Rafael Blasco García: «Las apresuradas nubes de la demagogia»

Cree a aquellos que buscan la verdad, duda de los que la han encontrado. (André Gide)

Nube
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Es sabido que las mentiras piadosas ayudan a mantener la cohesión social, permitiendo establecer vínculos con personas que piensan de modo diferente. La contradicción es intrínseca al ser humano, como nos muestra la dicotomía verdad-mentira. Según Nietzsche, “a veces necesitamos la ceguera y debemos permitir que ciertos errores y artículos de fe permanezcan intactos en nosotros mientras nos mantengan en vida”. Acudimos al engaño, entreverado de verdades y medias verdades, por la comodidad que proporciona al mentido y al que miente. Las pequeñas mentiras, o mentiras para la convivencia, son precisas para no herir sentimientos y facilitar la consolidación de las comunidades, mientras las grandes mentiras, muy especialmente las que atañen a los gobiernos, conducen a la desintegración de la sociedad. Idiosincrasias, prejuicios y limitaciones se enmarañan en la vida cotidiana, dardeando el camino del respeto y el entendimiento, empujando hacia el agreste pedregullo en el que camina con torpeza la verdad, ese velero que huyendo de toda ontología viaja en el revuelto mar de la política sin certeza de llegar a puerto, con su prometedor destello de pureza en el aire, arrastrado, como una cometa, entre el vuelo de las apresuradas nubes de la demagogia creada para el pueblo, al que los teósofos que tiene el gobierno le brindan los remotos caminos de una nueva primavera de floreciente democracia con su maná de promesas. Los límites de la mentira son necesarios en una política digna. Estamos hechos de perezas y conformidades, y el gobierno lo sabe, como también sabe que el pueblo acaba recuperando el sentido común que le indica la necesidad de una revolución interior e individual para no ser devorados por el poder, mientras esperamos la llegada del apóstol de la honradez. La verdad está condicionada, en palabras de N. Goodman, a los múltiples modos de ser del mundo, de verlo, expresarlo y describirlo. Mentir, como desviación consciente de la realidad, ha arraigado con fuerza en la sociedad, dejando de pertenecer a la moralidad y pasando a ser una ilusión estética. El hombre crea continuas metáforas de las que debe ser consciente para no confundirlas con la realidad de la vida. Se propagan grandes mentiras que conciernen a la ética social y, como en los tiempos de Larra, hay una desesperanza en la intelectualidad española, desesperanza motivada por el desinterés de la sociedad y la estulticia manipuladora de algunos medios de comunicación de masas que ensucian el buen periodismo y arrastran a la indiferencia de los lectores generando el desaliento del sector.

Nuestro terne y aplomado presidente, fundador del “club de los desencuentros” en el que se practica un aburguesado rojerío, vende parcelas de socialismo a quien pueda favorecerle en las urnas. Sus ministras, cariátides del gobierno, son aficionadas a los desfasados cuentos de Caperucita Roja y sus lobos de la derecha, y nos cuentan sus capacidades para llenar la cesta de la compra (a un precio que anonada al ciudadano), para relativizar el peso de la inflación o para proporcionar, mediante el milagroso diálogo del entendimiento, un plan de paz que convertiría a Putin en monje budista; plan únicamente superado por Donald Trump, quien asegura, como un Mago de Oz, poder poner fin a la guerra en un solo día. La sinceridad inversa, en la que está sumida la política surrealista de Madrid, digna de los esperpentos de Valle-Inclán, ha generado una suerte de chapapote que solivianta a la república de las hormigas. El erróneo cambio de paradigma en la “ley del solo sí es sí” chapotea con el escándalo del exdiputado socialista entregado al programa fariseo de congreso, cena y fiestas con prostitutas. Nada nuevo bajo el sol en esta película de sociología política en la que todos nadan revueltos intentando sacar la cabeza, mientras se toman medidas salvavidas que no salvan nada, excepto el oportunismo de estado que pone en evidencia una política lenta como un regreso y una manifiesta falta de pericia en el liderazgo presidencial, que ve en los partidos de la oposición una política barriobajera, con votantes díscolos y equivocados. Ministros y ministras beben con deleitoso regusto en sus fuentes de poder olvidando la sed del pueblo. Hay un exceso de mentira en el atrabiliario discurso político, que amenaza el orden constitucional mostrando su lado más oscuro. El paro, la vivienda, los jornales y la educación pasan por el filtro de la mentira para destilar la verdad oficialista. España precisa una pátina regeneradora que elimine el olor a caduco y termine con tanta corrupción e incertidumbre, con programas de gobierno en los que no se precise el desmedrado hueso de la caridad. El ser humano, decía María Zambrano, ha procedido a una “reforma del entendimiento” en los momentos críticos de la Historia, cuando la realidad muestra una verdad que no se corresponde con el discurrir de los hechos. A uno le invade la convicción de que nuestro país no da más por culpa de las malas políticas que acomplejan al ciudadano ante otros países de Europa en los que, como en un puzle, podemos encontrar los fragmentos precisos con los que componer un mapa más humano y armonioso. Descubrir un pueblo es hacer aflorar sus cualidades y defectos. Resulta claramente significativo el hecho de que nuestra sociedad no pierda, en los malos momentos de incertidumbres, mentiras y medias verdades, la alegría de vivir. Nuestra filosofía se basa más en el dicho popular de que “la vida es breve”, razón por la que la inflación está relegando el ahorro y priorizando poner en el podio ganador a la economía vital del presente más inmediato. Estas sustanciales virtudes van innatas en nuestra idiosincrasia de país, donde la vida sigue siendo mucho más palpitante y sorprendente que lo meramente escrito. El procomún de nuestra sociedad nos invita a seguir buscando en esta imparable yincana las dispersas pepitas de la verdad que nos ayuden a arribar a buen puerto sin perder sensibilidad en el camino.

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