Julio Rodríguez, más conocido como ‘Julio El Rojo’ o ‘Julio El Alakrano’, ha vuelto a demostrar con un artículo en El Siglo de Europa dónde está Podemos a la hora de hacer frente al conflicto golpista catalán.
El exJemad no tiene empacho alguno en llamar «estupido» al Gobierno de Rajoy, aunque se cuida muy mucho de poner nombres, pero basta con la lectura para saber que no está hablando de los partidos separatistas a los que su jefe, Pablo Iglesias, tanto ha sobado el lomo y hasta regalado la presidencia del Parlamento de Cataluña.
Bdía,
Os dejo mi artículo en @ElSiglo_eu sobre «la estupidez y sus síntomas».
Como nadie está descartado de padecer esa dolencia, toda vigilancia es poca.
¡Atentos!https://t.co/ALisyFgf0Y— Julio Rodríguez (@Julio_Rodr_) 3 de febrero de 2018
Expone Rodríguez que:
Hace tiempo que leí por primera vez Allegro ma non troppo, de Carlo Cipolla, el gran humanista e irónico historiador italiano, pero he vuelto a releerlo para comprobar que sus teorías siguen vigentes. En ese libro, Cipolla expone que muchos de los males que nos aquejan tienen por causa la actividad incesante de un clan: los estúpidos. «Un grupo no organizado, que no se rige por ninguna ley, que no tiene jefe, ni estatuto, pero que consigue, no obstante, que todos sus integrantes actúen en perfecta sintonía como si estuviese guiado por una mano invisible».
Explica que:
Son unos personajes que ante todo no hay que confundirlos con los tontos, con las personas de pocas luces intelectuales, ya que éstos pueden ser también estúpidos pero su escasa brillantez les quita la mayor parte del peligro. En cambio, hasta un premio Nobel o destacados académicos pueden ser estúpidos hasta el tuétano a pesar de su competencia profesional. La estupidez es una categoría moral, no una calificación intelectual.
Según Cipolla, hay cuatro categorías morales: la de los «buenos» o inteligentes, cuyas acciones logran ventajas para sí mismo y también para los demás; la de los «incautos» que pretenden obtener ventajas para sí mismos pero en realidad lo que hacen es proporcionárselas a los otros; la de los «malos» que obtienen beneficios a costa del daño de otros; y por último, la de los «estúpidos» que, pretendan ser buenos o malos, lo único que consiguen a fin de cuentas es perjuicios tanto para ellos como para los demás.
Y empieza a acercar el ascua a su tesis:
Lo peor de los estúpidos es que son muy peligrosos, porque los «malos» descansan de vez en cuando, pero los estúpidos jamás. Además, una de las características más peculiares de los estúpidos es que no se cansan nunca de intervenir, de corregir, de ayudar a quien no pide ayuda. Es decir, que los estúpidos a la condición de imbécil unen la pasión por la actividad.
Y para agravarlo todo un poquito más, Cipolla nos añade una circunstancia adicional. La persona «inteligente» sabe que es inteligente. El «malo» es consciente de que es malo. El «incauto» está imbuido de su propia candidez. Pero, al contrario que todos estos personajes, el «estúpido» no sabe que es estúpido.
Avisa de que:
Así que… no nos confiemos. Porque nadie está libre de que, en algún momento a lo largo de su vida, se haga digno merecedor de esa calificación. Si la estupidez es mala en todos los estamentos humanos, alcanza una gravedad especial entre los que se consideran intelectuales y entre los que están próximos al poder (siempre proclives a dar «sabios consejos» -unos- y pruebas de su inteligencia -otros-). Y ya que nadie está descartado de padecer esta dolencia, toda vigilancia es poca. Así que sería conveniente el que nos hicéramos chequeos periódicos para descubrir a tiempo la incubación de la estupidez.
Y remacha:
Alguno de los síntomas más frecuentes son: sentirse poseído por una alta misión, miedo a los otros acompañado de un loco afán de gustar a todos, impaciencia ante la realidad cuyas deficiencias son vistas como ofensas personales o como parte de una conspiración, un mayor respeto a «lo ha dicho el jefe» que a la sensatez o racionalidad de los argumentos,…
Si estos chequeos periódicos no se realizan, un buen test para detectar los potenciales estragos que la estupidez pudiera ocasionar es comprobar cuál sería la respuesta a la clásica pregunta que suele hacerse cuando alguien va a ocupar un cargo político: ¿Qué piensa hacer Vd. para resolver los problemas existentes en Cataluña?, por ejemplo.
Una respuesta sensata sería: «Para empezar, no agravarlos». Si eso les parece poco, ya es un mal síntoma.