Me he levantado muy temprano y he devorado la prensa española e internacional. Buscaba un punto de apoyo para hacer palanca con nuestra situación y encontrar un camino para salir de ella. Mi primera impresión ha sido la constatación del sadismo de las autoridades monetarias internacionales. Siga leyendo en el blog de Carlos Carnicero.
Nosotros, los ciudadanos del sur, hemos abdicado de nuestra soberanía. Somos territorios ocupados por el directorio económico que manda en el mundo. Somos una democracia tutelada que espera, «en capilla», para saber si vamos a ser ejecutados socialmente o, a última hora, somos indultados por los mercados, por la señora Merkel y por el FMI. Un preso, en capilla, solo puede dejar pasar el tiempo en espera de morir o de recibir un indulto.
Claro, tiene unas horas para despedirse del mundo. Nosotros nos hemos despedido ya de la sociedad que tanto trabajo ha costado construir.
La única señal que encuentro de esperanza son las caceroladas que se realizan en España. Pucheros contra los mercados. Eso me ha levantado el ánimo. Las cacerolas, ahora mismo, son más poderosas que las urnas.
Nuestros dirigentes, que fueron elegidos democráticamente, han hecho una confesión de impotencia. Solo están pendientes de si el BCE inyecta dinero para que los bancos españoles se puedan acoger a ese crédito y comprar bonos a más del seis por ciento. Naturalmente, es dinero no llegará ni a las empresas ni a los ciudadanos en forma de préstamos.
El presidente del Gobierno y el ministro de economía no han podido ser más transparentes. Solo esperan clemencia de Europa. Nos confiesan que las draconianas medidas que han tomado sobre los trabajadores y el resto de los ciudadanos comunes no han servido ni van a servir para nada. Una defensa numantina a costa de la sangre de los ciudadanos. Los mariscales de esta batalla tampoco sufren la metralla, el hambre y la desolación. Los amos de este universo no sufren. Hacen sufrir. Como los generales de todas las épocas.