Fernando Jáuregui – Oiga, y… ¿de verdad hace falta tener un Gobierno?


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

Empieza a oír uno demasiadas voces que aseguran que, en el fondo, parece que se puede vivir sin Gobierno. O con un Gobierno en funciones, que viene a ser lo mismo, especialmente si ese Gobierno se niega a comparecer en el Parlamento para ser controlado. Claro que

¿qué se puede controlar de la actividad de un Ejecutivo que no puede aprobar leyes, ni tener iniciativas y que, en sus salidas al exterior, depende de lo que digan Merkel y los «cabezas de huevo» de la eurocracia?.
Bueno, el caso es que ya hemos conseguido, en esta era de inoperancia política, varios hitos: enfrentar al Ejecutivo con el Legislativo y, de paso, también un poco con el Judicial, que hace los deberes a trancas y barrancas, ganándose acusaciones «sotto voce» de los partidos -entre ellos, el gobernante- de que los magistrados planifican, con mala uva política, los tiempos de los «estallidos» de casos de corrupción que pertenecen al pasado. Otra cosa que vamos logrando en este período de locos es desgastar la imagen del Rey, que aparece como atado de pies y manos por una Constitución que hace años debería haber sido reformada: ¿qué debe hacer el Monarca? ¿Una nueva ronda de consultas? ¿Esperar a que alguien llegue a un acuerdo con alguien para que alguien pueda resultar investido gracias a alguien? Haga lo que haga el jefe del Estado, alguien acudirá a lapidarle. Maadre mía…
Pero hemos logrado, con esta capacidad nuestra para innovar en política, un tercer hito: acentuar, y mira que era difícil, el pasotismo de los españoles respecto de la política y de quienes la representan. El espectáculo dado en estos tres meses -casi tres meses ya, desde aquellas elecciones, tan lejanas, del 20-d- por eso que dio en llamarse clase política española está siendo de órdago a la grande. Los partidos se fragmentan, se dividen en diferentes estrategias y hasta tácticas, protagonizan, el último, pero no el único, Podemos, disensiones que los espectadores adivinamos que son de calado. Y digo adivinamos porque de transparencia, nada; de voluntad de servicio a la ciudadanía, menos.
Y, entonces, claro, el contribuyente y elector de a pie se vuelca en los chistes y en la indignación en las redes sociales -que parece que reemplazan a los manifestantes de la Puerta del Sol el 15-m- y pasa muy mucho: ya veremos, en el caso, que parece cada día más creíble, de que se repitan las elecciones, cuántos de los votantes que acudieron masivamente a las urnas en diciembre se quedan en casa, diciéndose a sí mismos: «total, ¿para qué?». Porque no hace falta que le jure a usted que, como decía al comienzo de este comentario, cada día hay más gente que te dice que las panaderías siguen abiertas, los bancos siguen funcionando, lo mismo que las escuelas o los centros de salud. Y entonces ¿para qué votar a quienes se constata que crean problemas, en lugar de solucionarlos?¿Para qué decía usted que servía tener un Gobierno? Al fin y al cabo, los belgas estuvieron dos años sin él y tan ricamente, dicen quienes sigue viviendo en el «no pasa nada; y, si pasa, ¿qué importa?».
Mi opinión, para lo que sirva, es la contraria. Todos los hitos enumerados van en detrimento de la calidad de nuestra democracia, no a favor. Hay que preservar los principios de división -pero no confrontación_de poderes de Montesquieu. Hay que potenciar la figura del Rey, y no lapidarla de unas u otras formas. No podemos deteriorar, más, el sistema de partidos -bueno, en realidad se están deteriorando ellos mismos–. Y, cuatro, nos resulta imprescindible tener ya un Gobierno que funcione y no esté -y se sienta- en funciones.
Tenemos un país en el que son demasiadas las cosas, empezando por las administraciones públicas, que dependen lisa y llanamente de los avatares políticos. Si la política no funciona, o funciona mal, como es el caso, entonces las administraciones de toda laya funcionarán mal, las empresas, tan sujetas a regulaciones burocráticas, acabarán teniendo serios tropiezos y la sociedad civil detendrá su marcha, de siempre algo cojitranca por estos pagos. Y aquí, la verdad es que todo va, lenta pero inexorablemente, parándose: el Gobierno va mal, todo va mal en un país donde todo está atado y bien atado «por arriba» como el nuestro.
No podemos, ni debemos, ni querernos acostumbrarnos a ser una nación en funciones que no funciona. Lo malo es que hay quienes ya se marcan horizontes de parálisis -excepto en lo que se refiere a una posible campaña electoral- hasta, por lo menos, septiembre. Que sería, elecciones mediante, cuando acaso se formaría un nuevo Gobierno… suponiendo, claro, que los resultados electorales no fuesen similares a los del pasado diciembre, que la cabezonería de nuestros representantes políticos en cuanto a vetos se convirtiese en un espíritu diferente y, claro, imaginando que los fallos en la Constitución y en la normativa electoral no pesasen tanto como ahora están pesando para el desbloqueo de esta indeseable, peligrosa, situación política. Cuyas consecuencias, por cierto, aún no hemos acertado a calibrar en toda su dimensión.

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