Unos sueños caóticos, desmedidos, de brillante presentación formal y deficiente contenido, ‘a partir’ -ciertamente, sólo de partida- de los Sueños de Francisco de Quevedo. Una recreación hagiográfica y sin matices de la vida del escritor. Un refocilarse en la decadencia del imperio español del siglo XVII y en los tópicos más vistos de la leyenda negra en un espectáculo en cartón piedra en el que apenas se reconoce la pluma de Quevedo más allá del injerto de sus poemas más famosos entre textos de nueva creación que, francamente, no están a la altura. Una vez más se invoca a un clásico para hacer con él una recreación arbitraria. Se deforma al Quevedo real -con sus no pocas sombras- para impresionar al público con exceso de oropeles en una propuesta fallida.
Si empezamos hablando de la susodicha ‘Sueños de verdades descubridoras de abusos, engaños y vicios en todos los géneros de estados y oficios del mundo’, la obra más compleja y ambiciosa de Quevedo, publicada en 1627, se nos irán los folios antes de llegar al asunto de esta modesta reseña, juzgar simplemente si la adaptación teatral que se estrenó el pasado viernes nos parece acertada, en que medida digna de elogios y en cual proporción incursa en defectos. La respuesta es que, teniendo grandes aciertos formales, siendo un espectáculo espectacular -valga la redundancia- y gozando de una producción cuidada, no nos convenció en absoluto, nos hizo sufrir lo suyo y nos dejó ese mal sabor de boca característico de las expectativas desarboladas.
Lo ambicioso del empeño y lo escogido de los mimbres puestos en juego nos hacen ser más exigentes, téngase en cuenta para disculpar nuestra crudeza un tanto quevediana. José Luis Collado nos ha explicado perfectamente su propuesta: ‘Convertir cualquier texto de Quevedo en una obra teatral es una empresa que muchos han acometido pero de la que pocos han salido airosos. Y Los sueños no son una excepción. Una apasionante sucesión de textos inconexos llenos de críticas y sátiras de la sociedad del siglo XVII, personajes alegóricos en escenarios de ultratumba, jocosas reflexiones en torno a oficios desaparecidos hace siglos… Optamos por lanzarnos de cabeza al sacrilegio, a la perversión, a la mezcla iconoclasta y desprejuiciada de tiempos, planos de realidad, personajes históricos y ficticios, espacios de la memoria imaginada y ensoñaciones apuntadas… Si alguien espera ver sobre las tablas una sucesión de escenas extraídas directamente de la obra de Quevedo se llevará una gran decepción… Por sí mismos, Los sueños que escribió Quevedo no tienen ninguna coherencia desde una perspectiva teatral, ni una progresión dramática. Nosotros hemos creado un armazón mucho más abstracto y poroso en el que tienen cabida algunos de esos sueños, sí, pero también la poesía, los hechos históricos, el amor y la imaginación al servicio de una historia que pudo ocurrir así o no’.
Explicado está. El resultado no nos parece bueno. Es fácil juzgar a toro pasado pero nos hubiera gustado ver una adaptación teatral de los Sueños de Quevedo, una de las obras distinguidas de la prosa española del Barroco, gozar de sus hallazgos literarios, reconsiderar sus juicios un tanto gastados ya a estas alturas, y contemplar tal cuales sus cinco partes, esas Sueño del Juicio Final, El alguacil endemoniado, Sueño del Infierno, El mundo por de dentro y Sueño de la muerte, fieles a su texto y esencia. ¿Sería así la obra menos atractiva? No para el espectador exigente, que es el que la CNTC debe cultivar dejando su terreno propio al respetable teatro comercial. Y es que de Quevedo lo que sobrevive es su pericia prosista (inferior a la poética), sus juegos conceptistas, sus alegorías, su riquísimo léxico, y lo que es colateral son sus juicios, esa crítica social de la España de los Austrias que nada carente de valor en su época, hoy suena a moralina trasnochada.
A Gerardo Vera sin embargo es lo que más le ha interesado, y eso lastra la propuesta desde su inicio, dotándola de una intencionalidad subjetiva y una politización esquemática, las cuales parten de un supuesto Quevedo consciente observador en su atalaya de la supuesta decadencia del imperio español, un quevedo irreal, una recreación ficticia sobre una fabricación histórica posterior, cargada de valoraciones pesimistas, negativas y sesgadas que deforman la realidad de la época con velos posteriores. Vera habla de ‘realidad española sin adornos, sin coartadas, yendo a lo más profundo de la herida aunque te empapes en su sangre… Su obra se transforma en una sangría existencial… El testamento de un artista, pero sobre todo de un hombre que padecía en carne propia… un tiempo en el que ya no se podía soñar, donde lo épico se degradaba en retórica, la valentía en soberbia, la nobleza en herencia sin merecimientos’. El más rancio tremendismo secular de una intelectualidad española siempre predicando y nunca dando trigo. Así que toma del frasco otra ración de esa ‘España presa de la corrupción de las monarquías absolutas de Felipe III y Felipe IV, víctima del ocio y de la ignorancia, donde la filosofía era esclavizada por la teología; un momento, también, donde todo olía a corrupción en Madrid y en las Españas… que nos hace trasladarnos hasta nuestro tiempo, otra vez la putrefacción’.
