Batalla de la isla Terceira. 3

Por   Carlos de Bustamante.

(Desembarco de los tercios, fresco de Niccolò Granello en la Sala de las batallas del Monasterio de El Escorial)

He dicho y repito que a lo largo de la historia de las naciones, creo que queda muy claro que ´los tradicionales´ amigos o enemigos, por lo general lo son según varíen las circunstancias. Sucede con las naciones, o parecido, como con las personas de las que del amor al odio no hay más que un paso. O   como diría un santo del medioevo:   `El que de santo resbala, hasta demonio no para´.  Referido al que de amigo de toda confianza pasa por un quítame allá esas pajas a enemigo encarnizado.  Igual, o parecido a veces, del hombre con Dios.

Sin perder de vista que cuanto narra Fernando Martínez Laínez en sus Vientos de Gloria y que sucesivamente os transmito, pertenece a los últimos coletazos de la baja edad media, en nada puede extrañar que se den las incongruencias de pasar sin apenas motivos, o éstos de poca entidad, de aliados a enemigos y lo contrario. Aunque no me guste la expresión, son éstos  los llamados`signos de los tiempos´.

Valga, pues, lo dicho para Portugal, Francia o Inglaterra.

GOLPE FINAL

Pese al rotundo triunfo logrado por la armada de Bazán, la batalla por la conquista de las Azores no había terminado, ya que algunas de las islas continuaban en manos de los partidarios del prior y se mantenía el bastión enemigo de Tercéira, donde el vicealmirante francés Laureau había logrado reunir 17 buques de la derrotada escuadra de Strozzi. Al mando de los defensoresterrestres estaban el marqués de Brissac y el propio prior de Crato.

Esta vez, Felipe II actuó sin prisas, consciente de su fuerza. El 9 de agosto llegó al archipiélago la escuadra de Juan Martínez de Recalde, compuesta de 15 buques, entre naos gruesas y galeones, y se desembarcaron 2.000 hombres para reforzar la guarnición de la isla de San Miguel. La fuerza española necesitaba asestar el golpe definitivo a la resistencia de los partidarios del pretendiente portugués conquistando Tercéira. Pero para eso hubo que esperar hasta mediados de julio de 1583. En esa fecha, el marqués de Santa Cruz regresó a las Azores con una flota de 98 buques y más de 15.000 soldados de los tercios distribuidos en 17 compañías. Los mandaba el maestre de campo Agustín Íñiguez de Zárate, quien ocupaba el puesto de Lope de Figueroa, lo que algunos interpretaron como una sanción al héroe del San Mateo por su peligrosa iniciativa al romper la formación española en la decisiva batalla naval del año anterior. Al rechazar la rendición los partidarios del prior, los tercios españoles desembarcaron en Muelas (Tercéira), a unas dos leguas al este de Angra, y alcanzaron la costa en botes con apoyo de las galeras y galeazas. La resistencia de los defensores se quebró pronto y los soldados de Zárate se impusieron a la tropa francoportuguesa, que pidió rendición, aunque don Antonio consiguiera escapar una vez más dejando atrás al gobernador de Tercéira, que fue ahorcado del bastión más alto de su propia fortaleza.

Los de Tercéira habían fortificado bien los puntos más accesibles de la isla y disponían de 9.000 hombres armados, entre ellos 3.100 franceses mandados por monseñor de Chaste,  gentilhombre de cámara del rey Enrique III. Francia aportaba, además, 14 navíos armados y 100 piezas de artillería. En cuanto a la reina Isabel de Inglaterra, había enviado una compañía de 200 soldados, además de otorgar al prior la autorización para contratar privadamente corsarios en suelo inglés. La armada de Bazán empleó cuatro días en trasladarse desde San Miguel a Terceira por vientos contrarios y llegó el 23 de julio a la ciudad de Angra. Tras un reconocimiento encomendado a Miguel de Oquendo y Marolín de Juan, el almirante español eligió para el desembarco la caleta de Molas, a media distancia entre las poblaciones de Angra y Praja, donde se concentraba la mayor parte de la infantería y caballería enemigas.

