Por todo lo alto

Brígida Gallego

Una vida tan apasionante como la de Lucia Berlin, una escritura tan honesta como la de Rachel Cusk

Trilogía de Copenhague de Tove Ditlevsen

Por primera vez, en un solo volumen, las tres novelas biográficas más importantes de una de las autoras danesas más singulares del siglo XX

Trilogia de Copenhague

Considerada “una obra maestra” por The Guardian, Trilogía de Copenhague reúne en un solo volumen Infancia, Juventud y Dependencia, los tres libros fundamentales de Tove Ditlevsen, aclamada como una de las voces más importantes y singulares de la literatura danesa del siglo XX. Una obra valiente y honesta que supone un ejercicio pionero en el campo de la escritura confesional y que explora temas como la familia, el sexo, la maternidad, la adicción y las dificultades para ser artista como mujer.

Durante su vida, Ditlevsen tuvo que lidiar con la tensión entre su vocación como escritora y sus roles como hija, esposa y madre, así como su condición de adicta, lo que llevó a escribir sobre la experiencia y la identidad femeninas de una manera adelantada a su tiempo, que conecta con la actualidad y las discusiones en torno al feminismo. Aunque basada en sus propias experiencias, Trilogía de Copenhague se lee como la ficción más convincente: es notable por su intensidad y su descripción inmersiva de un mundo de complejas amistades femeninas, familia y literatura, y puede considerarse la respuesta danesa a las novelas napolitanas de Elena Ferrante, así como una precursora espiritual de escritores confesionales como Karl Ove Knausgaard, Annie Ernaux, Rachel Cusk y Deborah Levy.

Tove Ditlevsen nace en Copenhague (Dinamarca) el 14 de diciembre de 1917 en una familia de clase obrera. Su padre es un militante de izquierdas con interés por la literatura, que alternó durante toda su vida trabajos precarios con largas temporadas en el paro; su madre, ama de casa tras haber perdido su empleo, intentaba en cierto modo cumplir sus sueños —un marido con un buen empleo, una familia feliz— a través de su hija. Tiene un hermano mayor, Edvin, con fuerte conciencia política y de quien se aleja de forma paulatina.

Sus años de infancia marcan la vida y la obra de Tove Ditlevsen: la Trilogía de Copenhague deja patente que en su edad adulta intenta suplir muchas de las carencias de aquel tiempo, y en el resto de su obra literaria regresa una y otra vez al barrio de su niñez, a los ambientes en los que tuvo que desenvolverse, a recuerdos familiares que modifica para contarlos en sus relatos… Sin embargo, conforme triunfa como escritora y prospera en los planos social y económico, se desvincula tanto del barrio de Vesterbro como de su familia, cuya presencia se diluye conforme la Trilogía avanza.

Esa época primera transcurre en Vesterbro, en torno a la larga calle Istedgade, durante muchos años un gueto de prostitución y trapicheos con drogas. Al margen de la inestabilidad laboral de su padre y los vaivenes emocionales de su madre, Tove crece en un hogar muy humilde pero a salvo del contacto directo con el alcoholismo o la violencia, que sí forman parte del día a día de su vecindario. En el mundo que Ditlevsen descubre las niñas roban en las tiendas para darse los caprichos que sus padres no pueden brindarles, los maridos pegan a sus esposas mientras todo el mundo calla, y las muchachas sueñan con quedarse embarazadas para forzar un matrimonio que les permita volar lejos.

La literatura forma parte de su vida desde la infancia, bien por el ejemplo del padre, bien por su propio deseo: Ditlevsen quiere escribir poemas, asiste con ilusión a la biblioteca, sueña con ser publicada y leída. Ya en su adolescencia, toma conciencia del lugar que ocupa por su clase social y de la forma en que el dinero condicionará su vida: analiza las diferencias entre ella y sus compañeras, y pese a su inteligencia y a su vocación no continúa estudiando, porque debe trabajar. Se inicia en un rosario de empleos que le permiten primero contribuir a la maltrecha economía familiar y luego independizarse nada más cumplir dieciocho años.

En 1939 publica su primer libro de poemas, Pigesind (Alma de muchacha). Poco después contrae matrimonio con su primer marido, Viggo F. Møller —treinta años mayor que ella—, director de la revista literaria Vild Hvede, en la que había aparecido el primer poema de la autora. Se divorcia de Møller en 1942, tras una breve relación con el escritor Piet Hein; lo decide después de ser tratada por primera vez por un psiquiatra e ingresada en un sanatorio. Poco después se casa, embarazada, con el economista Ebbe Munk; para entonces ya ha publicado una novela —Han hecho daño a una niña (1941), con enorme éxito de crítica— y varios libros de poemas más, y sobrevive —y mantiene a Munk— gracias a su trabajo como escritora. Vive años muy productivos en lo profesional: libros de poemas y de cuentos, novelas, textos en diversos géneros para periódicos y revistas, algunos premios… Sin embargo, este éxito no obtiene respaldo en lo personal: su marido se siente apabullado por la fama de Ditlevsen y empieza a serle infiel; su matrimonio naufraga cuando ya ha tenido a su hija Helle y se ha sometido a un aborto de su segundo embarazo.

En 1945 se divorcia de Munk para contraer matrimonio con el médico Carl Ryberg, después de abortar por segunda vez, ya que desconoce quién es el padre del bebé. Ryberg la introduce en los opiáceos, y la convierte en una adicta para abusar de ella. Depende de su marido económicamente —apenas escribe, ya no gana tanto dinero, y gasta miles de coronas mensuales en medicamentos— y pierde el contacto con su familia, con sus amigos e incluso con sus propios hijos: tres ahora, ya que ha adoptado a Trine —la hija de Ryberg con otra mujer— y ha dado a luz a Michael. Tras un largo ingreso para desintoxicarse, se divorcia de Ryberg y conoce al economista y periodista Victor Andreasen, su cuarto y último marido: se casaron en 1951, tuvieron en 1954 a su hijo Peter y se divorciaron en 1973.

A partir de la década de los cincuenta, Tove Ditlevsen sobrevive en una perenne fragilidad emocional que contrasta con la fuerza de voluntad con la que retoma su carrera literaria: vuelve al febril ritmo de escritura de la juventud, publica casi un libro al año en todos los géneros. En 1953 obtiene la prestigiosa beca Tagea Brandt, destinada a mujeres danesas de prestigio en cualquier campo, y este premio inicia una nueva época de reconocimientos, tanto para las obras individuales como para su trayectoria, que no cesarán hasta su muerte. Más libros, por supuesto: novelas, poemarios, cuentos, obras infantiles, ensayos y sus primeros tomos de memorias, que conformarán la Trilogía de Copenhague. En 1976, mientras se hospeda en casa de una amiga en Copenhague, se suicida con una sobredosis de pastillas para dormir. En 1999, los lectores de Politiken —el principal periódico de su país— escogieron La calle de la infancia —su segunda novela, escrita a los veintiséis años— como uno de los grandes libros daneses del siglo XX.

