiera el humo de los cohetes de celebración ya ha se ha mezclado con el de las minas de escándalos y corruptelas que estallan a los pies del líder victorioso.

Algunos de esos explosivos se activan con mando a distancia desde dentro del partido, y otros los han sembrado los adversarios, que siempre están un poco más lejos que los enemigos. La vicepresidenta ironizó con tino el otro día sobre «el síndrome de Don Pelayo», una tentación tan prematura como anacrónica para quienes todavía no han ganado casi nada; sin salir de Asturias, De la Vega podía haber mencionado la piel sin cazar del oso que se comió a Favila.

Pero tampoco andan las cosas en el Gobierno como para mentar cacerías.
Las alegres proclamas de confianza con que se galvaniza a sí misma la dirección popular sirven para apuntalar la cohesión y señalar el buen camino, pero no pueden esconder la evidencia de que su doble reconquista pendiente, la del partido y la del poder, no sólo no ha terminado, sino que se halla a medio empezar.

Ni el PSOE está derrotado ni las conspiraciones contra Rajoy van a cesar; más bien al contrario se recrudecerán antes de que su reforzado liderazgo pueda revalidarse en las elecciones europeas, donde los conjurados se juegan su probable última baza al amparo del voto de castigo.

El peor error que puede cometer el político gallego es olvidar que el cartero de las malas noticias siempre llama como mínimo dos veces.

En el «Julio César» de Shakespeare, basado en las «Vidas» de Plutarco, el tribuno se chuleaba de un pitoniso poco antes de acudir al Senado en la hora señalada: «Ya ves -le decía prepotente-, los idus de marzo han llegado».

Y el adivino, que no podía ver porque era ciego, le contestaba con cara torva y cavernosa voz: «Sí, César, pero aún no han pasado». Poco después venían las puñaladas y el sermón fúnebre de Marco Antonio sobre los «hombres de honor».

Rajoy, guárdate de los idus de junio.

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