Fernando Jáuregui – Las elecciones no son ni en Madrid ni en Valencia, recuerden


MADRID, 19 (OTR/PRESS)

«Esa debe de ser mi culpa». El patentemente indignado presidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, proclamaba esta frase refiriéndose a que los ataques que recibe por presunta connivencia con la corrupción se producen al tiempo que las encuestas aumentan la distancia, en la Comunidad valenciana, entre su gobernante Partido Popular y las expectativas de los socialistas: ¿se trata de derribarlo a golpe de escándalos, ya que no por las urnas? Es lo que el president insinuaba con su declaración enfática. Y es que parece que las próximas elecciones autonómicas se van a celebrar en Valencia (y en Madrid), y no en el País Vasco y Galicia.

Camps había copado este jueves los titulares del último capítulo del culebrón que van desgranando las filtraciones que recaen en beneficio siempre de algún medio, un capítulo en el que se le acusaba de haber recibido treinta mil euros en especies: varios trajes. Tardó tres horas, nada más, en salir, aplaudido por los suyos, a proclamar su inocencia, reclamando los testimonios de funcionarios y alcaldes, recordando que ni una sola de las insinuaciones contra la honradez de los gobernantes valencianos «ha aguantado ni un solo día», y anunciando que recurrirá a «medidas legales» contra quienes le difaman.

Hizo bien en salir con tanta presteza el hombre que regenta la segunda autonomía más importante para el Partido Popular. Desde mi punto de vista, no hizo tan bien al no admitir preguntas de los periodistas convocados para escuchar su, por otro lado, creo que convincente comunicado. Pero hizo, en todo caso, mucho más que sus correligionarios madrileños, que no han sabido, o podido, reaccionar con contundencia a la avalancha de acusaciones, filtraciones, imputaciones y persecuciones en su contra.

Si todo lo que puede achacarse a Camps es que le han «regalado» trajes por valor de cinco millones de las antiguas pesetas, la cosa no pasaría de ser estéticamente impresentable. Pienso que lo mismo de impresentable que la famosa cacería del ministro Bermejo y del juez Garzón, por poner otro ejemplo reciente del mucho ruido que en los cenáculos y mentideros están provocando unas revelaciones periodísticas y una instrucción judicial. Que, por cierto, son cosas diferentes, pero no completamente distintas, como estamos viendo al comprobar que las filtraciones sumariales recaen constantemente en el mismo medio que inició lo que los «populares» califican como una «trama» contra ellos. Lo que ocurre es que Camps ha sabido capear a tiempo la embestida, lo que desde la Comunidad de Madrid (ni desde la sede central del PP en la calle Génova), no han hecho, por razones diversas.

–Acusaciones menores–

Puede que las acusaciones que se contienen en las filtraciones sumariales sobre la corrupción sean de cuantía «menor» -del escándalo del espionaje, que fue el inicio de todas las cosas, ya nadie parece siquiera acordarse, ni siquiera en la Asamblea de Madrid, donde se inició una comisión de investigación cuyo presidente, salpicado él mismo por los escándalos, ha dimitido-; desde luego, algunas corruptelas socialistas del pasado fueron mucho más importantes, porque implicaban financiación ilegal del propio partido.

De la misma manera, puede que ir a una cacería sea un pecado mucho más venial que el hecho de que la materia de la que se ocupa el cazador, nada menos que la justicia en este caso, esté en llamas. Pero, por muy menor que esto sea, todo ello produce un efecto descorazonador en una ciudadanía agobiada por la crisis económica presente y por las perspectivas, que se extienden ya «oficialmente» hasta más allá de 2010, de lo que nos viene en el futuro.

Nada me extrañaría que, ahora, para despejar balones, los rectores de la Comunidad de Madrid, que tantas plumas se han dejado en este envite, imiten a Camps y recurran a los sondeos para sugerir tramas urdidas en su contra: parece que, pese a todo y aunque menos que en Valencia, los electores madrileños siguen hoy apoyando al PP más que al PSOE. El caso es que Madrid y Valencia siguen acaparando casi la exclusiva de la atención nacional, para desesperación de quienes tratan de insuflar entusiasmo entre los electores del norte y noroeste de España.

Ni siquiera la incertidumbre sobre quién será el próximo lehendakari vasco, con la posibilidad de un cambio histórico del nacionalista Ibarretxe por el socialista López -aliado con quien sea-, parece animar el clima de la campaña en Euskadi. Un clima que en Galicia, donde todo se da por decidido, no es frío, sino gélido.

–La influencia de la negociación con ETA–

Y el caso es que las consecuencias de estas elecciones autonómicas, especialmente de las vascas, van a ser muy importantes. Un ejemplo: dicen algunos estudios en poder del PSE que el espectacular alza en la intención de voto hacia los socialistas se debe a la sensación de que ellos -más bien el Gobierno central de Zapatero- han hecho esfuerzos por acabar con el terrorismo de ETA, vía la negociación de la pasada legislatura.

Y es que aquí, en el País Vasco, donde me encuentro estos días siguiendo la campaña electoral, esa negociación se vivió de manera muy diferente a como se encaró en casi todo el resto de España. Pero esto, claro, ahora no importa: incluso los medios gallegos y vascos parecen mucho más absortos por lo que pasa en Madrid y Valencia que por los avatares de una campaña bastante roma en ambos casos. No resulta extraño que, en el primer debate televisado «a seis» -que esa, la de los debates en las teles públicas, es otra- en la ETB vasca, la frase mas repetida, en euskera, por la media docena de candidatos fue «procuremos no aburrir a quienes nos están viendo».

No lo consiguieron, según los datos de seguimiento de audiencia: los telespectadores estaban atentos a lo que ocurría más al sur y más al este. Lo demás, no importa.

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