Además de toros y vacas, los motivos para satisfacer y complacer a los necesitados de ocio, son muchos y variados, con capacidad para mantener y acrecentar el interés por las fiestas, obligada cita familiar y social, y reconfortante meta y destino
(Antonio Aradillas).- Pueblos y ciudades de España se revisten de sus mejores, y aún típicas galas, durante estos días del año, y se echan festivamente a la calle, por lo que el tema merece de sagradas y profundas reflexiones, de entre las que en esta ocasión destaco las siguientes:
La mayoría de estas fiestas tienen fundamentos religiosos y las justifican motivos y recuerdos familiares y sociales, acrecentados y actualizados con los desplazamientos y visitas de tantos «forasteros». Pero, ¿son y las hacen de verdad «religiosas, manifestaciones tales como las procesiones, misas solemnes con el correspondiente y contratado «orador sagrado», y la presencia ritual de las «autoridades militares, civiles, políticas y eclesiásticas?. ¿Les confieren autentica religiosidad los «ramos», el repiqueteo de las campanas, las romerías, los besapiés o besamanos, las velas, las coronas y montañas de flores dedicadas al Cristo, a la Virgen o a los santos y santas, los cumplimientos de promesas y los fervorosos cánticos dedicados al Santísimo Cristo de la Reja o del Humilladero, a la Virgen de Flores o «a san Fermín, a quien pedimos, por ser nuestro patrono, nos guíe en el encierro, dándonos su bendición»?
La religiosidad de estas fiestas populares está hoy más que cuestionada, necesitada de de actualización y reforma litúrgica y para- litúrgica. A muchas de ellas apenas si las distingue el color rojo, o azul de las casillas den los calendarios generales o particulares. Más que a los santos, Cristos y Vírgenes, dan la infeliz impresión de estar consagradas a Baco, a Venus o al dio Pan. Los llamados «desfiles procesionales» conducen con mayor frecuencia a los chiringuitos, salas de fiestas y a tantos otros lugares en los que «manadas» de desenfrenados aspirantes a brutos cuadrúpedos comenten multitud de atropellos.
La profanación de no pocas fiestas populares, es un hecho indecente e innoble, merecedoras algunas de ellas de ser transportadas a fechas distintas y con otras denominaciones que reflejen su identidad verdadera en consonancia con la idea e intereses de sus promotores, consentidores y financiadores municipales, o profesionales del sector o ramo.
A las fiestas populares, generadoras y proporcionadotas de buenas dosis de ocio para la diversidad de consumidores y usuarios -chicos y grandes-, les faltan porciones mayores de cuanto es y supone la cultura en su rica pluralidad de versiones. Conservando sus tipismos tradicionales, con explicación e información acerca de ellos, sus máximos responsables han de aportar ingentes cantidades de imaginación, con el fin de que a la irracionalidad y los medievalismos den paso al progreso hoy inventariado en tantos órdenes de la vida.
La actualización de la imaginación de los organizadores habrá de instarles a que la cultura- cultura supere a cuantos capítulos y episodios forman y conforman los «tradicionales programas de ferias, fiestas y festejos en honor del santo patrono». Por supuesto, que curas y obispos habrán de ejercitar su imaginación para que, sin enemistar la religión con los actos festivos, unos y otros se enriquezcan y relacionen entre sí, en beneficio del pueblo.
Sería lamentable que precisamente los toros fueran, y tuvieran que seguir siendo, capítulo único o principal en todos, o en la mayoría, de los referidos programas de festejos populares. Además de toros y vacas, los motivos para satisfacer y complacer a los necesitados de ocio, son muchos y variados, con capacidad para mantener y acrecentar el interés por las fiestas, obligada cita familiar y social, y reconfortante meta y destino de aspiraciones turístico- viajeras.
Beber hasta no poder más y sea posible conducir y conducirse, atracarse de «Pan», es decir, de alimentos típicos o no, del pueblo o de la comarca – fiestas báquicas o lupercales-, ni es, si será, esquema ideal de fiestas populares religiosas, como tampoco lo será la puja generosa de los varales de la imagen del santo o de la santa, para su devota y triunfante procesión por calles y plazas.
En el marco de las procesiones, toques de campanas, coronas de flores y misas solemnes, habrá de tenerse en cuenta que a las motivaciones cabalmente religiosas jamás se las podrá enclaustrar entre los muros de los templos, santuarios o ermitas. No estaría de más que también el clero se hiciera presente y participara de alguna manera, con los ciudadanos, feligreses o no, que constituyen la comunidad popular en fiestas.
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