Rosa Villacastín – El Abanico – Los funcionarios, en el ojo del huracán de la crisis.


MADRID, 14 (OTR/PRESS)

Lo peor de la crisis no es solo que la mayoría de los españoles hayan perdido o hayamos perdido poder adquisitivo, que los pisos valgan menos de lo que se pagaron por ellos en su momento, que la mayoría de los puestos de trabajo estén en el aire, que haya aumentado escandalosamente el paro, la pobreza, que los servicios sociales hayan empeorado con lo que eso supone para amplios sectores de la población -siempre los más desfavorecidos-, pero siendo todo esto asfixiante, lo peor de esta maldita crisis es el miedo con que vivimos desde que hace un año tomamos conciencia plena de que la clase política -la nuestra y la europea en general-, no sabe cómo sacarnos del atolladero en que ellos mismos nos han metido, con la ayuda inestimable, eso sí, de unos banqueros que han gestionado sus negocios con usura, dando la impresión de que nos estaban proporcionando el maná que nos mantendría en la burbuja de la abundancia por los siglos de los siglos amen.

Y a los que ahora vamos a rescatar -perdón señor Rajoy por mentar la bicha, pero no encuentro palabra que mejor se ajuste a lo que ha ocurrido el último fin de semana-, y pagar sus estropicios sin que nadie nos expliqué por qué. Porque a ellos se les van a entregar 100.000 millones de euros para que puedan sanear sus cuentas, y ellos, los banqueros y los políticos, se oponen tan tenazmente a la dación en pago, lo que supondría un respiro para los cientos de familias que se ven abocadas a la miseria por culpa precisamente de esos hombres de rojo o de negro por los que ahora tendremos que endeudarnos todos, los que pidieron hipoteca y los que no.

Pero siendo todo esto gravísimo, lo peor de esta crisis es el desprestigio que sufren los funcionarios públicos, quienes sin comerlo ni beberlo se han convertido en los chivos expiatorios de quienes ante su incapacidad para gestionar los presupuestos de sus autonomías o del Gobierno central, dedican todo su esfuerzo en poner en el punto de mira a los que con esfuerzo y una oposición tienen trabajo estable, o tenían. Sin reparar en que funcionarios públicos son los profesores que día a día luchan para que nuestros hijos tengan una mayor formación, independientemente de la clase social a la que pertenezcan, y la tengan desde su infancia hasta que terminan sus carreras. Funcionarios son los médicos o enfermeros que nos atienden en los centros de salud y en los hospitales, los que salvan la vida de nuestra gente, o se la hacen más llevadera. Funcionarios son los jueces, los fiscales que se enfrentan, a veces con grave riesgo para su vida, al terrorismo, o al poder del dinero o de la política. Funcionarios son los que nos facilitan ese DNI que nos permitirá desplazarnos por el mundo, o nos gestionan la pensión de nuestros padres. Funcionarios son los policías, los Guardias Civiles que vigilan nuestras ciudades para que nosotros podamos dormir un poco más tranquilos. Y funcionarios son muchos de los políticos a los que se les llena la boca cuando hablan de las bondades de lo privado frente a lo público, sin darse cuenta que están desprestigiando su propia imagen, su propia biografía, su propia gestión pública.

De manera que exijamos a nuestros políticos que se dejen de monsergas, y de hacer pagar a justos por pecadores, el origen de una crisis que está arrasando con los logros conseguidos después de años de lucha y sacrificio, el Estado de bienestar. Algo que no podemos permitir, gobierne quien gobierne.

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