El valor de Trilogía de Copenhague

La Trilogía de Copenhague es el ciclo memorialístico de Tove Ditlevsen, publicado de manera individual en Dinamarca y en un solo volumen en la edición española, puesto que la autora lo concibió como una sola obra en varios tiempos. Se compone de Infancia (1967), Juventud (1967) y Dependencia (1971).

Como sucede con la mejor literatura autobiográfica, Tove Ditlevsen recurre a su propia vida como excusa para analizar su tiempo: la Trilogía de Copenhague puede leerse con muchas y muy diversas intenciones. Como la historia rotunda de una vocación inquebrantable, la de una joven de familia pobre que desea —pese a todo, contra todo— convertirse en escritora, y cuyo talento y esfuerzo superan los límites trazados por su clase social; pero también la de una mujer abriéndose paso en un mundo —literario o no— de hombres, y la de un país que exhibe su prosperidad mientras esconde las miserias bajo la alfombra, y la de una sociedad que vive su vida —consciente o no— mientras Hitler asciende al poder al otro lado de la frontera.

Infancia

«Nací el 14 de diciembre de 1918 en un apartamento de un dormitorio del barrio de Vesterbro, en Copenhague. Vivíamos en el 30A de la Hedebygade, y esa A quiere decir que se trataba de la escalera interior.» (p. 24)

La infancia supone para Tove Ditlevsen el tiempo del aprendizaje, la época en la que la identidad se forja: «La infancia es larga y estrecha como un ataúd, y no se puede escapar de ella sin ayuda», (p. 35). Esta parte de la Trilogía de Copenhague abarca desde la entrada en el colegio —con algunos recuerdos previos que sirven para presentar a padre, madre y hermano— hasta el abandono de la educación: pese a la insistencia de la profesora, pese a los esfuerzos de Tove, la ya adolescente tiene que dejar la escuela para trabajar y llevar dinero a casa. Pero antes de eso sucede la infancia: capítulos breves armados como estampas, puesto que los recuerdos en este caso guardan más relación con la anécdota que se evoca que con la experiencia reciente y por tanto más viva, y más proclive al detalle. Frente a la respiración narrativa de Juventud, frente a la crudeza de Dependencia, los capítulos de Infancia los guía cierta ensoñación ingenua: muchos de los personajes que se mencionan (Hans el Sarna, Rapunzel, Napiachapa) deforman sus rasgos, a veces presentados desde el expresionismo, otros con cierto humor que los vincula al absurdo.

La familia Ditlevsen vive en una casa minúscula, sin intimidad, compartiendo el mismo espacio; una de sus vecinas es prostituta —Tove disfruta mucho de su compañía— y otro de los pisos lo habita una familia en la que el maltrato y el alcoholismo están muy presentes. En este entorno, Tove crece en soledad —tiene algunas amigas, no por gusto sino porque no le queda otro remedio: Ruth, a quien terminará estimando de verdad, es la más importante— y sintiendo cada vez un interés mayor hacia los libros. Su padre lee y conserva cierta vocación poética; es un hombre de izquierdas, que no evita la conversación sobre política en casa e intenta inculcarla en su hijo, pero la censura —igual que el interés por los versos— en su hija. Su padre trabaja unas veces sí y otra no: la de Tove Ditlevsen es una infancia de pobreza, yendo a comprar pan duro o a comedores del auxilio social, aunque esté mal visto.

El tiempo pasa y Tove aprende, lee —en la biblioteca encuentra un segundo hogar, aunque no coincida con las recomendaciones de su responsable, la señorita Mollerup— y escribe sus primeros versos en un cuaderno que despertará la risa de Edvin, su hermano, un muchacho que trabaja de aprendiz allá donde el padre le obliga, y que de esos años arrastrará una tos persistente. En la escuela se dará cuenta de lo diferente que es la vida de las compañeras nacidas en familias más pudientes, y también empieza a plantearse qué será de su vocación —ser escritora— si tiene primero que trabajar durante todo el día y luego combinarlo con la crianza de los hijos que tendrá. Aprenderá otra lección, esta en la calle, muchas veces junto a su madre: las mujeres que no hacen lo que se espera de ellas —esto es: casarse, quedarse embarazadas, cuidar de la casa y del marido y de los hijos— reciben el castigo de la sociedad. Infancia finaliza con la salida de Tove Ditlevsen de ese mundo de inocencias y esperanza, a los catorce años, para empezar a servir en casa ajena y llevar dinero a la de sus padres. Un golpe de realidad simbolizado en el encuentro con el señor Brochmann, editor al que conoce gracias a un amigo de su hermano. Él rechaza sus poemas por considerarlos eróticos, no infantiles —coordina esa sección concreta del periódico—, y se despide de ella con una propuesta: «Vuelve por aquí dentro de un par de años.»

«La señora trabaja durante el día y yo, mientras tanto, tengo que limpiar la casa, hacer la comida y cuidar al niño. No he hecho ninguna de las tres cosas en toda mi vida y no sé si voy a poder ganarme las veinticinco coronas que piensan darme de salario al mes. Atrás quedan infancia y escuela, y por delante me aguarda una vida extraña y temible entre desconocidos.» (p. 109)

Juventud

«Entro a las ocho todas las mañanas y trabajo doce horas en una cocina grasienta y llena de hollín donde nunca tengo paz ni un minuto de descanso. Por las noches, cuando llego a casa, estoy tan agotada que no puedo hacer otra cosa que irme a la cama.» (p. 123)

Si en Infancia asistimos al comienzo de una vocación, Juventud supone la confirmación de la misma: todas sus decisiones, todas sus experiencias, se dirigen a cumplir el sueño de convertirse en escritora. Esta parte se abre con una experiencia laboral cuyo peso simbólico: en su primer trabajo, sirviendo en una casa, apenas dura veinticuatro horas. A partir de entonces, y hasta su matrimonio, encadenará empleos mal pagados y de los que la despiden sin dar explicaciones. Limpiadora en un almacén de suministros farmacéuticos, asistente en la oficina de un taller de litografía… Desea aprender taquigrafía para ascender a secretaria, y ganar un poco más; en el desván de las latas del almacén encuentra su primera habitación propia —utiliza la expresión de manera directa en varias ocasiones, como probable homenaje a Virginia Woolf—, y en el taller de litografía recoge los primeros aplausos a sus textos, cuando compone pequeños poemas para las ocasiones especiales de sus compañeros de trabajo.

