Los telediarios de hoy nos han mostrado la nueva moda que los jóvenes están imponiendo en nuestras playas. Beber desde por la mañana, con premeditación, es lo más vanguardista en el universo juvenil. ¿Para qué esperar al botellón a la luz de la luna y la farola cuando se puede beber bajo los rayos del sol? Aparte de la “beer bong”, algo tan irracional como una manguera que va desde un embudo que llena el escanciador, a la boca del candidato a borrachera, aparecen nuevos métodos para ingerir alcohol a lo bestia. Pero no son los jóvenes los únicos culpables, sino los padres, los educadores, los políticos y como último eslabón, los comerciantes, que burlan la ley para poder dispensar alcohol incluso a menores. Los de las costas, para paliar la crisis, se han tirado a lo fácil y han diseñado un método cutre, pero eficaz para envenenar a la juventud: el “cubo”, que consiste en un cubo de fregona con unas botellas –una de alcohol— y una serie mangueras estrechas para emborracharse en círculo. Estos artilugios de tecnología punta se compran por la mañana para beber todo el día hasta empalmar con la movida de la noche. ¿Por qué no se prohíbe esto? Es una vergüenza que nos estemos convirtiendo en el paraíso del alcohol y las drogas. Somos el primer país en consumo de cocaína, y el turismo de alcohol y relajo es una de las ofertas de las agencias de viajes con destino España. ¿Por qué a nadie le importa que los jóvenes se suiciden?
La economía es el gran cortinón de terciopelo rojo que impide ver otros problemas graves de mucha peor solución, y de gran trascendencia para el presente y el futuro de la humanidad. Las crisis económicas siempre se superan, y esta también aunque tardaremos. Todo depende de quienes manejan las piezas de este ajedrez gigante. La crisis de valores es otra cosa y puede no tener retorno. El relativismo moral imperante en la sociedad ha alcanzado unas cotas de inmoralidad, que nos hace aceptar extremos insospechados poco tiempo atrás. La anestesia generalizada que sufre la sociedad del bienestar nos impide discernir sobre el bien y el mal y vislumbrar nuestra autodestrucción si no ponemos remedio. Todo ello ante la pasividad de nuestros gobernantes, más preocupados por medrar y mantenerse en el poder que por ejercer la auténtica Política con mayúscula.
Uno de los vectores de esta problemática es el consumo masivo de alcohol por parte de los jóvenes, idea madre de este artículo. El botellón es un problema social contra el que son incapaces de luchar los padres y las administraciones del Estado. Es también un grave problema de salud pública. No consiste, como a menudo se argumenta, en un conjunto de jóvenes que se reúnen en un parque para charlar y divertirse. No. El botellón no tiene precedentes en la historia. En ellos participan menores cuyas edades rondan los 15 años, se bebe alcohol a discreción con el fin de emborracharse y se ingieren miles de pastillas y otras drogas. El botellón es además, terreno abonado para el traficante, que puede comerciar con total impunidad con todo tipo de drogas.
Los padres, incapaces de haber ido educando a los hijos en valores, se encuentran de repente con el adolescente de 15 años que reivindica su derecho a salir por la noche porque “ahora la vida es así”. Algunos padres incluso justifican el botellón arguyendo que las copas en los pubs son muy caras. Han caído en la trampa y han interiorizado que beber alcohol y emborracharse es lo más normal del mundo.
Las concentraciones donde corre el alcohol causan problemas físicos y psíquicos en las personas que viven en las zonas de bares de moda. Ruidos de voces, música y bocinas de coches se convierten en un calvario al que están suscritos muchos ciudadanos que pagan sus impuestos. Muchos han optado por cambiar de barrio. La movida ha sido causa también de que muchas viviendas situadas en pleno vórtice se hayan devaluado.
Es un problema político que ningún partido se atreve a abordar. Porque los jóvenes, o votan o van a votar muy pronto, y los políticos temen que una ley demasiado restrictiva pueda alejarlos del poder o impedirles llegar. Además, suele tildarse de intolerantes a quienes se posicionan en contra del botellón. El hecho tiene importancia suficiente como para ser abordado, por consenso, como un tema de Estado. Los ayuntamientos no saben cómo hacerle frente al problema. Su laxitud ha propuesto como única medida, sacar los botellones de los centros de las ciudades para no molestar a los vecinos y reunir a todos los jóvenes en polígonos de ocio. Incluso en algunos lugares se han puesto autobuses gratis para transportar a los jóvenes faltos de reflejos por el alcohol. Se han redactado ordenanzas que prohíben beber alcohol en la calle; se ha prohibido a los supermercados vender alcohol a los jóvenes; se ha reforzado la vigilancia policial para controlar que los menores no beban. Pero todas estas medidas son sólo parches y no van a la raíz del problema, que es evitar que los jóvenes sean alcohólicos prematuros.
Los jóvenes que se atracan de alcohol son un reflejo de la sociedad hedonista, sin valores y laica que se les está imponiendo desde los medios de comunicación, la publicidad, la moda e incluso desde algunos gobiernos, más preocupados por su sexualidad que por su crecimiento psicológico y moral como personas. A los jóvenes les hemos vendido que ser libre es sinónimo de hacer lo que nos da la gana en cada momento.
El botellón es, sobre todo, un problema familiar. Es en el seno de la familia donde se deben transmitir los valores. No es imposible que una chica o un chico de 16 años no salgan hasta las tantas los fines de semana. Pero la labor hay que empezarla mucho antes, casi cuando aún no sabe coger la copa para beber. Muchos jóvenes se han iniciado en el alcohol, las drogas y el sexo en las noches de la movida. Alguna vez que nos hemos acercado a alguna zona de botellón sentimos una profunda tristeza al ver a niñas jóvenes medio idas en medio de la vorágine. ¿Son huérfanos todos?, pensé. ¿Dónde estarán los padres de estos pobres chicos?
Conclusión: El botellón y las movidas diurnas y nocturnas generan en los jóvenes desajustes en el sueño, fracaso escolar, borracheras, accidentes de tráfico, comas etílicos, intoxicaciones por drogas, sexo incontrolado, infecciones de transmisión sexual y embarazos no deseados. Si después de todo esto seguimos opinando que “es que lo jóvenes son jóvenes y quieren diversión” es que no hemos entendido nada.
La familia tiene que tomar las riendas y no dejar que sean otros quienes eduquen a sus hijos. Hay que hablar con ellos desde muy pequeños, enseñar con el ejemplo y convencerles de que no hace falta llevar una vida disoluta para pasarlo bien. Sólo así conseguiremos que, cuando llegue el momento, sean capaces de decir que no ante cualquier opción que vaya en contra de sus principios.
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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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(23/07/2012)
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