Análisis

Juan Pérez de Mungía: «El seso totalitario»

Juan Pérez de Mungía: "El seso totalitario"
Ada Colau TW

No estamos para saber de identidades personales. Nos importa como decían los romanos un espárrago. Ni tiene lugar ninguna liberación ni produce siquiera un conflicto social que tengamos en la Jefatura del Estado, como ministro, o como alcaldesa un homosexual. En la vida social se juzga a cada uno por su acción, o mejor aún por su producto. Colau, por ejemplo, pretende que se le perdone su nefasta gestión por su condición de señora y bisexual, como si el uso abusivo de sus orificios corporales fueran a ser agujeros negros de la ruina que procura al ciudadano común de una Barcelona que fuera en otro tiempo rompeolas de las Españas. Resulta tan ridículo y patético que se mezclen identidades personales y posiciones sociales que no solo no se legitima ninguna práctica social ni práctica privada sino que, a lo sumo, contamina el ejercicio de la función con las particulares preferencias de quien ejerce una conducta normal o desviada. El daño social se produce cuando alguien inmiscuye sus particulares preferencias políticas o sexuales, que tanto dá, para crear un mercado secundario y restringido que viene a determinar que no solo los juguetes sexuales se compren en tiendas de incógnito predesignadas, sino que compren el pan y la sal solo a aquellos que ejercen el mismo tipo de prostitución o frecuentan los mismos tugurios. No es que al ciudadano le traiga propiamente sin cuidado que hace cada quien con sus orificios corporales, sino que el humor y el talante son tan inútiles como confundir el gusto propio por algunos alimentos con reglas sociales que deben imponerse a propios y extraños. Católicos que solo se relacionan con católicos, o nacionalistas que solo compran la carísima almendra catalana. Que se lo pregunten a Borges externalizando a sus proveedores.

En la época del comisariado político de Sanchez lo que sí importa son dos cosas, si quien ejerce trata de imponer una conducta social colectiva, y si quien ejerce trata de hacerlo bien a través de la propaganda, bien a través de la coacción, o bien a través de lobis, ese mercado del tráfico de influencias por el que viene a imponerse una sola
especie. Es como esa conducta tan estúpida que legitimaría la retirada de la guarda y custodia de sus vástagos subrogados a Ricky Martin, esa que le hace decir que desea que sus gemelos sean homosexuales. Los hijos, subrogados o no, no tienen tatuada su pertenencia a un colectivo, y ya nos duele que vengan de marca como miembros de una clase social, médicos de médicos, ricos de ricos, o cantantes de cantantes. Una singular forma de posesión que bien podría etiquetarse de racismo y esclavitud. El sueño de Torra de ocupar el territorio contando solo con catalanes pata negra, o el sueño de Urkullu de imponer una práctica social que solo cuenta con ex-etarras.

Tanto daría que Ricky Martin dijera que prefería tener como vástagos a caniches, o que sus caniches piensan como humanos, por cuanto la verdadera limitación de la barbarie pasa por entero por la defensa de la libertad. ¿Cuántos enemigos le salen cada día a la democracia? ¿Cuántos enemigos le salen cada día al valor supremo de la libertad?. ¿Y cuantos enemigos le salen cada día a la libertad de comercio?. Santiago Carrillo ya declaró en un debate en la catedral de la televisión, que los nuevos filósofos se parecían extraordinariamente a los viejos reaccionarios, cuando se encontraba frente a uno de ellos. Habría que reconocer algún día lo que el feminazismo les debe a monjas y mujeres veladas que imponen su regla a la conducta sexual masculina al carecer de la propia. O habría que reconocer algún día a cualquier lacayo de una dictadura en la imposición de su propia conducta como norma ajena. Aquí lo mismo dán rabinos y mullahs que pontífices y curas llamando al orden para que solo se muestre la conducta aprobada por una particular manada.

Considérese que la defensa de la libertad no tiene por objeto la conducta individual, sino la expresión de esa conducta en el orden social, en cuanto procura no ya bienestar a los individuos que ejercen su libertad -lo que ciertamente no nos importaría obvia y propiamente nada-, sino en cuanto procura la creación de bienes sociales, porque contraviene el sentido común que la libertad individualmente considerada amenace la libertad social, la libertad de todos. Este es justamente el designio del nacionalismo, y el designio de Sanchez que se apresura a colocar en todas las posiciones sociales a su alcance a quienes han de servirle con singular fruición y mostrar inane voluntad de parecer distinto o de resultar críticos. Es la misma política de Salvini prometiendo retirar la custodia policial de un amenazado de la mafia, el escritor Saviano. Sanchez apuesta por una singular metempsicosis por la cual todos los demás ejerzan de acólitos y aplaudidores porque odia la libertad si la libertad amenaza su posición.

Una forma de coacción muy perniciosa es a través de leyes, normas, o costumbres, todas las formas en que se arruina la libertad. Mientras no se pilla cacho, los sociatas tipo Sanchez se apresuraban a criticar los nombramientos de sus enemigos políticos. Sanchez carece de la cultura del adversario que determina el pensamiento distinto a través del reconocimiento del otro. Nada que ver con Leguina, con Redondo o con Peces Barba que dijera aquello de que la sociedad y el Estado como expresión de la misma deben renunciar a imponer una moral en la esfera de la acción privada. Y consecutiva a esa renuncia imponer la libertad colectiva frente a la emblemática imposición de los placeres privados. Sanchez odia la libertad y se apresura a controlar los medios y a imponer comisarios políticos en cualquier oficina pública, que queda a merced de una práctica social que otro tiempo produjo nuestra ruina, la cesantía. Una pléyade de nombramientos a dedo ha substituido la otrora libre y responsable clase funcionarial. Frente al funcionario que se debe a su función pública, a menudo recompensado solo por medallas y reconocimiento social, se ha alzado una cohorte de turiferarios de los que Sanchez solo espera obtener lo que ya tiene, la nada. ¿Puede alguien ser tan estúpido de imponer uniformidad y no servirse del juicio ajeno para tener ideas propias?Esperemos que el humo no le dé el crédito que no ha merecido, sea el traslado de los restos de Franco violentando la historia que es la auténtica memoria de los vivos, sea cualesquiera otra bandera que por barata bien puede servir a su escuadrón de enganche. Se critica la violencia de la manada pero solo cuando no proviene de las pistolas de Alsasua, o del irredentismo nacionalista catalán.

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