Aunque todavía vive con sus padres, la exigencia del mundo laboral aleja a Tove Ditlevsen de sus amistades en Vesterbro. La despedida de este ambiente —y la entrada en un nuevo mundo, de mayor curiosidad intelectual, acorde con su voluntad— la marca el momento en el que su amiga Ruth le presenta al señor Krogh, un librero de lance. Aunque en un principio Ruth le propone que intenten conseguir del viejo algo —un trabajo, dinero— a cambio de favores, Krogh no tiene interés en el cuerpo de Tove, sino en su inteligencia: le presta libros, habla con ella sobre literatura, y es quizá el primer adulto que la considera como una igual. De Krogh aprende muchas enseñanzas valiosas, pero sobre todo una que acompañará a la escritora durante el resto de su vida: «Las personas siempre quieren algo unas de otras, y yo siempre he sabido que tú pretendías utilizarme para algo», (p. 138). Esta máxima servirá a Tove para justificar muchas de sus relaciones futuras, como su primer matrimonio

Mientras tanto, su hermano se casa en secreto, y la madre decide que la familia se mudará a un piso mayor, en el barrio de Westend, cargando la responsabilidad del pago en el sueldo que gana Tove; los padres tendrán su dormitorio y ella un pequeño espacio en el que escribir, pero que verá ocupado como sala de estar cuando tengan visita. En paralelo, Tove sigue ampliando su mundo y en una compañía de teatro aficionado —en la que triunfa con un papel cómico de anciana, viendo su nombre por primera vez en un periódico, aunque mal escrito: «Tove Ditlefsen»— conoce a Nina, una muchacha algo mayor que ella con quien empieza a salir por las noches. Tiene sus primeros escarceos amorosos, más por curiosidad o imitación que por deseo, y llega a prometerse con Aksel, un repartidor con el que romperá sin especial preocupación: «Ya no estoy prometida, anuncio. Menos mal, dice mi madre. Ese chico no valía gran cosa. No es cierto, replico y guardo silencio. No soy capaz de explicarle que Aksel sí valía. Todo el mundo vale algo, Alfrida, dice mi tía con dulzura desde la cama», (p. 204). A los dieciocho años se independiza, y comienza su peregrinación por habitaciones cochambrosas en casas de huésped, con una máquina de escribir alquilada a cuestas, cuyo ruido perturbará a sus convivientes. Y en los bailes de la noche, a los que sigue acudiendo con Nina, coincidirá con un joven llamado Albert, que también escribe versos y le hablará de un tal Viggo F. Møller, director de la revista Vild Hvede, una publicación abierta a las nuevas voces literarias. Tras la muerte de Brochmann, tras la desaparición de Krogh, Møller —a quien todavía no conoce— se convertirá en su gran esperanza.

Møller aceptará editar el primer poema de Ditlevsen —el titulado A mi hijo muerto, de manera profética— y establecerá con Tove primero una relación de maestro y alumna, y luego un vínculo sentimental, aunque en ningún momento Ditlevsen alude a ningún contacto sexual, y subraya que duermen separados: con independencia de la naturaleza de la relación entre Møller y Ditlevsen, el sexo se elude en la Trilogía de Copenhague, considerándose casi un asunto marginal en las relaciones sentimentales. Antes, Ditlevsen habrá cenado con él, le habrá acompañado a fiestas y reuniones literarias, habrá visitado su casa y habrá fantaseado con una relación que le permita salir de la pobreza, dejar de trabajar y centrarse en la escritura. En las páginas finales de Juventud, Tove Ditlevsen pierde su trabajo en la Oficina Estatal del Grano cuando descubren que ha publicado un poema y tiene «otros intereses», y publica —gracias al mecenazgo de Møller, que sufraga la edición en nombre de Vild Hvede— su primer libro, Alma de muchacha: «Esta noche quiero pasarla a solas con mi libro, porque no hay nadie en el mundo que termine de entender el milagro que supone para mí.» (p. 259)

«Quiere publicar mi poema en la revista. Él es el hombre que llevo esperando toda mi vida. Tengo un ejemplar de Vild Hvede que he comprado con dinero que me ha prestado Nina. Incluye un poema de una mujer, Hulda Lütken, que he leído muchas veces, porque no se me olvida que mi padre dijo un día que las chicas no pueden ser poetas.» (pp. 227-228)

Dependencia

«Tienes que comprender que a veces se siente inferior. Eres famosa, ganas dinero, trabajas en algo que te interesa. Él no es más que un estudiante pobre que vive más o menos mantenido por su mujer. Ha elegido una carrera equivocada y para soportar la vida no le queda otro remedio que emborracharse a menudo. Pero las cosas se arreglarán cuando volváis a acostaros.» (p. 316)

Dependencia se divide en dos partes: la primera, centrada en las relaciones de Tove Ditlevsen con Viggo F. Møller, Piet Hein y Ebbe Munk; y la segunda, que narra su historia de abusos y adicción con Carl Ryberg, hasta que conoce a Victor Andreasen, su relación más duradera y su esposo mientras escribía la Trilogía de Copenhague. Si en Infancia y Juventud el foco apuntaba a la ambición literaria de la autora, cediendo el peso emocional —y en cierto modo secundario— a la familia —en Infancia— y a las amistades y los primeros amores —en Juventud—, Dependencia invierte los factores: puesto que en las primeras páginas Tove Ditlevsen ya es escritora, su faceta literaria y sus ambiciones pasan a un segundo plano en la narración, que no en su vida. El principal —ahora— lo ocupan sus relaciones con los hombres, en una tensión que a la autora le costará resolver: por una parte, el éxito como escritora y la independencia económica que le reporta, y por otra la dependencia emocional de los hombres. Necesita estar en pareja, vivir en pareja, para sentirse completa.

La escena de apertura que Tove Ditlevsen suele escoger para cada bloque y para cada capítulo marcan el tono y la atmósfera de lo que narrará a continuación. En este caso, la primera parte de Dependencia se abre con una Tove recién casada, que duerme en el sofá porque su marido —el primero de ellos, Viggo F. Møller— no termina de acostumbrarse a la presencia de ella, y que ha madrugado porque quiere escribir. Trabaja en su primera novela, sigue escribiendo poemas y, animada por Møller, contacta con otros jóvenes poetas de Copenhague para fundar el Club de Jóvenes Artistas, que le permitirá trabar amistad con escritores de su edad y situarse como una referencia entre la generación más joven. Tove tiene claro que no está enamorada de Viggo F., aunque sí agradecida por su apoyo; asume que el matrimonio le conviene, porque cuenta con su protección económica —ha dejado de trabajar— y sus contactos le abren puertas. Cada jueves por la tarde se reúne con el grupo de diez o doce jóvenes, invitan a un «pez gordo» —por lo general amigo de Viggo F.— a dar una charla, y más tarde se quedan conversando. Allí conoce a Sonja Hauberg, Piet Hein, Ester Nagel, Morten Nielsen o Halfdan Rasmussen, entre otros; con los años será fundamental para ella la amistad del matrimonio formado por Nagel y Rasmussen —las páginas que Ester Nagel protagoniza hacia el final de esta primera parte, a propósito de un retiro campestre con ella y su hija Helle, invitan a pensar en cierta atracción por parte de Ditlevsen hacia Nagel—, así como la relación con Piet Hein.

