No se dan importancia y se ríen de quien se la da pero huelen de lejos a quien la tiene y se la dan
(Manuel Mandianes, antropólogo).- Los campesinos no hablan, no porque sepan que quien sabe guarda silencio, sino porque le sale. Conocen lo permanente de lo que cambia y la armonía del caos; conocen el mundo sin viajar, distinguen sin mirar, ven lo menudo y aprecian en lo justo lo desmesurado.
El ciudadano (de ciudad) que sí visita a los campesinos con animo de ver, escuchar y aprender volverá la ciudad más ignorante, no porque no haya aprendido cosas sino porque habrá descubierto cuánto ignora del mundo, de la complejidad de las cosas sencillas.
Los campesinos saben que, en principio, nadie ni ninguna cosa amargarán la vida a nadie, si tu no se la amargas a ellos, que quien dice saberlo todo es porque desconoce el montón de cosas que ignora, que la prisa nunca es buena y que contra el estrés la mejor medicina es la calma; que con paciencia se vence sin luchar.
Responden sin hablar y viendo, mirando, observando, aprenden a cultivar la tierra sin que nadie les enseñe como se hace. «Los ciudadanos (de ciudad) no nos entienden porque nuestras razones no son dialécticas sino experiencias y saberes de nuestros antepasados que nos han llegado por la tradición».
Los campesinos fracasan pocas veces porque no estiran el pie más que lo que da la manta; es decir, no suelen gastar lo que no tienen. Además sólo actúan cuando llega la hora y las circunstancias lo permiten. No se dan importancia y se ríen de quien se la da pero huelen de lejos a quien la tiene y se la dan. Saben que las cosas difíciles empiezan por lo fácil y las fáciles por lo difícil; también saben que «Pelear contra lo que no depende de nosotros es del género idiota».
