La marihuana, otra planta prohibida que cura.

El cannabis está clasificado en botánica como perteneciente a la familia de las cannabáceas, a la que pertenecen tres especies: cannabis sativa, índica y ruderalis. Es conocida popularmente como marihuana, y anteriormente como cáñamo. La planta se empezó a utilizar hace más de diez mil años en Asia, y fue utilizada por civilizaciones como la china, la egipcia, la griega, la romana y los culturas americanas. Con sus derivados se manufacturaban productos diversos, como cuerdas, papel, así como aceites y preparados de uso terapéutico.

Con la marihuana se ha llevado a cabo una campaña de ingeniería social tan efectiva que en el imaginario colectivo, aún hoy, la popular hoja verde palmeada es uno de los símbolos del mal. A mí me ocurrió lo mismo que al resto de la sociedad. Solemos identificar la marihuana con los drogadictos, los porreros deambulantes, con la delincuencia y sobre todo con la sustancia previa que lleva a las drogas duras.

Actualmente, aunque no reclamo su legalización total, dada la dinámica, sobre todo entre los jóvenes, de probar cualquier cosa que proporcione bienestares ficticios y efímeros, sí estoy de acuerdo en su consumo moderado o esporádico –en adultos—, y más en su uso para curar y aliviar muchas dolencias que nuestra moderna sociedad enferma padece.

No hace mucho que descubrí la auténtica conspiración y la habilidad con la que hemos sido manipulados desde que hace ahora ochenta años fuera declarada ilegal. De ser una planta de cultivo intensivo, con un sinfín de usos, pasó, de la noche a la mañana, a estar prohibida. Y, como siempre ocurren estas cosas, por intereses económicos. La entradilla de un artículo de Doug Yurchey, traducido por J. F. Jaramillo, dice así: “La verdadera razón por la cual fuera proscrita la marihuana, no tiene nada que ver con sus efectos en la mente y el cuerpo humanos. Más bien se trata de una de las mayores conspiraciones de toda la historia”. Vamos a dar unas pinceladas sobre el desarrollo de los hechos:

Antes del año 1937 su cultivo era masivo en todo el mundo durante cientos de años. En Estados Unidos se cultivaban grandes extensiones e incluso estaba mal visto no producir cáñamo, una industria que movía centenares de miles de dólares al año, pues era la principal materia prima de la industria textil. Pero, de la noche a la mañana, una campaña de desprestigio muy bien dirigida, en la que confluyeron varios factores, dio un vuelco a la industria y a la manera de concebir el cannabis, en Estados Unidos y en el resto del mundo. Así de manipulable es el ser humano.

William Randolf Hearst es un nombre que a muchos no les dirá nada; pero si decimos Ciudadano Kane, enseguida aparecerá en nuestra mente la figura del extravagante y corrupto dueño del periódico, que tan magistralmente interpretó Orson Wells, dando vida a Hearst, propietario de la mayor cadena de periódicos, por tanto, dependiente de la industria papelera. En aquellos tiempos el papel se hacía a partir del cáñamo. Pero como los gastos de mano de obra resultaban algo caros, buscó un tipo de materia prima más barata. Él era también propietario de grandes serrerías. Fue así como se hizo el tránsito del cáñamo a la madera. Estuvo a punto de echarle el negocio abajo la aparición por aquellos días de la descortezadora, con la cual se abarataban los gastos de manufacturación del cáñamo, al tiempo que se podía aumentar su producción. Esto podía hundir el imperio Hearst y es entonces cuando idea una estrategia de contraataque y pone en marcha la conspiración contra el cánnabis. En la citada película, Ciudadano Kane, el dibujante enviado a la isla de Cuba para informar del conflicto, al ver que todo estaba en calma y que no había ninguna noticia sobresaliente, llamó a Hearst y le dijo que, dado que allí no ocurría nada, que quería volver. Es entonces cuando el magnate profiere las palabras que a todos nos dejaron estupefactos cuando las oímos por primera vez: “Enviáme imágenes y yo haré la guerra”. Eso era película, pero muestra la triste realidad, y de eso sabemos mucho hoy. Los medios de comunicación son capaces de cambiar la opinión pública en un espacio corto de tiempo, y así hizo Hearst con la marihuana. A través de su periódico el San Francisco Examiner elaboró una de las mayores campañas de desinformación habidas hasta el momento. En cuestión de meses, la sociedad empezó a ver el cánnabis como lo peor del mundo, causante de la vagancia, la delincuencia y la pérdida de valores. Conseguido eso, inició el paso siguiente, que era prohibir el cultivo y venta del cáñamo. Y como Dios los cría y ellos se juntan, contó con la ayuda de otras corporaciones, entre ellas, la empresa química Dupont, dueña de las patentes del nylon y el rayón, fibras sintéticas a partir del petróleo, que iban a sustituir al cáñamo.