Aburrida de la monotonía con Møller, a quien oculta que trabaja en una novela porque no le respeta como escritor y desdeña su opinión, comienza una relación en paralelo con Hein, divorciado y mujeriego, que le presenta a Nadja, su última amante, de quien Tove se hace amiga de inmediato. Con la promesa de empezar una nueva vida —y una vida más feliz— con Hein, juntos traman un plan para que Ditlevsen se divorcie de Møller: que Tove sea atendida por un amigo psiquiatra de su marido, que sea internada en un sanatorio, y que al darle de alta anuncie su intención de separarse, tras la reflexión. Sin embargo, las flores que Hein le envía y las visitas que realiza hacen que Møller se dé cuenta del engaño, y corte toda relación con Ditlevsen. La relación con Hein fracasa muy pronto, cuando él conoce a otra mujer y abandona a Ditlevsen por ella. Nadja insiste en que necesita buscar amigos, y la acompaña a la fiesta de carnaval del Círculo de la Farola, un grupo de estudiantes universitarios. Allí conoce a Ebbe Munk, un joven que estudia economía cuando no está bebiendo, y con quien comienza de inmediato una relación sentimental. Para entonces Ditlevsen ya ha publicado su primera novela, con un inmenso éxito, y vive gracias a sus colaboraciones como escritora. Se queda embarazada de Munk, contacta de nuevo con Møller para solicitar definitivamente el divorcio y contrae matrimonio de nuevo, de inmediato, siendo consciente de que se casa con un hombre que bebe demasiado y al que tendrá que mantener.

El encanto de los primeros tiempos de relación se disipa cuando nace su hija Helle: Tove y Ebbe apenas tienen sexo, él pasa las noches fuera de casa —y bebe, y le es infiel—, reprocha a Tove que se siente pequeño si se compara con ella, que mantiene a la familia mientras él estudia y cosecha éxito literario tras éxito literario. Después de una estancia en el campo con Helle, Ester Nagel y varias amigas de Ester, el matrimonio vive una época de felicidad efímera —él deja de beber y de salir por las noches— mientras Tove recibe algunas críticas negativas a su segunda novela, que achaca al rencor de los amigos de su exmarido. Sin embargo, lo literario continúa trazándose de fondo, porque la prioridad es Ebbe: todo se derrumba cuando Tove se queda embarazada otra vez y, temiendo que su relación se dañe por un segundo embarazo tanto como se quebró por el primero, busca a quien le practique un aborto. Con la ayuda de Nadja y de un médico que ya no practica abortos pero que la reconoce como escritora, consigue interrumpir el embarazo pocos días antes de Nochebuena. El matrimonio recupera la estabilidad, continúa de mudanza en mudanza, se recita poemas cada noche; ella resalta que escribe cuentos, muchos cuentos —nos tocará deducir que los publica en periódicos y los cobra de manera más sencilla que los libros completos: se trata de dinero rápido para pagar las facturas—, mientras en las calles de Copenhague se cruza con los soldados alemanes, que hace años invadieron el país. En un baile al que acude con una amiga pero sin Ebbe, «borracha como hace tiempo que no lo estaba», tiene sexo con Carl Ryberg, un tipo que ni siquiera la atrae.

Esta noche marca un punto de inflexión en la biografía de Tove Ditlevsen: todo cambia, y todo cambia a peor. Cuando descubre que se ha quedado embarazada, incapaz de saber si el hijo es de su marido o de Carl Ryberg, decide abortar; tras la experiencia anterior, acude directamente a Ryberg, que es médico. La sensación que Ditlevsen experimenta al ser anestesiada con petidina antes del legrado no se parece a nada que haya vivido: «A medida que el líquido de la jeringa penetra en mi brazo se va extendiendo por todo mi cuerpo una sensación de gozo extremo que nunca he experimentado. La habitación se expande hasta convertirse en una sala radiante y me siento relajada, perezosa y feliz como nunca antes», (p. 357). El analgésico le ha procurado tanta calma, y a la vez tanto placer, que no está dispuesta a abandonar al hombre que se lo procura. De manera que Carl, que físicamente le parecía repulsivo, que admitía haberse enamorado de ella sin esperanza, encuentra una forma de retenerla junto a él: la drogadicción.

«Pero tan pronto le decía a Carl que pensaba ver a Ebbe, él sacaba la jeringa y se acostaba conmigo a su manera violenta y desprovista de afecto. Me encantan las mujeres pasivas, decía.» (p. 380)

La segunda parte de Dependencia se transforma en una historia de terror: la adicción a las drogas de Tove Ditlevsen y el historial de abusos que sufre por parte de Carl Ryberg, su tercer marido. Con su hija Helle abandona a Ebbe Munk para vivir en una casa de huéspedes que Carl ha buscado para ellas; rodeada de ancianas, muchas de ellas abandonadas allí por sus familiares hasta que mueran y hereden sus fortunas, Ditlevsen vive esperando los encuentros con Carl, y que casi siempre consisten en una inyección de petidina que la sume en un estado de ensoñación, y que deja vía libre a Carl para abusar de ella. «¿Y si le dijera la verdad [a Ebbe]? ¿Y si le contara que me he enamorado del líquido claro del interior de una jeringuilla y no del hombre que era su propietario?», (p. 365). Al divorciarse regresa a la casa familiar y se instala en ella con Helle y Carl, que comienza a alejar a Tove Ditlevsen de sus amistades: si Carl no se enfrenta de manera directa a los integrantes del Círculo de la Farola, es Tove quien lo hace para defender a su marido de las críticas. Aislada en lo social y en lo físico, porque ahora viven en una casa a las afueras, combinando inyecciones de petidina con dosis nocturnas de cloral y alguna pastilla de metadona, Tove Ditlevsen vive para drogarse y satisfacer el deseo de su marido. Durante páginas y páginas no se menciona apenas la literatura, si no es para especificar la facilidad o la dificultad con las que Ditlevsen se enfrenta a la escritura bajo el efecto de las drogas; revisando su biografía, si bien en esos años no se aleja de la publicación, sí desciende el ritmo de la época anterior.

Tove Ditlevsen se convierte en madre poco tiempo después de comenzar su relación con Carl Ryberg, y por partida doble: primero adopta al bebé que Carl ha tenido con otra mujer, una niña a la que llaman Trine, y después da a luz a su segundo hijo biológico, Michael. «Yo no puedo escribir y ocuparme de tres niños», confiesa a su amiga Lise, y gracias al dinero de la familia Ryberg contratan a Jabbe, una muchacha de la pequeña ciudad de Grenå que se transforma en una extraña confidente: existe una relación de poder entre Ditlevsen y ella —la señora de la casa y la sirvienta—, pero la actitud maternal de Jabbe hacia los hijos de Tove se extiende a la propia escritora, y durante todo este segundo tramo de Dependencia es quien observa con preocupación la decadencia de Ditlevsen —en la que colabora, puesto que es ella quien suele ir a la farmacia a comprar los medicamentos con recetas falsas—, ante la impasividad de su marido. Si Ditlevsen intenta retomar el contacto con otros escritores, Carl Ryberg lo boicotea: Tove solamente invita a casa a sus buenos amigos Ester Nagel y Halfdan Rasmussen cuando Carl no está, y estos le reprochan que ya no participe en las tertulias que organizan; en una cena íntima en honor al novelista Evelyn Waugh, con el poeta Kai Friis Møller, el dramaturgo Kjeld Abell y la propia Ditlevsen, su marido irrumpe en el restaurante anunciando que «ya va siendo hora de que vuelvas a casa».

