Yo guiaba a un grupo durante su visita al museo Geominero cuando al detenernos junto al cuadro que explicita las propiedades de los minerales, una señora de hermosa cabellera plateada preguntó: «¿Esto es lo que llaman el oro de los tontos, verdad?» -sonreía señalando hacia otro expositor donde lucían una hermosas piritas- No me gusta que alteren el orden de mi exposición pero la mitad del grupo se desplazó hacia donde ella señalaba y no me quedó otra. Mi cabeza fue mucho más allá de lo que me preguntaba, pero respondí mecánicamente: «Pues sí. Pero esos cubos son de pirita, vamos, de sulfuro de hierro; provienen del yacimiento de Navajún, en la Rioja. Ese color amarillo metálico que parece tan sugerente, es lo que asemeja la pirita al oro; aunque, como dice el refrán, no es oro todo lo que reluce. A veces los buscadores de oro, lo confundían y creían haber encontrado una fortuna; por eso lo llaman el oro de los tontos como usted dice».
Pensaba en todo eso, mientras lo explicaba. Y el mismo día, al terminar la visita, me propuse escribir sobre el que realmente hubiera merecido el adjetivo de «oro de los tontos». Me refiero al que se sacó de las cámaras de seguridad del Banco de España para embarcarlo, el 28 de octubre de 1936, en cuatro cargueros rusos con destino a la Unión Soviética. Y los tontos fueron sin dudarlo aquellos políticos republicanos que empobrecieron nuestro país del modo más absurdo.
¿Pero por qué el oro es tan importante para el bienestar de los pueblos?
Lo he leído en una publicación del Instituto Geológico y Minero de España, titulado «Pepitas de oro españolas». Comienza diciendo: «El oro es el más noble de los metales y también uno de los elementos químicos que existen naturalmente en el universo…», tal es así que fue apreciado desde antiguo por las propiedades excepcionales y la belleza que desprende su brillo y color tan característico; se diría que se asemeja al fulgor que ilumina el amanecer, a la diosa Aurora que le dio el nombre, -aurum: resplandor-. Quizá por ello, desde tiempo inmemorial, el oro ha sido deseado y atesorado por muchas civilizaciones como símbolo de riqueza, poder y estatus social.
Así surgió su uso como moneda de cambio -y aquí hemos de referirnos de nuevo al «oro de los tontos» que se aplicaría a las monedas melladas o de falsa aleación- y es un paradigma de la fortuna; es decir de dominio y potestad; con él, todo se podría obtener. Cualquier objetivo estaría al alcance de quien tuviera una moneda fuerte para pagar y el oro es la garantía absoluta que todos aceptan. Fue Constantino el Grande, emperador de Roma, quien estableció en el año 326 d. C. el uso del quilate, como medida de pureza del oro, al crear una nueva moneda de ese metal, el solidus (de ahí deriva el concepto de «sueldo») con un peso de 4,5 gramos que equivalía exactamente al peso de 24 semillas de algarrobo (la ceratonia silicua, nombre latino del algarrobo, a la que los árabes llamaban querat, suele pesar 0,19 gramos, así que 24 semillas equilibran la balanza de los 4,5 gramos del solidus). El emperador consideró preciso establecer esta en sustitución de la anterior, el aureus, que debería pesar 5,4 gramos, pero de la que se retiraban impunemente esquirlas en sucesivas transacciones, reduciendo su peso y consecuentemente su valor. Esa práctica sería imposible si cada cual podía verificar tan fácilmente que la moneda recibida se mantenía en su peso original. Así pues el oro de 24 quilates equivaldría al oro puro.
El oro es la garantía de pago más aceptada
En la vida comercial el buen nombre y la mayor solvencia lo es casi todo. El país que cuenta con lo que en términos financieros se considera un rating «AAA», tiene la posibilidad de obtener más rápido, más barato y mejor cualquier cosa que precise. De ello se beneficiarán sus ciudadanos porque podrán acceder a productos y servicios con prioridad a otros y bien sabemos que los bienes de la Tierra son limitados. De ahí que los Bancos centrales de todos los países cuenten con el oro como principal reserva para casos de crisis, pues su precio aumenta mientras cae el de los principales activos. No son pocos los economistas que opinan que la deuda pública, que crece exponencialmente en el mundo, resultará finalmente impagable; de ser así, las reservas de divisas se convertirían en un papel sin valor y la solvencia del país que haya optado por dólares, libras, u otras monedas, en lugar del oro se tambaleará. Bien, pues miren ustedes por donde, ese está siendo el caso de España. Ahora verán por qué esta nueva lotería del oro de los tontos nos ha vuelto a tocar a nosotros; más o menos con similares actores a los que hacían girar ese bombo en el año 1936.
La triste historia de nuestras reservas de oro
El oro de los Listos:
En el año 1936 se estimaba que las reservas españolas de oro estaban entre las cuatro más grandes del mundo. Se atesoró principalmente en los años de la monarquía de Alfonso XIII, aprovechando la neutralidad española durante la Primera Gran Guerra.
El oro de los Tontos:
Llegó la República y nuestros dirigentes vaciaron las arcas del Banco de España del modo más desaprensivo que cabe imaginar; tal es así que el cajero encargado de su custodia se suicidó ante la imposibilidad de evitar aquel expolio. Largo Caballero, ese dirigente socialista que tiene una estatua en el Paseo de la Castellana, fue quien dispuso el embarque de más de 500 toneladas de oro en monedas de muy elevado valor numismático. Salieron desde el puerto de Cartagena con destino a la Unión Soviética y nunca se volvió a saber de él.
Pero fue otro socialista, el presidente Rodríguez Zapatero, quien en el año 2007 volvió a tropezar en la misma piedra y, después de grandes y sorprendentes ventas, redujo a la mitad, las reservas del Banco de España.
Situación actual de las reservas de oro
Como se puede observar por el cuadro siguiente, el nivel actual de nuestras reservas de oro se sitúan muy por debajo del promedio europeo que es equivalente a 0,76 onzas por habitante, un 355% superior a las de nuestro país que ha quedado relegado a un 13º lugar en ese ranking, alejado del ratio de los principales países e incluso de otros como Grecia o Chipre.
Tampoco en el porcentaje que supone el oro sobre el total de las reservas la situación de España es diferente, pues del 60,70% que tiene de promedio en la Unión Europea, baja en nuestro país al 38,60%.
Las divisas son parte de un mercado financiero cada vez más volátil; sin embargo el oro es el ancla de la prudencia con la que se reduce la incertidumbre de una inversión y, por consiguiente, el riesgo. Sería bueno que en los momentos de inestabilidad que vive la economía mundial se potenciara este activo refugio para proteger nuestra solvencia, y alcanzar al menos, un nivel equivalente al promedio europeo. La memoria financiera también es parte de nuestra historia; quizás aún se podrían relativizar hechos que pertenecen al pasado, para poder mirar el futuro con una esperanza que ilusione a todos y olvide graves errores de unos y otros.