Jon Juaristi

En España no es prudente meterse a profeta en cosas de allende el mar

En España no es prudente meterse a profeta en cosas de allende el mar
Jon Juaristi. PD

PARAFRASEANDO a la ínclita Pajín (¿qué habrá sido de ella?), les aconsejo que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en breve en nuestro planeta: la coincidencia a ambos lados del Atlántico de dos liderazgos increíbles, a saber, la presidencia de Trump en los Estados Unidos y la de Rajoy en España. Puede pasar de todo.

Y como puede pasar de todo, es imposible predecir qué pasará. La pobre Leire, que se metió a pitonisa sin que nadie se lo hubiera pedido, debió de comprar su bola de cristal en el chino de la esquina, pues ni se olió la crisis financiera.

Calladita habría estado mejor. Ahora, Rudolph Giuliani pronostica que dentro de un año los niñatos lloricas que se andan manifestando en manadas contra Trump vivirán mucho mejor y se les caerá la cara de vergüenza.

Puede que sí y puede que no. La Historia siempre la mueve lo imprevisto, que decía Stendhal. Pero Giuliani tiene a su favor cierta experiencia política (por lo que yo sé, algo más brillante que la de Pajín). Viví en Nueva York cuando él era alcalde, y no oí a nadie negar que iba resolviendo problemas que parecían endémicos. La seguridad en las calles, por ejemplo. Es verdad que resulta más fácil mejorar la seguridad que terminar con la pobreza. Por eso Obama no resolvió los problemas de seguridad.

Bajo su presidencia hubo más broncas por violencia policial que en los tiempos de Bush junior y más atentados islamistas, es verdad que no tan graves como los del 11-S, pero no le pareció tan urgente ocuparse de ellos como de la pobreza. Dejó las cosas peor de lo que estaban, en seguridad y en pobreza, y la gente de viva la gente ha votado a Trump, cosa que no hizo en España con Pablo Iglesias.

Después de conocerse la victoria de Trump, entrevistaron en la uno de la tele a cuatro niñatos lloricas norteamericanos estabulados en alguna universidad de Sevilla. Aparecían vestidos de negro, como en Halloween, cogiditos de la mano y soltando el moco como en el Entierro de la Sardina.

Todos decían tener mucho miedo, pero lo verdaderamente simpático fue que una de las niñas afirmó que acabábamos de entrar en la Tercera Guerra Mundial. Será en la Quinta, digo yo, porque la Tercera terminó hace veintisiete años y hace quince que estamos metidos en la Cuarta.

Y sigo sin entender a qué venía semejante payasada en la televisión que todos pagamos. La progresía es proléptica allí donde prospera la especie, sea en Sevilla o en Estocolmo.

Por eso le dieron el Premio Nobel a Obama sin esperar a que se estrenara y por eso propusieron en el Parlamento británico declarar a Trump persona non grata en el Reino Unido. Pero no sé a qué viene que nos pongan en los telediarios españoles sesiones de Suspiros de Minnesota como la mencionada.

En España, seas de izquierdas o de derechas, hay que cuidarse mucho de meterse a profeta, sobre todo si se trata de los Estados Unidos. Acabo de rescatar de mi baúl de los recortes una estupenda Tercera (de ABC) de 1949, firmada por López Rubio. Comenta la presentación en Filadelfia del primer cerebro electrónico, creado por Claude Shannon para la Bell Telephone Company.

Augura que el invento no tendrá futuro alguno, no le ve utilidad. Es un capricho más del inmenso Toyland americano. Sólo una especie de Arturito Pomar de juguete. Puede disputar partidas de ajedrez, como un niño de verdad, pero, de momento, es incapaz de componer siquiera un mal soneto: «Un soneto no es cosa de niños, ni de máquinas, por muy electrónicas que sean, y no se hace con arreglo a un presupuesto». Y eso, López Rubio, que había vivido un montón de años en Hollywood trabajando para la Fox. No digo nada, las Leire Pajín.

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