Miró en la sala de La Pasión

Por José María Arévalo

( Centenario Mourlot. Litografía de Miró, 51×66) (*)

Joan Miró (Barcelona, 1893 – Palma de Mallorca, 1983) es ejemplo de espíritu innovador, y quizá por ello sigue siendo noticia. Tiene su obra principal en la Fundació Joan Miró de Barcelona, que por cierto ha tenido sus salas cerradas el pasado octubre por una huelga de los servicios –subcontratados- de información y atención al visitante. Y desde hace un año, la madrileña Sala Recoletos de la Fundación Mapfre cuenta con un “Espacio Miró”, en el que se exhiben de forma permanente más de sesenta obras del artista cedidas en depósito temporal por varios propietarios, con las últimas décadas en la trayectoria artística del pintor, un período más desconocido. Obra de Miró importante mantienen también la Fundación Pilar i Joan Miró de Palma de Mallorca, el Museo Reina Sofía de Madrid, el Centro Pompidou de París (Musée National d’Art Moderne) y el MOMA de Nueva York.

Hace dos años, por estas fechas, la Sala municipal de Las Francesas ofrecía cien ilustraciones que acompañaron textos literarios, del artista catalán que fuera uno de los máximos representantes del surrealismo, pero más conocido aún por su pintura a partir de los años sesenta, de gran simplicidad, propia de la espontaneidad infantil, de gruesos trazos y colores primarios. Ahora, hasta el 7 de enero, puede verse en la sala de la Pasión de Valladolid “Miró. El jardín de las maravillas”, que expone más de medio centenar de obras pertenecientes a la colección italiana Guido Guastalla. El jardín de las maravillas es una recopilación de algunos de los grabados más importantes del artista catalán. Esta muestra traza un recorrido que se inicia en 1953 con una litografía que realiza en ocasión del centenario de la editorial francesa Mourlot hasta obras que datan de 1981; un conjunto artístico que abarca un periodo de veintiocho años.

Aguafuerte, litografía, aguatinta, ninguna técnica – explica el folleto de mano que facilita la exposición- era ajena a Joan Miró, que encontraba en la obra gráfica un medio de expresión lleno de la libertad que siempre buscaba en sus creaciones. Unas obras donde su visión poética cobran un protagonismo patente y que dan fe de lo que el artista afirmaba “trato de aplicar colores como palabras que forman poemas, como notas que forman música”.

Precisamente cuando, en 2018, se cumplen 125 años del aniversario del nacimiento de Miró, esta exposición permite entender mejor la importancia que tuvo la obra gráfica en la trayectoria artística de este genio universal. La colección Guido Guastalla es el reflejo del mundo más poético y colorista de Miró, un mundo único en el que se deja de ser simples espectadores para pasar a formar parte de ese universo onírico que Joan Miró fue capaz de crear.

( Colpir sense nefrar 3, 1981. Litografía de Miró, 82×72) (*)

“Esa simbiosis –continúa el folleto- entre sus creaciones, la poesía y la música puede apreciarse en alguna de las obras aquí expuestas como la que realizó en 1963 con un prólogo de Jacques Prévert. Ambos fueron grandes amigos desde que se conocieron en los años veinte en París. Una amistad fructífera ya que el poeta escribió desde los años cincuenta varios textos y poemas para los catálogos de Miró, quien a su vez ilustró el poemario de Prévert Adonides (1975) que reúne poemas manuscritos ilustrados con aguafuertes y aguatintas. Ya habían colaborado antes en varios experimentos surrealistas como los “Cadáveres exquisitos”, en los que varios artistas trabajaban en la misma obra sucesivamente en momentos distintos sin saber lo que los otros iban a realizar.

Lo cierto es que hablar de Miró supone hablar del surrealismo. André Breton dijo que “el surrealismo le debe la más bella pluma de su sombrero”, se conocieron en 1923 y ese encuentro supuso el revulsivo que el español estaba buscando en su continuo afán por evolucionar. Miró desde entonces da rienda suelta a sus pulsiones, plasma en sus obras figuras inventadas que comparten protagonismo con los colores vivos en un universo único que encuentra su origen en la memoria y en el subconsciente creando obras que son transposiciones visuales de la poesía surrealista.