Aumentan las inyecciones, la toma de pastillas, la dosis de somníferos; Tove Ditlevsen se somete a una dolorosísima operación de oído que no necesita, pero que le sirve como excusa para seguir consumiendo. Irrumpen en escena de nuevo los padres de Ditlevsen, convencidos de que «es Carl quien te pone enferma»: los primeros en verbalizar que su marido recurre a la adicción para mantenerla a su lado. A esta percepción se suma su amiga Lise: «¿Ya no escribes nunca?, pregunta ella. ¿No te acuerdas de lo bien que te sentías cuando estabas trabajando en algún libro? Claro que me acuerdo, contesto con la mirada en mi polvorienta máquina de escribir, pero pronto volverá a ser como antes. Ahora márchate.» Esta confrontación entre la necesidad de la escritura y su situación actual, unidas a una discusión con Carl, hacen que Ditlevsen pida a Jabbe que localice el teléfono del psiquiatra Geert Jørgensen —amigo de su primer marido, que ya la había internado hace años— y contacta con él para ingresarse. Después de meses desintoxicándose vuelve a escribir y recupera la cordura, vuelve a comer con normalidad y recupera la salud, Carl Ryberg se aleja definitivamente de ella. Regresa a su casa en las afueras, con Jabbe y sus tres hijos, manteniéndose en un principio alejada de las drogas, pero recayendo pronto en el consumo de metadona.Gracias a sus amigos del Círculo de la Farola conoce a Victor Andreasen, un hombre casado que había sido compañero de juergas de Ebbe Munk, con el que comienza una relación sentimental. Él es consciente de que Tove ha retomado su adicción, y amenaza con abandonarla si descubre que vuelve a drogarse. Después de varias recaídas, y de que su salud empeore de nuevo, el psiquiatra recomienda a Victor y a Tove que se muden lejos de Copenhague, donde ella no pueda encontrar un médico que le recetase medicamentos o una farmacia que aceptase sus recetas falsas. El final de Dependencia se precipita, igual que se precipitan estas primeras décadas de vida de una autora que supo contar como nadie su propia biografía.

«No entiendo por qué no puedes inventarte personajes como hace Dickens, por ejemplo, protesta [Ebbe] furioso. Tú te limitas a copiar la realidad, y eso no tiene nada que ver con el arte.» (p. 315)

Trilogia de Copenhague

Los temas en Trilogía de Copenhague

La literatura

«Gorki fue un gran poeta. Repliqué alegremente: ¡Yo también quiero ser poeta! Él [el padre] frunció el ceño de inmediato y exclamó con aire amenazante: ¡No te hagas ilusiones! Las chicas no pueden ser poetas. Ofendida y apenada, me encerré en mi concha mientras mi madre y Edvin se burlaban de mi insensata ocurrencia. Decidí que no volvería a revelarle a nadie mis sueños y lo cumplí a rajatabla durante toda mi infancia.» (p. 28)

El encuentro en su adolescencia con el señor Krogh marca a Tove Ditlevsen de una forma crucial: cuando tras varias visitas ella le confiesa que escribe, y que quiere enseñarle sus poemas, él le explica que todos buscamos algo en otra persona, que todos queremos en cierto modo utilizar a los demás. La enseñanza cala hondo en la autora de Trilogía de Copenhague, para quien las relaciones con los hombres se convierten en una herramienta para conseguir algo: desde cuestiones materiales como la publicación y la salida de la pobreza en el caso de su matrimonio con Møller, al suministro de drogas en el caso con Ryberg. De una forma descarnada, con una honestidad cargada de autocrítica, Ditlevsen lo admite para sí misma y para quien lee su obra, porque en varias ocasiones revela que jamás lo ha verbalizado, y reserva el amor para unos pocos flechazos que tienen mucho casi de construcción ficcional: incluso en la vida se encuentra más cómoda si la empapa de literatura.
La vocación literaria marca los dos primeros bloques de la Trilogía de Copenhague, Infancia y Juventud. En el primero de ellos, la literatura se contempla como un horizonte imposible por cuestión de género y de clase: una mujer que debe pasar el día trabajando para ganar dinero, ¿de qué tiempo dispondrá para escribir? En Juventud, que se inicia cuando Tove Ditlevsen ya ha dejado de estudiar y enlaza un oficio con otro, se muestra que la voluntad de escribir gana a esa lógica social: resulta emocionante la escena en el desván de las latas, cuando Tove aprovecha la soledad para imaginar poemas mientras limpia; cualquier momento lo aprovecha para buscar la inspiración. Más tarde, en Dependencia, cuando el sueño de escribir y publicar y ser leída se ha alcanzado, la memoria se centra en su faceta no de escritora, sino de esposa y de madre.

Sin embargo, aunque en la narración de Dependencia Tove Ditlevsen se enfrenta a sus relaciones sentimentales, la literatura aparece siempre como el espacio seguro al que regresar. En su matrimonio con Viggo F. Møller, que utiliza para introducirse en los ambientes literarios y ascender de clase social, la literatura es el objetivo; publicar, conseguir tiempo para escribir, contactos que le permitan seguir escribiendo y publicando. Los primeros problemas en su matrimonio con Ebbe Munk surgen porque él no acepta el éxito literario de su mujer, que gana suficiente dinero como para mantener a la familia mientras él estudia, y que es aplaudida y reconocida. En su tercer matrimonio, con Carl Ryberg, el reproche que lleva a Tove a contactar con un psiquiatra para desintoxicarse no tiene que ver con sus hijos ni con ella misma, sino con la literatura: ha dejado de escribir, y una amiga le recuerda lo mucho que le entusiasmaba. La literatura ya formaba parte de la vida de Tove Ditlevsen cuando era una niña, mientras se formaba su identidad: cuando se piensa a sí misma, se piensa ya como escritora. Por lo tanto, mira así el mundo, y así se enfrenta a sus recuerdos: forman parte de su biografía, por supuesto, pero también su literatura. No existe una Tove que escribe frente a una Tove que vive: son la misma persona.

El dinero (y la pobreza, y la clase social)

«Jamás seré famosa, mis poemas no valen nada. Me casaré con un obrero cualificado con trabajo estable que no le dé a la botella o tendré un empleo fijo con derecho a pensión. Después de esta mortífera desilusión, tardo mucho en regresar a mi cuaderno de poesía. Aunque a nadie le gusten mis poemas, no me queda más remedio que escribirlos, porque mitiga la pena y la añoranza que encierra mi corazón.» (p. 106)

El amor significa utilidad o significa dependencia: Carl Ryberg la convierte en una adicta y logra que dependa de él para acceder a los fármacos, y para retener a Ebbe Munk interrumpe el segundo de sus embarazos, algo que admite que la perseguirá toda su vida. La presencia de los hombres en la Trilogía de Copenhague se interpreta siempre como la presencia del poder: traen el dinero a casa, toman las decisiones, acceden a los espacios que Tove Ditlevsen ansía. Cuando las tornas se invierten, y es ella quien gana el dinero y ocupa lugares privilegiados, la reacción del hombre que se entiende desplazado se carga de ira y de reproches: aparece la violencia —soterrada, no explícita— contra la mujer que él comprende que ha ocupado su lugar. Los hombres validan el esfuerzo de Ditlevsen, desde el momento en que su hermano descubre el cuaderno de poemas y se burla de ella, hasta la supuesta salvación definitiva que la propia autora presenta cuando Andreasen entra en su vida.

