Sitio de Cartagena de Indias (1741). 1  

Por Carlos de Bustamante

(Sitio de Cartagena de Indias, por José Ferré Clauzel)

«Si tuviéramos suficiente voluntad, casi siempre tendríamos medios suficientes» (FRANÇOIS DE LA ROCHEFOUCAULD)

En los primeros días de marzo de 1741, los habitantes de Cartagena de Indias, la ciudad más poderosa de la América hispana, quedaron atribulados al conocer que una escuadra inglesa de más de 200 barcos se aproximaba para atacar la plaza. En contraste con la angustia de los cartageneros, los británicos se las prometían felices. Estaban seguros de ocupar la ciudad, pero no habían contado con un marino español de pequeña estatura y mutilado en cien combates, que se aprestaba a defenderla y cuyo nombre era Blas de Lezo. Fue un órdago para romper el dominio español en América que Gran Bretaña perdió de forma estrepitosa, aunque luego hiciera todo lo posible para olvidarlo. Blas de Lezo había nacido en Pasajes, Guipúzcoa, en 1687 y participó de joven oficial en la batalla de Vélez-Málaga, donde perdió una pierna, y en el combate de Tolón, un ojo. En 1712, en plena guerra de Sucesión, perdió el brazo derecho en el sitio de Barcelona, y luego navegó varios años por el Caribe y el océano Pacífico en persecución de piratas y contrabandistas. Estuvo a punto de bombardear Génova en 1730, y dos años más tarde participó en la reconquista de Orán. Los españoles, en tono cordial, le llamaban «Pata de palo» o «Medio hombre», por los jirones de su cuerpo que había ido dejando por el mundo en defensa de su patria. Para mala suerte de los ingleses, este «medio hombre» fue nombrado en 1737 comandante general del apostadero de Cartagena y, pronto, los hechos que llevó a cabo proclamaron que le hubiera cuadrado mucho más el apodo de «milhombres» en aquellos duros tiempos, cuando los barcos eran fortalezas de madera erizadas de cañones que batallaban casi a quemarropa, hasta quedar a flote o irse a pique, convertidos en gigantescos ataúdes que arrastraban al fondo del mar a toda la tripulación.

PUERTO DEL VIRREINATO

Cartagena de Indias era el puerto mayor y más seguro de América del Sur. Desde el siglo XVI hasta finales del siglo XVIII, constituyó el punto neurálgico de la política comercial y defensiva de la fachada atlántica del dominio español en gran parte de América central y el sur del Caribe, y la gran puerta comercial por la que entraban y salían los productos del virreinato de Nueva Granada y la plata del Perú. Las guerras que España mantuvo contra Inglaterra, Holanda o Francia y la constante presencia de corsarios y piratas obligaron a establecer un sistema de convoyes o flotas para la seguridad en la travesía oceánica. Saliendo de Sevilla o Cádiz, las flotas zarpaban con destino a la Tierra Firme (América continental), recalando en Santo Domingo y en el puerto de La Habana. En este último, solían dividirse según su destino, dirigiéndose a Cartagena de Indias o a Veracruz. La flota de galeones esperaba en Cartagena a que llegase a Panamá la armada del Mar del Sur que transportaba la plata del virreinato del Perú, vía Portobelo. A su regreso, las flotas de Veracruz y Cartagena se concentraban de nuevo en La Habana  antes de emprender tornaviaje a España. Lo que hacía casi inconquistable a la Cartagena americana era el entorno natural de tierras pantanosas, manglares, estrechos canales, islas y arrecifes de coral —por no hablar del clima y la malaria— que constituían su mejor defensa.

El frente marítimo de la ciudad lo protegían dos islas de escasa altura: la llamada Tierra Bomba y la isla de Barú y estaba separado del continente por un estrecho canal de menos de un metro de calado. Un ataque directo a la ciudad desde el mar resultaba imposible. Edificada sobre el antiguo poblado indígena de Calamarí, en una isla bordeada de bajíos y arrecifes rocosos por el lado del Caribe que impedían el acercamiento a los navíos, resultaba inaccesible también desde el lado que daba a tierra firme, ya que la rodeaba una extensa red de canales, esteros y ciénagas, lo cual permitía una segura defensa combinando fuertes, murallas y fosos naturales. Como refuerzo, tanto la propia ciudad como el arrabal de Getsemaní, también estaban rodeados por la denominada «Muralla de la Marina».

Debido a esta singularidad geográfica, el ataque naval a Cartagena, ciudad que superaba los 20.000 habitantes a principios del siglo XVIII, solo podía efectuarse por dos bahías (llamadas Interior y Exterior) que permitían el anclaje de grandes flotas y a las que se accedía por dos canales: el existente entre la costa continental y la parte norte de Tierra Bomba, denominado Boca Grande, y el comprendido entre la parte sur de Tierra Bomba y la punta norte de la isla de Barú, pegada a tierra firme.  El poco calado de la zona portuaria interior de Cartagena obligaba a los barcos a permanecer fondeados en la bahía Interiorcuando realizaban las operaciones de carga y descarga, pero constituía otra ventaja defensiva en tiempo de guerra, puesto que impedía el acercamiento de los buques atacantes al área urbana.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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