A primera hora de la noche empezaron a colocarse las tropas en las embarcaciones y a las dos de la madrugada arrancaron las galeras, cada una de ellas remolcando un rosario de lanchones, pinazas42 y pataches atestados de hombres, bajo la protección del fuego de artillería y mosquetes. Una vez asentada la cabeza de playa, los franceses se defendieron en una colina cercana al castillo de San Sebastián, distante seis millas de Angra. Nuevas tropas de Bazán reforzaron el desembarco y la vanguardia española entró ese mismo día en la ciudad de Angra, atacada simultáneamente por tierra y mar. En la acción se ganaron 44 fortines con 300 piezas de artillería —algunas con las armas del rey francés y del Gran Turco grabadas juntamente —, y se tomaron 14 naves, de ellas cuatro francesas y dos inglesas corsarias. Quedaron prisioneros 2.200 franceses, que fueron transportados en naves españolas a Fuenterrabía, y 1.800 portugueses.

Desde Angra, Bazán despachó a Pedro de Toledo con una pequeña armada y 2.500 infantes a la cercana isla de Fayal, que disponía de guarnición francesa y fuertes bien artillados. Antes, tocó en las islas de San Jorge y del Pico, que se sometieron sin resistencia. La guarnición de Fayal —que dio muerte al mensajero que les intimó a rendirse— también acabó capitulando y entregó seis banderas y 16 piezas artilleras.

A principios de agosto de 1583, la flota expedicionaria española abandonó las islas Azores, donde dejó una guarnición permanente de 1.000 hombres, y de gobernador general, a Juan de Urbina, sobrino de un famoso capitán de los tercios del mismo nombre. Tras el revés de Tercéira, el prior de Crato marchó a Inglaterra y, desde allí, con ayuda de la reina Isabel, organizó en 1598 una nueva expedición contra España dirigida por Francis Drake, que también acabó en desastre.

ENSEÑANZAS

A la rotunda victoria de Bazán contribuyó el tamaño superior de sus buques de alto bordo, lo que le proporcionaba mayor altura sobre la línea del mar y le permitía dominar a los buques franceses, más bajos, aunque más maniobrables. Los barcos españoles estaban diseñados como grandes superestructuras flotantes, desde las cuales se disparaba contra las tripulaciones enemigas, como una versión naval de las fortalezas terrestres.

Las tácticas de la época consideraban el abordaje el momento decisivo del combate, y el papel de la artillería consistía en causar el mayor daño posible al buque enemigo para facilitar el asalto. Eso hacía que la altura de la borda se estimase factor determinante para lograr la victoria, ya que en el combate cuerpo a cuerpo la infantería española se consideraba invencible.

En los barcos españoles se conservó durante largo tiempo el uso de lombardas, piezas de hierro forjado que disparaban proyectiles de piedra (bolaños), pues este tipo de munición, al impactar contra los barcos enemigos, se dividía en miles de fragmentos que actuaban como metralla, causando gran número de bajas. También se utilizaron mucho las culebrinas, unas piezas de pequeño calibre que disparaban desde los castillos del buque para causar estragos en las tripulaciones enemigas.

De la gesta de Álvaro de Bazán se hicieron eco los grandes poetas españoles de la época. Después de su victoria en Tercéira, el almirante fue nombrado capitán general del Mar Océano y Grande de España, y Lope de Vega, que había servido como soldado a sus órdenes, le dedicó en 1588 el siguiente y merecido epitafio:

El fiero turco en Lepanto

En la Tercéira el francés,

Y en todo el mar el inglés

Tuvieron de verme espanto.

Rey servido y patria honrada

Dirán mejor quién he sido

Por la Cruz de mi apellido

Y con la cruz de mi espada.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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