Santiago López Castillo

¡Bravo! Vuelta al ruedo

¡Bravo! Vuelta al ruedo
Santiago López Castillo. PD

Ya era hora. Han tenido que pasar centenares de años para que la cordura se introduzca en la cabeza de los llamados seres racionales y caer en la cuenta de que lo del Toro de la Vega era una salvajada. Lanceado, apaleado, ultrajado, escupido, hasta caer muerto y sin puntilla (lo del gargajo es lo de menos porque no es como una saeta que rompe y rasga la piel del astado, pero es índice de desprecio a la belleza de un ser vivo con sentido y hasta con sentimientos).

Bravo, pues, por la Junta de Castilla y León al validar el decreto por el que se anula la celebración del Toro de la Vega, en Tordesillas, que era un clamor para los que amamos a los animales . La bestia, sí, la bestia, que llevamos los humanos en la mierda del culo, sólo disfruta haciendo el mal. Esta bestialidad no se reduce exclusivamente a aquella localidad vallisoletana. Recorre toda la piel de toro, rechace al que se apuntan los podemitas y ecolo-getas. No es eso, no es eso. En cierta ocasión, y sabedor de mi amor por los animales, principalmente los perros, el gobernador de Guadalajara (ahora subdelegado del Gobierno, la semántica pinta mucho en política) me dijo: «Si yo prohíbo una corrida en un pueblo, al día siguiente, estoy colgado de una encina». Sí, el árbol del ahorcado, donde terminan los más bellos galgos cuando ya no cazan. Se llamaba Pepe Herrero Arcas. Un caballero.

La reflexión que ha hecho el PP para suprimir este cruel festejo se basa en el descrédito del pueblo de Tordesillas. En la fecha de la celebración, multitud de animalistas se concentraban en señal de protesta mientras que, de otra parte, los nativos del lugar la emprendían a insultos e incluso con agresiones físicas a los que pedían la abolición de tamaña barbarie. Algunos años se llegó a armar una batalla campal. No es comparable, por otro lado, esta decisión con la abolición de la fiesta de los toros en Cataluña, donde primaba el odio ante cualquier vestigio español, porque se permite, en cambio, los correbous o toros embolados ardiendo los cuernos del animal, toda una salvajada.

Y luego nos sale esa recua de defensores de «la fiesta nacional», y una mierda, con Carlos Herrera de primer espada o la subalterna Esperanza Aguirre enarbolando lo del «interés cultural». Recuerdo que en mi etapa de director de «Parlamento» presenté un debate sobre la fiesta de los toros y de modo y manera que un diputado del Partido Popular se manifestó en contra, en las próximas elecciones fue tachado de las listas. Se trataba de Manuel Pérez Corgos, con quien mantengo una buena amistad. La Reina Doña Sofía es un buen ejemplo en el que se deberían mirar estos cafres que claman por la sangre de toro.

¡Va por ellos! Quiero decir: por los que claman la vida, no la muerte.

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