La alianza funcionó, favorecida además porque Dupont tenía un contacto en el Congreso, que era el Director de Narcóticos estatal, de nombre Ansloinger. Lo curioso es que la información “científica” que aportaron en la cámara para justificar la prohibición del cáñamo eran los panfletos amarillistas que Hearst publicaba en su periódico; y, como contra la corrupción no valen razones, los informes que reivindicaban los beneficios del cáñamo no se tuvieron en cuenta. Así fue como se promulgó la “Marijuana Tax Act”, que penalizaba su cultivo y consumo. ¡Y así se escribe la historia! Ochenta años después, seguimos sufriendo las consecuencias de aquel acto de prevaricación y, quizá también, de cohecho. Porque el perjuicio para la sociedad no solo fue porque se hubiera prohibido el uso del cánnabis en medicina, sino por lo que supuso la desaparición del cultivo del cáñamo, una de las plantas más generosas de la naturaleza. La prohibición cambió el rumbo de la industria, para mal. El cáñamo, que hasta entonces se había utilizado para fabricar papel, telas, cuerdas, aceites para pinturas… fue sustituido por madera y plásticos derivados del petróleo, lo cual supuso un grave problema medioambiental, porque no se degradan. El plástico también se habría podido fabricar a partir del aceite de cáñamo, un producto natural y biodegradable que no atenta contra la vida en el planeta.

Aparte del cambio en la industria, con la marihuana prohibida, comienza un lucrativo negocio de las farmacéuticas –de las que participan importantes políticos de ámbito mundial—, que empiezan a patentar derivados sintéticos de los principios activos del cannabis. La Asociación Médica Americana (AMA) defendía el cánnabis de uso para curar. Sin embargo, todos los intentos para legalizar su uso terapéutico han sido infructuosos, a pesar de los estudios que indican sus beneficios.

Desde antiguo se conocen muchas de las propiedades medicinales del cánnabis. Sus semillas constituyen una de las fuentes de proteínas más ricas de la naturaleza, aparte de contener dos ácidos grasos esenciales que nivelan el colesterol. Su principio activo, el tetrahidrocanabinol (THC) es muy eficaz en el tratamiento del asma y el glaucoma. También equilibra la tensión arterial, calma la ansiedad, mejora la artritis y alivia las náuseas producidas por la quimioterapia. El CBD es una esperanza en el tratamiento de diversos trastornos neurológicos en niños. La propia FDA lo ha reconocido y lo ha aprobado para el tratamiento de algunos tipos de epilepsia y el temido glioma (tumor cerebral) en niños. No obstante, el mayor avance en la investigación de esta planta es el descubrimiento de sus propiedades antitumorales. Y eso se lo debemos al profesor y catedrático de Biología Molecular de la Universidad Complutense de Madrid, Manuel Guzmán, que es también presidente de la Sociedad Española de Investigación sobre Cannabinoides (SEIC). Él dirigió el equipo que descubrió el potencial antitumoral de los cannabinoides.

Guzmán empezó a investigar el cannabis en 1996, tras ser descubiertos los receptores cannabinoides, “así como los endocannabinoides y los mecanismos que utiliza nuestro organismo para sintetizarlos y degradarlos”. Fue en la década de 1960 cuando el doctor Rafael Mechoulan aislara los cannabinoides THC (tetrahidrocannabidiol) y CBD (cannabidiol), ambos presentes en la planta de la marihuana.

