Caballero templario

Los olivos no votan

Porque esa es otra

Los olivos no votan

«La naturaleza no es un saldo contable: no se borra un siglo de vida de un olivo para ‘compensarlo’ con un retoño que habrá que pagar y cuidar. Es la miopía de la gestión, que ve recursos donde hay legado, y soluciones donde hay destrucción disfrazada de sostenibilidad.» (F.A.J. Mata H.)

Por algún rincón entre Arjona y Lopera, con las raíces aun rezumando savia vieja, yacen ya miles de cadáveres vegetales. Son olivos. Olivos centenarios. Árboles con más memoria que quienes hoy los arrancan. Olivos plantados cuando no había redes sociales para hacer ruido, ni técnicos para justificar la desvergüenza con informes. Árboles que no entienden de macro parques solares, pero que han estado ahí, tragando sol, viento, silencio y campañas electorales. Hasta hoy.

Los están arrancando —dicen— en nombre del progreso. Pero lo que suena es el viejo crujido de las expropiaciones forzosas, las prisas de las excavadoras y el tintineo de la subvención cayendo en la cuenta bancaria de alguna energética con nombre amable: Greenalia, por ejemplo. Arrancan 30.000 ahora, 100.000 cuando terminen. Y todo, con el sello “verde” en la solapa y la conciencia ecológica a modo de coartada.

Dicen que la sociedad lo apoya. No sé qué sociedad será esa. ¿La del consejo de administración? ¿La que firma desde Madrid los proyectos con una mano mientras siembra un millón de arbolitos con la otra para la foto de campaña? Porque en Lopera, en Arjonilla, en Cartaojal y en tantas otras, hay otra sociedad: la de los que viven donde ya no crecen más que placas negras y contratos basura. Llevan más de 120.000 firmas recogidas. Pero claro, los olivos no votan. Y sus dueños, parece, tampoco cuentan.

Ahora llaman “transición ecológica” a esto. Una expresión elegante para una brutalidad. Pero esto no es transición: es arrasamiento con papeles. No es ecología: es especulación con paneles. ¿Quién ha decidido que un campo de olivos vale menos que un campo de silicio importado? ¿Dónde está el debate público? ¿Dónde está el urbanismo? ¿Dónde están los informes que no escriben las consultoras contratadas por las propias promotoras? ¿Dónde están, en fin, los huevos de los alcaldes?

Porque esa es otra. Muchos de estos proyectos no tienen aún ni el permiso de obra municipal. Pero ya han empezado. Les da igual. Saben que no pasará nada. El BOJA y el BOE los protegen. Las instituciones están rendidas. O ausentes. Que es peor.

Nos han vendido que esto es por el clima, por el futuro, por el bien común. Pero ¿qué futuro es ese que se construye sobre la demolición del presente? ¿Qué bien común es ese que destroza un modo de vida, una cultura agrícola, una identidad? Aquí lo que hay no es transición, sino sustitución: de árboles por estructuras, de tierra fértil por desierto térmico, de trabajo agrícola por abandono y paro.

Y luego querrán repoblar la España vaciada. Con placas, claro. Y con nostalgia subvencionada.

Hay una verdad incómoda que nadie quiere decir: que no todo lo que brilla es renovable. Que no toda energía verde es limpia. Y que un olivo arrancado nunca se vuelve a plantar. Porque no es solo madera. Es historia. Es paisaje. Es arraigo. Es vida.

Arrancan olivos centenarios con la excusa del sol. No hay metáfora más salvaje de este tiempo. De este país.

Y mientras tanto, los olivos no gritan. Pero los que aún quedan en pie, si uno se acerca, crujen. Como si quisieran avisarnos. Como si supieran que los próximos seremos nosotros.

Fco. A. Juan Mata (caballero templario)

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