Día de los abuelos en el cole

Por Javier Pardo de Santayana

( Abuelos. Acuarela de Dolors Barberan en Hispacuarela de Facebook) (*)

Desconozco si usted, improbable lector mío, ha tenido la experiencia de asistir un Día de los Abuelos en el colegio de sus nietos. Pero de lo que estoy casi seguro es que cuando usted era niño no tuvo la ocasión de hacerlo, porque entonces no se estilaban estas cosas que yo sepa: he aquí, supongo, un refinamiento evolutivo del sistema.

Claro que el centro en el que estudian mis cuatro nietos es un colegio en el que se cuidan los detalles. En algún sitio leí en letras de molde que se encuentra entre los cincuenta más avanzados, no ya de España sino de todo el ancho mundo. Por ejemplo, los alumnos de lo que en mi época era el bachillerato programan hoy personalmente sus estudios y comunican a sus profesores cuándo están en disposición de pasar un examen. Por lo menos es eso lo que yo he entendido. Creo que desde luego se les nota en la responsabilidad con que asumen sus trabajos.

Se trata de un colegio fundado por un sacerdote atípico que se distingue por su asombrosa capacidad creativa. Una asombrosa facultad personal puesta al servicio sobre todo de la juventud que vive marginada. El padre Luis Lezama – que este es su nombre – ha hecho cosas como recorrer España en vespa ayudando a los maletillas que soñaban con acabar siendo toreros, pero también, según conozco e incluso leo en la información de google, ha conseguido crear hasta tres hoteles, varias tabernas, entre ellas las “del Alabardero» en Madrid y Sevilla, y la última, en la ciudad de Washington, junto a la Casa Blanca, o – cómo no citarlo – el mítico “Café de de Oriente” que frecuento. Y veinte establecimientos más por el estilo. Así que, según dicen, ha dado de comer al Papa, al Rey de España, y a grandes artistas de renombre.

Todo esto para ayudar a los jóvenes especialmente conflictivos. Que así sacó de la droga a cientos de muchachos para los que siempre ha sido ya “su padre”. Por eso dice tener “nietos”. Y los nuevos nietos que ahora tiene son nada menos que los 1500 de este modélico colegio de que les hablo, cuyos profesores son laicos y que está abierto a la población de un nuevo barrio de Madrid de la que ha sido párroco. Precisamente él bautizó a una de mis nietas que ahora tiene algo más de siete años.

Pues bien, esta vez el Día de los Abuelos ha sido celebrado por los niños de cinco, entre los que se encuentra el más pequeño de mis nietos, con un programa consistente en una misa en la monumental capilla del colegio seguida de un festival musical desarrollado en el teatro por seis o siete grupos de unos treinta niños y niñas pertenecientes a distintas clases (A, B, C, etc.), que bailaron sendas canciones, seleccionadas por cierto con criterio, de entre las más conocidas y de mayor éxito del tiempo de los abuelos: así aquéllas de “María Isabel” (La playa estaba desierta, el mar bañaba tu piel…, “Puente a Mallorca” (Será maravilloso viajar hasta Mallorca…), o “El himno de la alegría” (Escucha hermano la canción de la alegría…).

Del estilo del colegio da idea también la circunstancia de que el personal desplegado para la recepción de invitados y su acompañamiento y guía, como también los locutores que en el escenario del teatro habrían de dirigirse al respetable público, eran igualmente alumnos del colegio; si bien algo mayores: los de alrededor de once años, que se desenvolverían con gracia y con soltura. Luego, todos iríamos a la zona del comedor y la cocina para disfrutar de un sabroso chocolate con unos churros excelentes, y ya acabada la jornada llevarnos a nuestro nieto a que disfrutara de nuestras dos perritas. Y a un restaurante de hamburgueses. y a montar en los caballitos, y a comprar unos juguetes de “Playmobil”. Así terminaría la jornada con el regreso a casa y el reencuentro con sus hermanos y su madre.

Y ahí no puedo por menos de registrar mi asombro, pues, al llegar, nuestro nieto se volvería hacia una especie de caja cilíndrica y sin botón de mando alguno para pedir a distancia a una muchacha inexistente cuyo nombre es Alexa (1) que se encendiera una de las luces de la sala. Luego pedimos que la luz se apagase, a lo que también obedeció inmediatamente. Y aún nos animamos a rogar que nos contara un chiste. “Un señor va a consultar a un adivino. Llama a la puerta: ¡Pam pam! ¿Quién es? responden. ¡Pues valiente adivino! comenta el caballero” Luego pedimos otro chiste más: uno de paces: “¿Qué le dijo un pez a otro pez?” “Pues nada” nos contestan. Y hasta solicitamos música de fondo a cargo de un cantante conocido, o que nos avisasen cuando pasaran tres minutos. Y tantas otras cosas más a las que siempre encontraríamos una respuesta inmediata y oportuna. O sea que estos avances tecnológicos que hacen cosas que parecen imposibles se han puesto ya al alcance de cualquiera.

Sobre lo cual nuestra hija nos aclara que se trata de tener el wifi – red de conexiones inalámbricas – y que esto lo pueden conseguir hasta las lámparas. De hecho en su casa lo tienen no sé cuantos trastos más de uso corriente. Pero yo pienso para mis adentros que, aunque la explicación está muy bien, para encender una bombilla hay que cerrar un circuito a voluntad, por lo que si no me lo explican algo más me seguirá siendo difícil entender cómo funciona.

(1) Supongo que en esto no se quejarán las feministas, pues tanto Siri como Alexa, los dos asistentes de inteligencia artificial más conocidos y brillantes, han sido bautizados con bellos nombres de mujer.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
http://c1.staticflickr.com/5/4893/43985421530_8beabf067b_b.jpg

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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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