Salud

La horrible pesadilla tras una sonrisa perfecta

"Detrás de mi cara hinchada pude ver que seis de mis dientes frontales ya no estaban"

La horrible pesadilla tras una sonrisa perfecta
Natalia Guerrero RS

Muchas veces, nuestro ansia por tener mejor aspecto, nos juega muy malas pasadas. Hace ocho años, a Natalia Guerrero la convencieron en Colombia de ponerse dientes delanteros falsos y coronas, a pesar de que los suyos estaban bien, según recoge Natalia Guerrero BBC Storie.

Fue el comienzo de una dolorosa pesadilla dental que terminó en Miami, Estados Unidos, y que le costó una pequeña fortuna.

La dolorosa experiencia le hizo reflexionar sobre los millones de personas que necesitan asistencia dental urgente, pero no la pueden financiar.

Este es su testimonio.

Fue un tratamiento que no necesitaba y ni siquiera quería realmente. Un tratamiento que me dejó en agonía. Un tratamiento que tuvo que ser realizado una y otra vez y que me costó miles de dólares, cientos de noches sin dormir e incontables horas de dolor insoportable.

Recuerdo el ruido del taladro, el olor a carne quemada mezclada con sangre, mi sangre. Me acuerdo de la cara de empatía de la asistente dental que sostenía el tubo de succión mientras el dentista hacía malabarismo dentro de mi boca anestesiada.

Pero lo más doloroso es el recuerdo de los 10 minutos en que se detuvo y tuve la oportunidad de mirarme en el espejo.

Detrás de mi cara hinchada pude ver que seis de mis dientes frontales ya no estaban. Lo que había eran unos pequeños conos estilo vampiro. Quedé en shock, shock de haber sido tremendamente estúpida.

Este era el último paso de una cadena de procedimientos innecesarios que mi dentista disfrazó como un tratamiento para dientes «terriblemente desgastados».

Primero, me puso dientes postizos en seis de mis dientes frontales. Luego, como estos se rompían constantemente, me sugirió coronas, las que describió como similares, pero más resistentes.

De manera muy estúpida, no hice demasiadas preguntas y no me di cuenta de que mi dentadura natural quedaría reducida a los colmillos de Drácula.

No solo este procedimiento fue innecesario (todo lo que necesitaba era una placa dental para dejar de rechinar mis dientes al dormir), sino que resultó que mi dentista no estaba preparado para ese trabajo.

Durante los últimos ocho años han tenido que realizarme varias cirugías en mis encías. Han debido reparar mis coronas dos veces, tres en el caso de los incisivos.

Si no has pasado por esto, no te imaginarás lo difícil que es quebrar un diente de porcelana. Es una lucha entre el dentista y la corona dentro de tu boca. Y tú estás ahí, acostada. Resignada. Callada. Esperando que pasen las horas.

La anestesia dura menos en mi cuerpo que lo que dura en otra gente, así que me tienen que inyectar varias veces entre las cuales siento dolor.

Este continúa hasta mucho después de dejar la silla dental, dentro y fuera de mi boca. Debí soportar dolor persistente dentro de mis oídos, mandíbula, cavidades oculares y cuello, además de las jaquecas que duraban hasta dos meses.

Eso sin mencionar todo lo que pagué por arreglar este desastre.

Probablemente pienses que tuve mala suerte, pero de alguna manera fui muy afortunada. Al menos pude costear el tratamiento.

En muchos países, la gente que quiere mejorar su dentadura -ya sea por malestar o por verse mejor- no tiene manera de pagarlo.

Casi todo el mundo tiene un amigo o conocido que necesita tratamiento dental. Cuando a alguien le cae dinero del cielo o una herencia, esta es una de las cosas más probables en las que lo van a invertir.

«Lo piensas dos veces antes de reírte, porque te da vergüenza», dice una de mis tías en Colombia. Un mal tratamiento que se hizo en España le hizo perder tres dientes de arriba y hoy sus prótesis se notan.

Otro caso es el de Édgar, un personaje, fumador empedernido y el rey de la fiesta. Sus problemas empezaron cuando ignoró un diente descompuesto y el diente del lado se infectó. Finalmente, solo le quedaron tres.

Siendo una especie de hippie, no se hizo problema y se dejó crecer una abundante barba que escondió su boca, pero cuando finalmente obtuvo su dentadura nueva, fue al peluquero y le envió una serie de sonrientes selfies al grupo de WhatsApp familiar. Casi con 60 años, fue un triunfo para él.

No fue solo el precio lo que lo mantuvo lejos del dentista. Cuenta que su generación le teme a estos profesionales. «A mi tío Óscar lo amarraban a la silla dental», cuenta Édgar, «y se quedaba ahí gritando».

La salud oral es uno de los indicadores más significativos a la hora de medir la desigualdad social.

Una mala dentadura no solo puede acarrear terrible dolor, sino también la pérdida de oportunidades laborales, aislamiento y enfermedades.

El costo de la salud dental, tanto en Colombia como en Estados Unidos, está más allá de las posibilidades de muchos.

En 2016, unos 74 millones de personas -casi un cuarto de la población estadounidense- no tenía cobertura de salud dental en su seguro o programa público de salud en Estados Unidos.

E incluso quienes tenían, debían pagar parte o toda la cuenta para el tratamiento que necesitaban. Una extracción puede costar entre US$200 y US$600 dependiendo de donde se realiza y si se usa o no anestesia. Las coronas varían entre US$1.000 y US$2.000.

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