«Tal vez mi libro llegue a las bibliotecas. Tal vez una niña que ame en secreto la poesía lo encuentre en una algún día, lea los poemas y al hacerlo sienta algo, algo que quienes la rodean no entenderán. Y esa niña especial no me conoce de nada. No se le ocurrirá que yo soy una chica que trabaja, come y duerme igual que todo el mundo.» (p. 259)

Igual que la literatura, también el dinero define a Tove Ditlevsen. Durante Infancia y Juventud ella destaca con insistencia el origen humilde de su familia: el barrio degradado en el que viven, la violencia que les rodea, la precariedad de los trabajos del padre, la visión que la madre tiene de los hijos como fuente de gastos. También la esperanza que deposita en ellos, entonces, como fuente de ingresos: enfurece cuando se independizan, porque deja de contar con sus sueldos para completar el del padre. Estas circunstancias dificultan su ambición de dedicarse a la escritura: no puede omitir la clase social a la que pertenece, ni las posibilidades económicas de su familia.

Sin embargo, esto cambia cuando conoce a Viggo F. Møller, que tiene un empleo estable y le permite dejar de trabajar para dedicarse a escribir. En Juventud Ditlevsen anota con exactitud cuánto dinero gana en cada empleo, y no suele omitir el coste de las habitaciones en las que vive: necesita dejarlo por escrito para ser consciente de lo que tiene, de lo que gasta, y de lo que cuesta vivir. En cambio, en Dependencia Tove Ditlevsen está cimentando una carrera ascendente; pocos años después sobrevive ya gracias a los textos que escribe, y mantiene a la familia que tiene con Ebbe Munk. No ocurrirá igual en su relación con Carl Ryberg, de una clase social superior, que trabaja como médico y puede sufragar los elevados gastos de su drogadicción; puesto que ya apenas escribe, apenas tiene ingresos propios.

La libertad y la independencia

«He escrito muchos poemas, y un día un editor dijo que eran excelentes. Ahí tienes, dice mi padre frotándose el rostro con su enorme manaza. ¿Tú sabías que se dedicaba a esas cosas? No, contesta mi madre sin más explicaciones, pero es asunto suyo. Si va a escribir, está claro que necesita una habitación propia.» (p. 183)

«Me pregunta por qué me he casado con ese excéntrico, yo, tan guapa que podría haber tenido a quien hubiese querido con tan solo señalarlo. Respondo con evasivas, porque no me hace gracia que nadie intente ridiculizar a Viggo F. Creo que Piet Hein no sabe lo que es ser pobre y tener que vender casi todo tu tiempo para sobrevivir.» (p. 275)

Una de las tensiones que recorren la Trilogía de Copenhague tiene que ver con aquella en la que se enfrentan esa voluntad que tiene Tove Ditlevsen de ser escritora, de construir una carrera literaria y de vivir de la escritura, y dependencia de los hombres: animada por su madre a «casarse bien», con un hombre que la mantenga gracias a su buen empleo y mejor sueldo, y con el ejemplo de sus amigas saltando de amante en amante y casi siempre buscando en ellos algún beneficio, la adolescente Tove inicia noviazgos con chicos que ni siquiera le atraen. Tampoco tiene reparos, ya en su edad adulta, en admitir que sus matrimonios con Viggo F. Møller y Carl Ryberg responden a intereses laborales y económicos, el primero, y a su adicción a las drogas, el segundo —en una etapa inicial, antes de ser consciente del abuso y el aislamiento—. Tras su relación con Ryberg, en lugar de recuperarse con calma junto a sus hijos y retomar los vínculos con familia y amigos, además de acercase de nuevo a la escritura, no tarda en plantear a

Jabbe que piensa buscar de inmediato una nueva pareja: «Me pregunta qué puede hacer con su vida y le sugiero que ponga en el periódico un anuncio para buscar marido. Yo haré lo propio», (p. 412). Existe una contradicción profunda entre su ambición profesional y su conformismo íntimo, que sin embargo no preocupa en absoluto a Tove Ditlevsen: no se aborda en ninguno de los momentos de la Trilogía, pero al mismo tiempo se impone cada vez que inicia una relación sin apenas haber roto la anterior.

Hasta en dos ocasiones se cita de manera explícita el concepto de Virginia Woolf de la habitación propia («Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción»): cuando la madre de Tove se refiere al nuevo piso en el que vivirá la familia, donde Tove dispondrá por fin de un espacio para ella, y cuando se refiere al diario íntimo que escribe en esa habitación. En Juventud asistimos a un rosario de habitaciones propias que paga con dificultad; Dependencia se abre con una peculiar habitación propia: el salón de la casa que comparte con Viggo F. Møller, que no permite que duerma con ella. En las tres horas que median entre que ella se despierta y su marido abre la puerta del dormitorio, para desayunar juntos, Tove Ditlevsen aprovecha para escribir a mano su primera novela. Ese salón y ese silencio conforman su habitación propia provisional.

Los espacios

«Era un chalé de ladrillo de dos alturas diseñado por entero a nuestra medida. (…) Vivimos cinco años en aquella casa y casi todo ese tiempo fui una drogadicta.» (pp. 380-381)

«Al final, Borberg le dijo a Victor que la única solución viable era que nos marchásemos de Copenhague. Por aquel entonces no andábamos bien de dinero, pero obtuvimos un préstamo de la editorial Hasselbach y así compramos una casita en Birkerød. Había cinco médicos en el pueblo y Victor se encargó de visitarlos a todos para prohibirles cualquier contacto conmigo.» (p. 424)

De la casa familiar cerca de Istedgade al hogar compartido con Victor y sus hijos en Birkerød, un pueblecito minúsculo a media hora de la ciudad, la Trilogía de Copenhague traza un mapa socioeconómico de la capital danesalos barrios humildes, al sur; los barrios ricos, al norte—, según se produce el ascenso social de la escritora. Antes de que Tove cumpla dieciocho años, la familia se muda a un piso de dos dormitorios en el barrio de Westend, al norte de Vesterbro; cuando Tove se independiza, antes de casarse por primera vez, vive en varias casas de huéspedes buscando siempre el norte de la ciudad, como Østerbro, o las zonas nuevas, como la isla de Amager, en la que se expande Copenhague. Divorciada de Viggo F. Møller y embarazada de Ebbe Munk, la casa que representa su nueva vida —y la casa que paga ella con su trabajo como escritora, y en la que mantiene a su pareja— se sitúa en la zona del puerto sur de Tartinisvej, llena de estudiantes con posibles y familias burguesas recién venidas a más, algo más humilde pero también menos degradada que Vesterbro. Con Carl Ryberg se instalará en un chalé a las afueras de Copenhague, en el barrio residencial de Ewaldsbakken —cerca del hospital de Gentofte: la escritora nunca ha vivido tan al norte de la ciudad—, y en su primera etapa con Victor Andreasen habitarán un piso de tres dormitorios en la zona residencial de Frederiksberg. Este vagabundeo de casa en casa buscando esa habitación propia y ese hogar fijo nos habla al mismo tiempo sobre la errante trayectoria vital de Ditlevsen y sobre las posibilidades materiales de la época.

