AUNQUE con retraso y sin mucho entusiasmo, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no ha tenido más remedio que cumplir su palabra y reconocer a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, tal y como establece la Constitución de aquel país, con la misión de convocar cuanto antes unas elecciones presidenciales y gestionar la llegada de la ayuda humanitaria.
En esta última semana han sido las dudas de Sánchez lo único que ha frenado la decisión de otros países de la Unión Europea a la hora de abandonar formalmente al régimen dictatorial de Nicolás Maduro.
El desenlace, pese a su tardanza, se resume en la cascada de reconocimientos en favor del presidente de la Asamblea Nacional, lo que ha permitido que salga a la luz el imponente grado de simpatía que ha logrado concitar la aspiración de los venezolanos hacia la libertad.
También se ha reflejado claramente la indignidad de algunos países, como Italia o Grecia, o de algunos aliados del Gobierno socialista, como Podemos y los independentistas catalanes, que insisten en defender lo indefendible.
Sin embargo, el de ayer es solo el primer paso, y probablemente el más sencillo. El reconocimiento de Guaidó significa necesariamente la ruptura con el chavismo, con todas sus consecuencias, lo que requerirá de medidas adicionales para acelerar la caída de Nicolás Maduro.
No se puede considerar a Guaidó presidente legítimo de Venezuela y seguir pensando que todavía hay algo que negociar con el tirano, salvo su salida del país, porque de otro modo la decisión anunciada ayer podría complicar el futuro de una nación ya castigada.
En este sentido, el proceso negociador que se inicia paralelamente en el llamado «grupo de contacto» no es la mejor idea que ha tenido la Alta Representante europea, Federica Mogherini.
El sucesor de Hugo Chávez alega que la decisión del Gobierno de España le manchará las manos de sangre, cuando él tiene las suyas goteando.
El régimen ha sido incapaz de contener la delincuencia, amenaza permanente para la vida de todos los venezolanos, y las víctimas de la represión se acumulan sin cesar, por no hablar de la catástrofe social que ha provocado la dictadura, con hambre en los hogares, penuria en los hospitales y exilio masivo.
Es difícil empeorar las cosas, pero si ello sucediera, solo puede atribuirse a la maldad de la dictadura en sus últimos coletazos. Tampoco debería Sánchez temer las represalias de un régimen en descomposición.
Maduro no tiene ya relaciones con nadie que no sea Cuba, Rusia, China o Turquía, e incluso estos socios están ya haciendo cálculos con las enormes deudas que ha contraído el régimen. Está solo y el tiempo corre en su contra.