Quevedo ha sido imitado por muchos queveditos en los siglos posteriores, a dios rogando y con el mazo dando, criticando mucho y aportando poco, cargando las tintas en comparaciones odiosas para seguir fomentando un absurdo complejo de inferioridad, un negativismo estéril que impide fructificar al trabajo humilde, mediano y correcto, mezcla de aciertos y defectos, que forma un país, una nación, una sociedad y una gente tan respetable como las demás y tan criticable como ellas.
Dicho todo lo cual con el máximo respeto, hablemos de lo bueno que el montaje tiene, una notable puesta en escena apoyada en un experimentado equipo. Cierto es que destaca el poderoso influjo de aquel Marat-Sade y otros trabajos de Peter Brook; cierto que en la pantalla superior el vídeo (gracias, Bill Viola) se apodera a menudo del interés superando lo que ocurre en el escenario inferior; cierto que la heterogeneidad de músicas es excesiva y confusa, por más que coexistan Monteverdi y Béla Bartók. Pero la espectacular puesta en escena es el mayor atractivo de la propuesta, con un vestuario excelente y una iluminación encomiable.
Menos entusiasmo nos despierta la dirección actoral del elenco, en el que se hecha en falta un trabajo más profundo, y se agradecería menos recurso al recitado enfático y la gesticulación sobrevenida. No nos convenció en absoluto Juan Echanove, demasiado doliente desde el inicio, tan sufridor, tan llorón, tan gritón, tan excesivo. Y el resto del reparto vino a secundarle por esa ruta grotesca y esperpéntica en la que parece que dramaturgos y público encuentran la mejor de las comunicaciones. Recurrir a la estética de Javier Gurruchaga en sus gloriosos tiempos de la Orquesta Mondragón, como hace Óscar de la Fuente, resulta infumable. De las muecas de Antonia Paso, pasemos. Lucía Quintana y Ferrán Vilajosana juegan con mayor mesura. En general, los personajes metafóricos resultan pavorosos y destaca Marcos Marín en sus más discretos personajes históricos entre comillas, pues de los verdaderos Osuna y Villena no quedan ni las raspas.
El equipo Vera-Collado-Echanove-y-cía ha querido repetir el éxito de noviembre de 2015 con Los Hermanos Karamázov de Dostoyevski en el Centro Dramático Nacional (ver nuestra reseña de entonces). Pero entonces no hubo discurso añadido y ahora, sí; entonces se trataba de la adaptación de una novela, siempre más fácil que la de estos quevedianos autos sacramentales laicos. Entonces, se fue más respetuosos que ahora; más modestos, diríamos. Repite la mayor parte del reparto y parece otro. Hay un error de enfoque que condiciona el montaje y quizás hay algo de suficiencia, exceso de confianza y carencia de exigencia.
Una coproducción que no ha regateado gastos, de factura formal apreciable pero de contenido muy discutible teniendo en cuenta que viene avalada por esa CNTC, que ya no sabemos si sigue siendo una Compañía o o si va para Centro, mero gestor del dinero público. Con el consabido entusiasmo de estas ceremonias vacuas en que se han convertido los estrenos teatrales, estos Sueños encaran un mes de funciones que seguramente será un éxito de crítica y público y verá e cartel de agotadas todas las localidades.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 6
Versión, 6
Dramaturgia, 7
Dirección, 6
Interpretación, 6
Escenografía, 8
Vestuario, 8
Iluminación, 8
Vídeo, 8
Música, 5
Producción, 8
Documentación para los medios, 8
Programa de mano, 8
CNTC
Teatro de la Comedia (C/Príncipe, 14)
Sueños
A partir de Los Sueños de Francisco de Quevedo
Versión libre de José Luis Collado
Dramaturgia y Dirección: Gerardo Vera
Del 7 de abril al 7 de mayo de 2017
REPARTO (por orden alfabético):
Quevedo: Juan Echanove
Diablo/Cardenal: Óscar de la Fuente
Osuna/Villena: Markos Marín
Portera/Envidia: Antonia Paso
Aminta/Enfermera: Lucía Quintana
Muerte/Doña Fábula: Marta Ribera
Judas/Hombre/Negro: Chema Ruiz
Doctor/Carne: Ferrán Vilajosana
Montalbán/Mundo/Desengaño: Eugenio Villota
Principessa/Viejo/Dinero: Abel Vitón
Movimiento escénico: Eduardo Torroja
Video-escena: Álvaro Luna
Montaje musical: Luis Delgado
Vestuario: Alejandro Andújar
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Escenografía: Alejandro Andújar/ Gerardo Vera
Coproducción: CNTC / La llave maestra- Traspasos Kultur
Funciones: miércoles a sábado: 20 h. martes y domingo: 19 h. Lunes descanso
Precios: de 10 a 24 €.