La maternidad

«Las mujeres que no tienen hijos, dice mi madre, andan siempre enredando con los de las demás.» (p. 33)

«Carl me preguntó cuándo quedaría zanjado el asunto del divorcio. El día menos pensado, le prometí, porque pensé que una vez casados, sería mucho más sencillo conseguir que me pinchara. ¿Te gustaría tener otro hijo?, quiso saber al acompañarme escaleras abajo. Claro, respondí de inmediato, porque un hijo lo ataría más a mí, y yo lo único que deseaba era atarlo por el resto de mis días.» (p. 366)

La maternidad es otro de los pilares que sustentan la Trilogía de Copenhague, pensada desde distintas ópticas: el papel de hija primero, y luego el papel de madre; la maternidad como expresión impuesta a la identidad femenina, y la no maternidad como expresión de la «mala mujer», que debe perseguirse; la maternidad, también, como concreción de los cuidados; la dificultad de conciliar todas estas labores —gestar, recuperarse, cuidar, atender— con una carrera profesional exitosa… Todos estos aspectos, vinculados a la experiencia y el pensamiento de la maternidad, los desarrolla Tove Ditlevsen en los distintos momentos de la Trilogía. La autora no crece con el «ejemplo» canónico de madre amorosa y abnegada, sino que la atención y la complicidad con ella fluctúan a lo largo del tiempo: aunque Alfrida jamás descuida a su hija, y el trato es mucho más amoroso que otros ejemplos vecinales que se © Scanpix/Cordon Press evocan en Infancia, en ocasiones alude a la incomodidad que le despiertan sus hijos; preferiría no tenerlos, viene a decir, y los interpreta como un gasto mientras no trabajan por su edad y no ganan un sueldo, y cuenta sin dramatismo los abortos a los que se sometió.

A Tove la rodean madres miserables, pobres, que malviven con los sueldos fragilísimos de sus maridos o que deben trabajar ellas mismas; madres que se consideran —porque la sociedad lo considera así, también— desamparadas sin un hombre a su lado, torcidas si son madres solteras; y chicas de su edad, un poco mayores o algo más jóvenes, que buscan un muchacho con el que casarse —y quedarse embarazadas cuanto antes— para abandonar quizá no el barrio, sí al menos la casa en la que viven. La maternidad forma parte de la identidad femenina, es un rasgo indisoluble de la condición de ser mujer: una mujer que decide ser madre merece que la respetemos, y una mujer que decide no serlo se ha ganado la ira del vecindario

En un momento inicial de Dependencia, cuando Ditlevsen está casada con Viggo F. Møller, asumimos que la maternidad no es un asunto que le preocupe. Tove Ditlevsen se definiría entonces por aquello que hace, escribir, y no por la construcción social que representa. Sin embargo, en la fiesta en la que conoce a Ebbe Munk siente una epifanía cuando contempla a Lise con su bebé; ella también desea vivir esa sensación, y esa misma noche decide que será madre y comienza su relación con Munk. La maternidad obedece a un impulso casi telúrico, inexplicable, aunque en posteriores etapas de su vida la actitud de Ditlevsen tiene que ver casi con lo utilitario: la maternidad se descarta para no destruir la relación de pareja, y la maternidad se considera un nudo con el que atar sus relaciones. Salvo excepciones como la de su amiga Lise, la responsabilidad de los cuidados se invierte: las madres no proporcionan amor y seguridad, sino que esa actitud la brindan bien algunas amigas, bien sobre todo las mujeres a las que se paga por ello. La señora Jensen en casa de Møller o sobre todo Jabbe, la mujer que cría a los hijos de la autora y cuida de su casa en el periodo más oscuro de su adicción, se convierten en las figuras protectoras y en esas referencias de amparo, sin obviar por supuesto la perversa relación de poder que se establece: si cuidan a Tove y a su familia es porque reciben un sueldo que necesitan. Al mismo tiempo, Ditlevsen necesita también ese tiempo para escribir, para centrarse en su carrera literaria y no perder su posición: hemos comentado ya que Dependencia muestra a una escritora que comienza a establecerse en el sistema literario, publicando sus libros en buenas editoriales y obteniendo cierto éxito, ganando un dinero que le permite mantenerse, y llegado a este punto la escritura se desplaza a un plano secundario de la narración. ¿Qué identidad nos muestra Tove Ditlevsen en Dependencia? ¿Escritora? ¿Madre y esposa? De manera sutil, otro de los grandes conflictos de este tramo de la Trilogía de Copenhague es la conciliación —o no— de todas estas facetas.

Los hombres y las mujeres

«Ha sido el primer hombre que se ha interesado por mi cuerpo, y yo me he hecho a la idea de que sin eso no se llega muy lejos en la vida.» (p. 148)

«Tienes que comprender que a veces se siente inferior. Eres famosa, ganas dinero, trabajas en algo que te interesa. Él no es más que un estudiante pobre que vive más o menos mantenido por su mujer. Ha elegido una carrera equivocada y para soportar la vida no le queda otro remedio que emborracharse a menudo. Pero las cosas se arreglarán cuando volváis a acostaros.» (p. 316)

En la Trilogía de Copenhague, frente a los hombres se sitúan las mujeres: frente a los intereses del amor, el apoyo a veces torpe de la amistad. Anticipándose en décadas a las novelas napolitanas de Elena Ferrante, Tove Ditlevsen recorre la amistad entre mujeres en diferentes instantes de la vida: el azar y la ingenuidad de la infancia con Ruth, la revelación de la vida y el deseo de escapar de la realidad con Nina —a quien conoce, no es casualidad, en una compañía de teatro—, el deslumbramiento de la belleza física e intelectual con Ester, la costumbre de la vida adulta con Lise, el escape a la vida de la juventud con Nadja…

La política

«Karl Bjarnhof me hace una entrevista para el Social-Demokraten y al leer el titular me llevo un buen susto. Pone con letras enormes: “Quiero dinero, poder y fama”. ¿De verdad que he dicho eso? ¿Para qué iba yo a querer poder? Toda la entrevista produce una impresión desagradable de mí. Me presenta como una mujer vanidosa, ambiciosa y superficial que solo piensa en sí misma.» (p. 310)

«En otoño se publica mi nuevo libro y tiene muy buenas críticas en todas partes menos en el SocialDemokraten, donde Julius Bomholt lo despelleja a dos columnas con el siguiente titular: “Huida de la Calle de los Trabajadores”. Entre otras cosas, dice que el libro no contiene «un ápice de gratitud» y añade que “se echa en falta algún retrato de nuestros resueltos jóvenes de las Juventudes Socialdemócratas”. Pero si yo nunca he visto a nadie de las Juventudes Socialdemócratas, lloro en mi taza de sucedáneo de té, ¿cómo voy a retratarlos?» (p. 327)

La Trilogía de Copenhague contiene al menos tres lecturas políticas: la que tiene que ver con la clase social, que ya hemos especificado; la ideológica; y la que apela al feminismo.

