Francisco Muro de Iscar

Refugiados, un grito desesperado

Refugiados, un grito desesperado
Francisco Muro de Iscar. PD

Aunque la cabeza pide hablar hoy del acuerdo que empuja a Cataluña hacia la secesión, en contra de la convivencia entre españoles, de la Constitución, del sentido común y de la mayoría de los catalanes, el corazón pide hablar de otro problema, el de los refugiados en Europa, que se está agravando y que puede acabar en un drama.

Los recientes y lamentables sucesos de Colonia y de otras ciudades europeas están siendo aprovechados por algunos para oponerse a la acogida de los refugiados sirios, afganos y de otros países y para alertar sobre el peligro que suponen.

El problema no afecta por igual a toda Europa. En España y en otros países europeos, apenas existe. La política de concesiones de asilo es muy estricta y todavía no ha llegado casi ninguno de los 17.000 refugiados que íbamos a acoger. Muchos de ellos están en las fronteras de Europa, en países como Turquía, a los que la Unión Europea ha dado mucho dinero para que contenga la avalancha.

En Alemania están ya no los 800.000 que calculaban hace unos meses sino 1.100.000 refugiados. Eso sí que es un Gobierno solidario. Ahora, la propia canciller Merkel –la principal defensora de la acogida y de la solidaridad– se ha visto obligada a decir que se expulsará a los refugiados que violen la ley.

Algunos periódicos han titulado que «muchos de los agresores eran sirios», pero de los sospechosos detenidos, nueve eran argelinos, ocho marroquíes, cinco iraníes, dos alemanes, un iraquí, un serbio, un estadounidense… y cuatro sirios. Hay que tener mucho cuidado con demonizar a los refugiados y favorecer a los grupos de extrema derecha que están en contra de la solidaridad.

Los refugiados van a seguir viniendo a Europa mientras Europa no actúe con firmeza, junto al resto de potencias, para acabar con conflictos como el de Siria o mientras no contribuyamos de verdad al desarrollo de esos países en su propio territorio. Mientras Europa mira para otro lado, en Siria, el ISIS asesina no sólo a los contrarios, sino a quienes denuncian las terribles condiciones de vida en los territorios bajo su control.

En ciudades como Madaya, apenas a 25 kilómetros de Damasco, sellada a cal y canto por controles militares y por campos de minas, 40.000 personas viven como animales, comen carne de perro o hierbas, resultan intoxicadas por medicamentos caducados, los enfermos son abandonados hasta que mueren… Las imágenes de ancianos y niños escuálidos –¿recuerdan las imágenes de Biafra hace años?– han inundado las redes. Pero no pasa nada. Cerca de 400.000 personas de las aldeas cercanas están en situaciones similares.

No hay ayuda humanitaria. ¿Qué haríamos nosotros si estuviéramos en su situación? ¿Esperar nuestra muerte y la de nuestros hijos o abandonar todo, arriesgar la vida y huir a Europa? Hay más niños, como Aylan, que han muerto en las playas europeas o en ese cementerio terrible en que se ha convertido el Mediterráneo. Ya no nos conmueven, ya no son noticia.

Seguirán llegando a Europa mientras Europa no haga algo. Seguirán siendo un problema creciente mientras no les demos una salida. La pregunta no es a cuántos podemos acoger dignamente, sino hasta cuándo va durar esta vergüenza humanitaria.

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