Fernando Jáuregui

Hacia un nuevo Pacto del Betis

Hacia un nuevo Pacto del Betis
Fernando Jáuregui. PD

Temo que muchos lectores más jóvenes que quien suscribe desconozcan ya el alcance que tuvo aquel ‘pacto del Betis’ que, en 1974, significó la reconstrucción del PSOE, que salió destrozado y exiliado de la guerra civil, condenado casi a ser una ‘memoria histórica’.

En sustancia, se llama ‘pacto del Betis’ al que suscribieron tácitamente los nuevos socialistas andaluces, encabezados por Felipe González, cuyo alias de guerra en la clandestinidad dio en llamarse ‘Isidoro’, más Alfonso Guerra, con los socialistas vascos, que tenían en Ramón Rubial y Eduardo López Albizu -padre de Patxi López–, más al sindicalista Nicolás Redondo, sus figuras emblemáticas.

Todos ellos se empeñaron en arrebatar el poder a los ‘históricos’ del exilio en Toulouse, liderados por Rodolfo Llopis y un grupo de veteranos que mantenían al partido fundado por Pablo Iglesias en 1879 en una inoperancia inconveniente, cuando ya el dictador agonizaba y se anunciaban como inminentes nuevos tiempos políticos.

Ahora, muchas décadas después, quizá los socialistas españoles, en circunstancias muy diferentes, habrían de repetir una operación similar para reconstruirse.

A aquel ‘pacto del Betis’ se sumaron las escasas figuras cercanas al ‘nuevo’ socialismo madrileño, como Pablo Castellanos, y, posteriormente, catalán, donde destacaba la figura de Joan Raventós, además de los ugetistas de la minería asturiana, entre otros. Y, en su crecimiento, el ‘nuevo’ PSOE, que, impulsado por Mitterrand, Willy Brandt y Olof Palme, logró el reconocimiento internacional frente a Llopis, logró aglutinar, no sin esfuerzos, a los diversos socialismos cristianos de Convergencia, dispersos por el mosaico opositor al Régimen franquista, y al grupúsculo de Enrique Tierno Galván, el Partido Socialista Popular.

Así se construyó una alternativa de poder, no sin movimientos programáticos que se produjeron con graves traumatismos, como el abandono del marxismo por parte de Felipe González o la aprobación de la entrada de España en la OTAN.

En 1982, esta ‘operación Suresnes’ -la localidad francesas donde el PSOE ‘renovado’ había celebrado su congreso ‘clandestino’en octubre de 1974–, con el apoyo pleno de la Internacional Socialista, lograba un triunfo electoral espectacular, derrotando a la UCD de Calvo-Sotelo (Suárez ya había dimitido un año antes), a la Alianza Popular de Fraga y al Partido Comunista de Carrillo, y obteniendo nada menos que 202 escaños en el Congreso. Casi nadie lo hubiera predicho tres años antes.

Ya sé, claro, que han pasado cuarenta y tres años desde aquel 1974 de reconstrucción, pero la Historia, ya se sabe, sirve para no repetir errores y, si posible fuere, para copiar los aciertos.

Y el ‘pacto del Betis’ fue un acierto indudable, que posibilitó trece años seguidos de poder para Felipe González y consolidar al PSOE como primera fuerza política nacional, mientras la derecha, de la mano de Manuel Fraga, primero, y de José María Aznar, después, se reconstruía y se olvidaba de tics franquistas.

Lo curioso es que la situación del partido que fundara Pablo Iglesias Posse tiene bastante que ver con la que atraviesa, casi siglo y medio después, la formación a la que los excesos de la última Legislatura de González, los errores de las dos legislaturas de Zapatero y el desmadre de los dos años de Pedro Sánchez como secretario general han conducido a una ‘clandestinidad virtual’: el partido carece de programa, de un liderazgo reconocible, de organización y de moral.

Y menos mal que un hombre sensato, de buen juicio y escaso carisma, como Javier Fernández, ha accedido, con enorme coste personal, a mantener en pie las ruinas, tratando de ser un equilibrio entre los sevillanos de Susana Díaz, los vascos y asimilados de Patxi López y todos los demás, que, en confusa barahúnda, mantienen (algunos) posiciones diversas, silencios ocultistas o voceríos sin contenido, mezclados con el innegable sentido común de otros.

En este panorama, Sánchez, que se resiste a firmar su propia acta de defunción política, se ha convertido en el Rodolfo Llopis al que se hace preciso poner en su verdadero lugar, porque está significando un auténtico riesgo para una pronta recuperación de un partido que resulta imprescindible en el arco político español. Porque en la izquierda, o es un PSOE realista -fíjese usted que no digo siquiera moderado- que algún día sea capaz de hacer ofertas programáticas y hasta orgánicas a lo más homologable que exista a su izquierda, y hasta a su derecha…

O será un Podemos que ahora, en una pugna con cierto interesante fondo entre Iglesias y Errejón más los anticapitalistas, se debate entre el ser y no ser, o sobre qué es lo que quiere ser.

En ese marco, solamente un gran pacto que aglutine el ‘sur’ (Díaz, más los principales ‘barones’ territoriales con Javier Fernández como figura destacada) con el ‘norte’ (es decir López más los muchos fugados, que no trásfugas de la locura ‘sanchista’) podrá hacer que el próximo congreso del PSOE, cuya fecha se fijará en el comité federal de este sábado, signifique el comienzo de la recuperación, el renacimiento, de este partido.

O sea, como decíamos, un nuevo ‘pacto del Betis’, que sitúe al socialismo español en un posición de fuerza en el panorama interno y de guía de la muy despistada socialdemocracia europea, que no hace más que perder elecciones frente a la derecha y dejar huecos a formaciones a las que algunos llaman ‘populistas’ y uno calificaría de ‘locuras anti-sistema’.

Recordemos que aquel PSOE que ganó en 1982 se convirtió en un ejemplo tanto para las socialdemocracias sueca, alemana y francesa, para no hablar de sus semejantes latinoamericanas, como para el conjunto de la ‘progresía’ española, a la que en buena parte absorbió, dejando residuos críticos, siempre necesarios, como Izquierda Unida, a su izquierda.

Locura sería ahora, en 2017, conformarse con menos. O pensar en pactos de gobierno imposibles con Podemos, como aquellos en los que, hace solamente un año, soñara Sánchez, y menos aún con unos nacionalistas que necesitan dialogar no con equilibrios inestables y oportunistas, sino con gobiernos fuertes, como el que, a comienzos de 2016, podía haber salido de una gran coalición ‘a la alemana’, algo que, a estas alturas, parece ya lamentablemente imposible.

Puede que sea la hora de que, de sus cenizas, resurja un PSOE al que el propio Rajoy reconoce como una pieza imprescindible para el equilibrio político, y territorial, de España.

En las próximas horas, en un comité federal que debe servir para algo más que para fijar la fecha de un congreso, sabremos qué es lo que realmente podemos esperar de un partido que gobernó durante veintidós de los cuarenta años de la Historia de la democracia restablecida en España.

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