( Archipel sauvage IV. 1970. Aguafuerte y aguatinta de Miró, 59×92) (*)

Las obras de esta exposición muestran la dedicación continua y modélica del artista que viene a complementar su maestría en el manejo de la espontaneidad. Trabajar sobre el papel le permite de una forma más directa conseguir plasmar todo lo que su mente imagina de una forma en la que destaca su inventiva. La composición de los elementos, los arabescos, los círculos, las líneas y esencialmente la paleta cromática seleccionada confluyen en un universo colorista y alegre donde se entrevé esa facilidad inventiva.

La exposición cuenta con más de medio centenar de obras originales, que se exhiben previa a la próxima que conmemorá los 125 años del natalicio del grandioso artista catalán. La obra gráfica que compone esta muestra, no debe ser considerada como un mero estudio preliminar o complementario de la pintura del artista español, sino una indagación en una técnica que conocía muy bien y que utilizaba para obtener efectos peculiares sobre el papel, probablemente no logrados mediante otras técnicas. Miró podía permitirse allí una libertad y, en ciertos casos, una agresividad creativa relativamente mayor a la de los códigos ya transitados en la pintura, produciendo obras que evidencian una enorme fantasía y riqueza inventiva, donde la esencia y la síntesis prevalecen sobre el análisis más general de la narración pictórica.

( El pájaro Honda. 1965. Litografía de Miró, 80×57) (*)

El artista exaltaba y amaba de forma particular la expresión gráfica: por un lado, su mano se deslizaba veloz, por otro existía un orden virtual, que le permitía orientar el gesto y coordinar líneas, trazos y cortes; y por último satisfacía su deseo ligado a un trabajo pensado para una mayor y más rápida divulgación.

La rapidez de ejecución y su ser más brutal, arcaico y casi primitivo acentúan el impacto visual, en detrimento de una búsqueda meramente estética. Estas obras no debían trasmitir ningún mensaje, más bien aspiraban a producir realidades ocultas surgidas del encuentro entre el propio sueño consciente, alegre y tempestuoso, y las cosas del universo.

El comisario de la exposición, Tomás Paredes, en la presentación de la exposición, subrayó que a pesar de utilizar un lenguaje «muy atractivo» para un imaginario y «demasiado ecléctico» para otro, no se puede negar que el artista catalán se «entregó» a la «expresión artística» y se ha convertido en un «maestro imprescindible» en la Historia del Arte. Aunque nunca quiso pertenecer a la vanguardia surrealista, su nombre ha quedado ligado a este movimiento. Paredes destacó la relación del pintor con la lírica, pues se le puede considerar como uno de los «grandes poetas» del siglo XX, en referencia tanto a sus cuadros como a los versos que él mismo escribía.

( Oda a Joan Miró, 1973. Litografía de Miró, 87×61) (*)

La exposición muestra la dedicación «continua y modélica» del artista que viene a complementar su maestría en el manejo de la «espontaneidad». Trabajar sobre el papel le permite de una forma «más directa» conseguir plasmar todo lo que su mente imagina de una forma en la que destaca su «inventiva».

En este sentido, Paredes señaló que aunque siempre se ha «menospreciado» la «valía» de la obra sobre papel en España y se ha considerado este soporte como un tipo de obra «menor», desde Francia hasta los países bálticos se le ha dado «mucha más importancia». De hecho, el propio Miró afirmó que «la obra gráfica es una expresión mayor de arte» que además le permitía satisfacer su «necesidad de alcanzar el máximo de intensidad con el mínimo de medios».

( Utógrafo II, 1975. Litografía de Miró, 32×47) (*)

Trabajos de increíble poder cromático y riqueza inventiva en los que el artista funde signos y símbolos. Círculos, líneas o arabescos con los que da rienda suelta a sus pulsiones. Obras donde su visión poética cobra un gran protagonismo y que reflejan su pensamiento. «Trato de aplicar colores como palabras que forman poemas, como notas que forman música», decía Miró sobre sus obras.

La sala exhibe también unas litografías en blanco y negro que Miró creó como homenaje al arquitecto Luis Sert, gran amigo de Miró, y que fue el arquitecto de la Fudación Miró en Barcelona, que se levantó en 1975.


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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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