Tove Ditlevsen nace el 14 de diciembre de 1917, un año antes de la firma del armisticio que marca el final de la Primera Guerra Mundial. Aunque Dinamarca se mantuvo neutral en el conflicto, los estragos que causó en la economía europea —y que provocó la interrupción de las relaciones comerciales danesas con el continente— pausaron muchas de las reformas sociales y laborales que se habían afrontado con el inicio de la década; no ocurrió con el derecho al voto de las mujeres, aprobado dos años antes. Ditlevsen es hija de un hombre de izquierdas, con un fuerte compromiso político, que asiste acompañado por su familia a los encuentros con el político socialdemócrata Thorvald Stauning: en 1924 se convertirá en el primer representante de su partido en ocupar el cargo de Primer ministro del país. Igual que sucede con la ambición literaria de su hija, sin embargo, el padre la fomenta en su hermano y la censura en Tove: cuando es despedida de la empresa de suministros por arengar a sus compañeros, el padre no aplaude su compromiso, sino que lo condena con reproches. La situación política del país transcurre en paralelo a la propia historia personal de Ditlevsen: las menciones parecen recurrentes en Infancia y Juventud, por la figura del padre, y comienzan a diluirse en Dependencia, como todo aquello que no tiene que ver con la escritura o la vida íntima de la autora. Sin embargo, sí existe una profunda carga ideológica que recorre todo el libro: la de la conciencia de clase, asumida y reivindicada desde el pensamiento de la izquierda, y al mismo tiempo desde la voluntad de supervivencia del desclasamiento que Tove Ditlevsen persigue a cualquier precio. Por supuesto, la Trilogía de Copenhague no obvia el ascenso del nazismo, al que se dedican páginas en Juventud —mediante el personaje de su primera casera, que había colgado en el salón un retrato de Hitler—, ni la ocupación de Dinamarca, sobre la que se escriben páginas en Dependencia, en especial a través de las vivencias al respecto de los integrantes del Círculo de la Farola. En la Trilogía ocurre que las historias suceden mientras sucede la Historia, con los nombres propios y las fechas de fondo, y la vida en primer plano.

El feminismo es otro de los grandes focos de reflexión de Tove Ditlevsen. En este sentido, merece la pena destacar que su obra no supone una anomalía en la escritura de su tiempo, sino que se inscribe en la fecunda —aunque no demasiado conocida en España— tradición de la literatura feminista nórdica: la Trilogía de Copenhague, sus novelas y sus libros de poemas dialogan con la obra de escritoras coetáneas como la también danesa Jytte Borberg (1917-2007), la sueca Sonja Åkesson (1926-1977), la finlandesa Eeva Kilpi (1928) o las noruegas Margaret Johansen (1923-2013) y Camilla Carlson (1930-1990). Se cuestionan la familia y la maternidad, el papel de las mujeres en el hogar y en el trabajo, el espacio que consiguen —o que les dejan conseguir— como escritoras… Son autoras de la misma generación cuyas vidas quedan atravesadas por la Segunda Guerra Mundial, la posguerra y los retrocesos sociales, y que se sobreponen a esas experiencias desde la conciencia de que su género las sitúa en un punto de partida desigual con respecto a los hombres de su misma clase y circunstancias, cuestionando la idea del Estado del Bienestar y los lugares comunes en torno a ella. En sus textos abordan las vidas de las mujeres —de mujeres como ellas—, las expectativas que se les inculcan y las ambiciones que intentan gestionar; escriben desde lo personal-político, muchas de ellas partiendo de experiencias propias para construir textos autobiográficos que alcanzan más allá.

Repercusión Internacional

En 1985, la escritora y traductora estadounidense Tiina Nunnally vertió al inglés los dos primeros volúmenes de la Trilogía de Copenhague: publicados por la editorial feminista Seal Press bajo el título Early Spring —una extraña vuelta de tuerca: Early Spring es el título en inglés de la adaptación cinematográfica de La calle de los niños. El libro se convirtió en una referencia aplaudida pero minoritaria, mientras el prestigio de Tove Ditlevsen aumentaba en su país natal, entre el reconocimiento a su trabajo y la romantización de su figura, vida tormentosa mediante. Sin embargo, la publicación de la Trilogía de Copenhague en 2019 y en Reino Unido por Penguin Classics, incorporando el tercer volumen, y posteriormente en Estados Unidos por Farrar, Straus and Giroux, han situado la obra de Ditlevsen en el centro del interés internacional, que desemboca ahora en su traducción al castellano en Seix Barral por Blanca Ortiz Ostalé. Estos libros, escritos entre finales de los sesenta y comienzos de los setenta, prefiguran muchos de los intereses compartidos por referencias de hoy como Annie Ernaux, Deborah Levy o Karl Ove Knausgård.

Ficha Técnica

Título: Trilogía de Copenhague
Autora: Tove Ditlevsen
Editorial: Seix Barral
Temática: Novela literaria | General narrativa literaria
Colección: Biblioteca Formentor
Traductor: Blanca Ortiz Ostalé
Páginas: 432
PVP: 21,50€
PVP eBook: 9,99€

Sobre Trilogía de Copenhage

  • «Una crónica cercana y bellamente escrita de una vida en los márgenes», Patti Smith
  • «Tove Ditlevsen sabe de qué va esto de vivir. Tiene la rara capacidad de construir una historia perfecta y desgarradora a partir de los momentos trágicos de su vida», Rachel Kushner
  • «Absolutamente adictiva. Una obra maestra», The Guardian
  • «Asombrosa, honesta, totalmente reveladora y, al final, devastadora. La trilogía de Ditlevsen es extraordinaria no sólo por su honestidad y lirismo; son libros que viajan a lo más profundo de la experiencia humana y regresan, fatalmente heridos, pero todavía elocuentes», Observer
  • «Aguda, dura y tierna: tristeza desgarradora, comedia negra… Ditlevsen puede pasar de la hilaridad a la angustia en un santiamén», Spectator.
  • «Fans de Elena Ferrante: tomad nota», Stylist.
  • «Romántica, trágica y devastadora», The New Yorker.
  • «El retrato de una artista y una adicta, y el fruto de un talento extraordinario», The New York Times.
  • «Una obra excepcional de autoficción contemporánea», The Wall Street Journal.
  • «Transparente, vibrante, dolorosamente cruda», The Paris Review.
  • «Al igual que Grace Paley y Alice Munro, Ditlevsen es una maestra capaz de capturar la historia completa de un matrimonio en un par de páginas», NPR.
  • «Inquietantemente brillante. Una obra maestra», Vox.
  • «Romántica, espiritualmente macabra y, en última instancia, devastadora… Al igual que una serie de modernistas desapasionadas y poéticas —las escritoras Jean Rhys y Octavia Butler, por ejemplo, o las artistas visuales Alice Neel y Diane Arbus—, Ditlevsen estaba marcada, herida, por su propia y aguda inteligencia… Escritora maravillosamente desestabilizadora, admite algo que un memorista más tímido nunca aceptaría: un monstruoso interés propio. Al desnudar su malestar junto con su genio, nos hace reflexionar sobre nuestro egoísmo», Hilton Als, The New Yorker

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