Dos noticias fechadas en los Estados Unidos llaman la atención sobre el racismo y la violencia que no cesa en aquél país. En Missouri, arde la ciudad de Ferguson. Incendios, tiroteos, cargas policiales, asalto de comercios…
Una explosión de ira de la comunidad afroamericana tras conocer que un Gran Jurado ha dejado libre y sin cargos al policía (Darren Wilson) que en agosto mató a tiros a Michael Brown, un joven negro que iba desarmado. Seis disparos, dos de ellos en la cabeza.
El segundo caso, ha sucedido en Cleveland, Ohio. Un niño de doce años (Tamir Rice) murió a resultas de dos disparos efectuados a corta distancia por un policía que confundió la pistola de juguete que llevaba el chaval con una arma de verdad. El agente alega que el niño llevaba la pistola al cinto e hizo ademán usarla.
Hay tres elementos que suelen ser factor común en los episodios de violencia urbana que con tanta frecuencia se dan en aquél país. Uno es la profusión de armas en manos de particulares.
La Constitución ampara la tenencia de armas. Es una herencia que hunde sus raíces en la Historia; de cuando los peligros de la frontera acechaban a los colonos que avanzaban hacia el Oeste.
Bill Clinton y Barack Obama, intentaron -sin éxito- aprobar leyes que limitaran el uso y la licencia para portar armas de fuego. En cada ocasión les salió al paso la poderosa Asociación Nacional del Rifle, muy activa como lobista en el Congreso.
Hay estados de la Unión dónde se puede comprar por correo un fusil de asalto o una pistola. De esa facilidad se deriva el segundo factor presente en buena parte de los episodios de violencia en el que participan civiles y agentes de las fuerzas de seguridad: los policías tienen el gatillo fácil.
A la menor, disparan. Y suelen contar con el respaldo de sus superiores. Desde nuestra perspectiva europea, vecinos de países dónde el uso de las armas está reservado a los uniformados, resulta difícil comprender lo que pasa en los EEUU.
Entre nosotros, nadie tiene en casa un fusil, ni se defiende a tiros de un ladrón que penetra por el balcón. Y luego está el racismo, una pulsión que como seres humanos, nos avergüenza.
La sociedad norteamericana es una sociedad dónde la desigualdad económica es muy grande. En esa desigualdad que se traduce en la pobreza que sufre un porcentaje importante de la población fermenta la violencia y la delincuencia. Las cárceles están llenas.
La población reclusa roza el millón de presos. Allí ganan las elecciones locales los políticos que prometen mano dura. Las muertes de estos pobres chicos, tristes protagonistas de la noticia, darán pie a una reflexión sobre la conveniencia de hacer pedagogía contra el racismo y restringir el acceso a las armas, pero, por desgracia la reacción no pasará de ahí. Es otro mundo.