Capítulo intenso de la tercera temporada de 'Pesadilla en la cocina'

La historia más dura y trágica de Chicote: «No puedo seguir, hemos fracasado»

El chef se enfrenta a un restaurante persa con una deuda de un millón de euros

La historia más dura y trágica de Chicote: "No puedo seguir, hemos fracasado"
Chicote y el dueño del restaurante.

Pesadilla en la cocina’ ha vuelto a ser lo que era. En vez sacaron personajes curiosos y contarnos siempre lo mismo (cosa que ha estado pasando en las últimas entregas del programa) el pasado 3 de marzo de 2014, Alberto Chicote se enfrentó a un caso trágico y por primera vez pensamos que no iba a conseguir triunfar.

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Durante la tercera temporada de ‘Pesadilla en la cocina’ (laSexta) se han notado ciertas carencias creativas. Es cierto que la estructura del programa es muy cerrada y repetitiva pero el problema que ha habido últimamente es que ha basado su estrategia en el casting, en buscar personajes graciosos y/o polémicos para que saquen de quicio a Chicote y punto. No hay contenido y si lo hay es previsible.

No es que el capítulo que vimos el pasado 3 de marzo de 2014 fuese novedoso pero sí que es cierto que, de trágico, era interesante. El espectador quería saber cómo iba a solucionarse un caso que estaba perdido de antemano en todos los sentidos.

Ubicado en Rivas Vaciamadrid, al sureste de la capital, el Cool Palace nació hace varios años con la ambición de convertirse en el restaurante persa más importante de Europa. En un intento de simular el antiguo Imperio Persa a lo grande, su dueño, Farid, invirtió 1 millón de euros en una faraónica decoración demasiado ostentosa y arriesgada: columnas talladas a mano por un famoso escultor iraní, sillas venidas de Oriente Medio, una barra forrada en cobre completamente artesanal, una colorida cúpula de carísimas vidrieras… Todo un despropósito hortera, titánico e incómodo de ver. Parecía la obra de un megalómano desenfrenado.

Obviamente, tanto despilfarro de esfuerzo y dinero no surtió efecto alguno y, hace unos meses, Farid decidió reinventarse y ofrecer en el Cool Palace una nueva oferta gastronómica: tapas españolas y comida mediterránea bajo un techo de lujo persa e impronta iraní. Una extrañísima combinación que obviamente, del público no admite. Es lógico. Para empezar ya es duro entrar en un sitio tan (y voy a decirlo sin rodeos) feo como para que encima me den un salmorejo rancio y unos choricitos a la sidra pasados mientras que me siento que estoy en la tumba de Tutankamon. Surrealista.

A la falta de identidad del Cool Palace y la confusión que genera su decoración y carta, se le sumaban problemas todavía más graves. El servicio era pésimo, los camareros tomaban mal las comandas, la coordinación entre sala y cocina era nula, los cocineros confundían pedidos y, si había algo de estrés, aquello era un gallinero. Los gritos, la desidia y la falta de respeto estaban a la orden del día. La comida era mala y leer la carta era como descifrar la piedra Rosetta. Y con todo esto, el dueño no era capaz de dirigir con claridad. Estaba perdido, como embobado, y demasiado ocupado lamiéndose las heridas.

Los restauradores especializados sostienen una teoría. En España, los restaurantes muy grandes no suelen triunfar a no ser que pertenezcan a una franquicia prestigiosa o se relacionen con la comida rápida. Aquí gusta más la intimidad, el sentirse más como en casa. Y el Cool Palace (antes y después de la reforma, por cierto) era de todo menos acogedor.

El caso que Chicote se acercó por allí y llamó la atención que, al principio, parecía realmente enfadado. ¿Por qué? Pues porque directamente los camareros le estaban tomando el pelo y se reían de él.

Luego, lo de siempre. El Chef vio un primer servicio de comidas desastroso habló con el dueño y con su afligida y enferma esposa, propuso un plato nuevo y en un segundo servicio comprobó que allí nadie hacía nada por sacar aquel mastodonte adelante.

CHICOTE TIRA LA TOALLA

Y aquí llegó el giro de guión. Se notaba mucho que era obra del guión y no una decisión tomada por Chicote. A ver, lo que ocurrió es que en el momento en el que iba a comenzar la tan esperada reforma del local, Chicote la paró en secó y le comunicó a los dueños y a los trabajadores que:

Antes has dicho que yo era un ángel, pero no hago milagros. He decidido no seguir con la obra. he fracasado así y no es la primera vez pero no voy a seguir. Yo me veo. Aquí tienes tus llaves.

Claro, los dueños, que se esperaban que el programa les hiciesen la reforma gratis y le diesen publicidad al local, se quedaron consternados. La mujer se puso a llorar histérica. Nadie entendía nada. Se notaba tanto que era un truco.

Obviamente la sangre no llegó al río. La reforma se hizo, los platos cambiaron, el restaurante se reabrió, con tensión y nervios (sobre todo de un camarero que no se enteraba de nada), obviamente, pero con el consabido final feliz.

 

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Autor

Sergio Espí

Sergio Espí, guionista y crítico de televisión de Periodista Digital, responsable de la sección 3segundos.

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