Nuevos tiempos, nuevos tonos y nuevos gustos.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca para su segundo mandato no solo ha traído consigo un cambio en la agenda política de Estados Unidos, sino que también ha desencadenado una metamorfosis palpable en el corazón simbólico del país.
Aquellos que han tenido la oportunidad de recorrer los pasillos presidenciales recientemente coinciden: la estética y el ambiente han variado drásticamente respecto a la etapa anterior. El denominado “estilo Trump” se hace evidente en cada rincón.
Los cambios más comentados se aprecian en espacios emblemáticos como el Despacho Oval y la Sala del Gabinete. En estos lugares, la preferencia por el dorado y una decoración exuberante es inconfundible.
Los detalles dorados adornan las molduras del techo y las paredes, alineándose con los gustos que el mandatario ha mostrado en otras propiedades como Trump Tower o Mar-a-Lago.
No faltan los muebles elaborados ni las obras de arte clásico, y la luz que entra por los ventanales resplandece en superficies diseñadas para impresionar a cualquier visitante.
Cambios clave en la decoración y los símbolos presidenciales
- El tradicional tapiz azul oscuro de la era Biden ha sido reemplazado por una alfombra más clara, previamente utilizada por Ronald Reagan. La razón: proyectar una imagen más luminosa y optimista.
- Las banderas de las distintas ramas militares estadounidenses ahora adornan el Despacho Oval, enfatizando la importancia simbólica de las Fuerzas Armadas en la narrativa presidencial.
- Se ha dado prioridad a retratos de figuras históricas conservadoras. El cuadro de Franklin D. Roosevelt ha sido sustituido por uno de George Washington, ampliando así la galería con marcos dorados y detalles ornamentales.
- Un nuevo retrato de Trump a sí mismo, mostrando el gesto del puño en alto tras un atentado, reemplaza al retrato de Barack Obama en el vestíbulo de entrada.
La gran apuesta: un salón de baile monumental
Uno de los proyectos más ambiciosos que lidera el mandatario es la construcción de un salón de baile que abarcará casi 90.000 pies cuadrados en el ala este de la Casa Blanca. Esta iniciativa, surgida ante la necesidad de albergar eventos a gran escala, responde tanto a un deseo personal como a una demanda histórica del recinto presidencial. El nuevo salón tendrá capacidad para recibir hasta 650 invitados sentados, lo que triplica la capacidad del actual espacio más grande, el Salón Este.
Las obras, bajo la dirección del estudio McCrery Architects y la empresa Clark Construction, suponen una inversión aproximada de 200 millones de dólares, financiados por el propio Trump y donantes afines. La justificación oficial es rotunda: “la Casa Blanca merece un espacio acorde con su relevancia internacional y las necesidades del siglo XXI”, según palabras de su jefa de gabinete, Susie Wiles. El diseño será clásico, respetando así la herencia arquitectónica del complejo pero incorporando tecnología moderna y comodidades actuales.
El jardín de rosas, convertido en club social
El famoso Jardín de Rosas, habitual escenario para ruedas de prensa y recepciones oficiales, también ha modificado su función y apariencia. El césped original ha sido sustituido por una terraza pavimentada con piedra y hormigón, rebautizada como The Rose Garden Club. La razón detrás del cambio, según el propio Trump en una reciente entrevista televisiva: “El césped no funciona; siempre está mojado e incómodo para los invitados, especialmente aquellos que llevan tacones”.
Esta transformación ha generado opiniones divididas. Algunos ven en la nueva terraza una oportunidad para modernizar los usos del espacio; otros critican la pérdida del carácter histórico y natural del jardín.
Renovación de símbolos y mensajes políticos
El giro estético no es solo cuestión de preferencias personales; también responde a una estrategia comunicativa política. El entorno, los símbolos e incluso los colores seleccionados transmiten mensajes claros: autoridad, poder, tradición y al mismo tiempo ruptura con lo anterior.
Detalles menores como posavasos u objetos decorativos con el nombre Trump grabado en oro refuerzan esa identidad personalista del actual inquilino. Las obras seleccionadas por el propio presidente buscan conectar con episodios históricos que refuercen su visión sobre el país.
La sustitución de retratos recientes por otros más afines ideológicamente subraya su intención de distanciarse claramente de etapas políticas previas.
El futuro de la residencia presidencial
No es la primera vez que se llevan a cabo reformas significativas en la Casa Blanca, pero pocas veces se había visto una transformación tan alineada con la personalidad del ocupante. La combinación entre renovaciones arquitectónicas, cambios decorativos y símbolos elegidos apunta hacia un legado que va más allá de lo político e impacta directamente en la memoria visual del país.
La construcción del nuevo salón de baile, así como la conversión del jardín y esa apuesta por una estética opulenta quedarán grabadas como uno de los rasgos más perdurables de esta etapa. Para sus defensores representa una modernización necesaria; para sus detractores es un signo claro de excesivo personalismo. Sin embargo, nadie puede negar que Trump ha logrado convertir a la Casa Blanca en un reflejo auténtico de sí mismo.
En pleno epicentro del poder estadounidense, mármol, oro y luz brillan juntos creando una época recordada tanto por sus decisiones políticas como por esa imagen —literal— que proyecta al mundo.