Con una subvención del Ministerio de Educación y Ciencia, el doctor Guzmán se puso manos a la obra, y un buen día observó que distintos tipos de células tumorales cultivadas en placas morían al ser expuestas a THC. Hicieron los primeros experimentos con ratones y ratas portadores de tumores cerebrales malignos (gliomas) y comprobaron que el cannabinoide inhibía el crecimiento de las células tumorales.

“Los avances en el conocimiento del sistema endocannabinoide han contribuido a conocer más cercanamente el potencial terapéutico de los cannabinoides, y a partir de ello han surgido diversos medicamentos y paramedicamentos que contienen cannabinoides en su composición”, expresa Manuel Guzmán, y añade que se están desarrollando algunos proyectos para regular su uso terapéutico en Estados Unidos, Canadá, Uruguay e Israel. Establece que la sociedad está dejando de ver la marihuana como algo negativo y resalta que muchos enfermos están utilizando preparados de cannabis a escondidas. En relación a este punto, manifiesta no estar de acuerdo en que la marihuana no pueda cultivarse y consumirse libremente; reivindica el derecho a la automedicación, a la autoexploración y al autoconocimiento, para lo cual sería necesario “revisar las restricciones legales que impiden a los médicos supervisar el uso de preparados de cannabis o incluso prescribirlos. En cuanto a su consumo, sea aterapéutico o recreativo, establece que el Estado debería informar de manera rigurosa sobre los efectos y riesgos de la planta, y que debe ser cada uno quien decida si consumirla o no. Asimismo, el Estado debería controlar los preparados terapéuticos destinados a la venta haciendo análisis de cannabinoides, pesticidas y otros microorganismos.

En cuanto a la investigación de los cannabinoides es difícil llevar a cabo ensayos de estas sustancias, porque en el Schedule I están categorizadas como sustancias consideradas como de poder adictivo, sin aplicación terapéutica y de uso no seguro. Todo esto conlleva trabas burocráticas y prejuicios para su consumo.

Además de esto, los estudios científicos independientes que se están haciendo en todo el mundo no están teniendo la relevancia merecida, debido al conflicto de intereses. Lo que les interesa a la Big Pharma es que la planta siga demonizada y que el ciudadano continúe creyendo que es un peligro social y que, por tanto, no debe ser legalizada. Así, primero, podrán seguir explotándola privadamente, y segundo, los enfermos no se beneficiarán con algo tan fácil y barato de conseguir y tendrán que recurrir a sus productos, de horribles efectos secundarios.

Y en este tema vemos de nuevo a la inefable Organización Mundial de la Salud, a quién ya acusamos en estas páginas de estar al servicio de las empresas farmacéuticas que la financian. En cuanto al cannabis, mantiene ocultos los resultados de las investigaciones, por ejemplo, la que concluye que los efectos del cannabis son menos perjudiciales que los del alcohol o el tabaco. Se habla, claro está, de la marihuana de uso recreativo.

Se habla incluso de sobornos a los responsables de la OMS, cosa que no nos extraña nada. De hecho, y esto sí es escandaloso, algunos de los directivos del organismo de la ONU pasaron a ser altos cargos de estas empresas. Hablamos del que fuera director de la Unidad de Drogodependencia de la OMS, Hans Halbach, que fue contratado por la empresa suiza Hoffman La Roche. En la misma lista encontramos a Gilbert Yates, antiguo responsable de la División de Narcóticos de la ONU, que pasó a ocupar el puesto de Director de las Industrias Farmacéuticas Británicas.

Como habrá visto el lector, estamos ante una planta maravillosa, un regalo de la naturaleza, que empleado médicamente, como hemos expresado, puede ser de gran ayuda. Urge, por tanto, legalizar su uso terapéutico. En cuanto a su uso recreativo, debe ser restringido a los adultos, y la información debe ser exhaustiva. No se trata de una planta inocua; puede tener efectos positivos, como mejorar el humor y sentirse mejor en general, pero también pueden aparecer fobias y paranoias.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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