Fernando Jáuregui – La operación del Rey.


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

Dentro de unas horas, el Rey será sometido a una nueva operación quirúrgica. En su torno, rumores desbocados de abdicaciones apresuradas, de desavenencias familiares, del por qué de ciertas declaraciones muy poco serenísimas. Me parece que hay como un afán, acaso no planificado, por desgastar la máxima institución española, la que constituye el arquitrabe del sistema. Como mínimo, detecto -que nadie me llame por ello cortesano, que bien lejos estoy de eso- una innegable frivolidad, una ligereza peligrosa, en algunas de esas actitudes, porque si esa máxima institución nos falla ahora, fallará todo lo demás.

Siempre me he confesado monárquico, aunque crítico con una institución que está en la Historia de España, en algunas de las peores y en algunas de sus peores páginas, pero que forma parte de nuestra raigambre. Ha habido errores, abusos, hasta tropelías, pero los últimos treinta y siete años, los del reinado de Juan Carlos I, han sido posiblemente los mejores que recordamos los españoles. Hay mucho que reformar, y sin duda Felipe VI no podrá reinar como Juan Carlos I -creo que el Príncipe de Asturias de sobra lo sabe-, pero no acabo de entender el afán de algunos, de bastantes, por tirarlo todo por la borda, ahora que el barco empieza a balancearse agitado por un oleaje más fuerte que el de costumbre.

Me parece que los españoles debemos empezar a acostumbrarnos a la idea de una posible abdicación de quien ha permanecido casi cuatro décadas a la cabeza del Estado; es lo lógico, aunque legitimistas «avant la lettre» hay que proclaman que el soberano ha de morir con la corona puesta. Me parece que una sucesión ordenada, en vida del Rey, quien podría, desde una cierta distancia, aconsejar y hasta tutelar los primeros pasos de su hijo como jefe del Estado, es ahora lo más conveniente. Pero sin apresurarse, que ni una operación quirúrgica justifica poner patas arriba el Estado, ni un yerno corrompido supone que lo esté toda la Corona, ni unas declaraciones de «amiga entrañable» pueden provocar el caos, por mucho que esas entrevistas, aconsejadas vaya usted a saber por quién, duelan a algunos habitantes o transeúntes en La Zarzuela.

La cosa necesita una reconducción, eso parece evidente. Como evidente es que hemos entrado -no hay más que ver la dimisión del Papa- en una nueva época, de la que poco adivinamos. Estoy en contra de muchas de las actitudes inmovilistas que caracterizan nuestra política. Pero también estoy en contra de aventuras que pueden acabar costándonos muy caras. Es urgente un replanteamiento general de muchos temas que lastran la marcha del Estado. Ya digo, aunque no quiero ponerme conspiranoico, que da la impresión de que se están produciendo, en torno a la Corona -y no solo- demasiadas coincidencias, y a nadie le gusta sentirse manejado desde presuntos poderes ocultos. Lo que no está claro, es oscuro. Siempre.

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