Curro Romero, académico en Sevilla

(PD).- El nombramiento de Curro Romero como Miembro de Honor de la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, hoy en Sevilla, ha resultado una inagotable fuente de citas que glosan el toreo.

Referencias múltiples a la relación de la actividad en el ruedo con las bellas artes, en los tres discursos pronunciados, de menos a más en extensión, a cargo de la presidenta de la corporación, Isabel de León, marquesa de Méritos; del propio distinguido, Francisco Romero López, Curro Romero; y, sobre todo, del vicepresidente de la Academia, Juan Miguel González Gómez, al contestar al torero.

La introducción del acto, con delicado fondo musical mientras el organista de la catedral, José Enrique Ayarra, leía una advocación mariana a través de las súplicas a Santa Isabel de Hungría, fue definitivo para perfilar el ambiente en la sala, de clima tan elegante como extremadamente ceremonioso.

Ahí fue donde Curro puso el toque de naturalidad y grandeza, hablando con el corazón fuera del protocolo al describir los momentos antes de que el vicepresidente y el secretario general de la Academia fueran a buscarle fuera de la sala para conducirle al estrado.

«He temblao más que cuando iba pa la plaza a toreá», recordó después de ese singular paseíllo, luciendo el preceptivo chaqué y una sonrisa amplia y franca, provocando la primera gran ovación de la mañana.

Fue cuando Curro se salió también del guión para advertir que «me vais a perdonar que estoy muy nervioso. Y es un problema. Porque está claro que estos no son mis ‘avíos’. Quiero que me perdonen y que me echéis un capotillo, eah».

Y ya al enfrascarse en la lectura preparada aludió a «Juan Belmonte, que decía que se torea como se es, y a Pepe Luis Vázquez que dice que se torea con la cabeza».

Curro fue breve, pero sentido y elocuente, utilizando frases con mucho contenido. Y en sus palabras, una inquietud constante, «de agradecimiento a los que hacen posible la continuación este arte».

En la intervención de la presidenta de la Academia, la marquesa de Méritos, otra reflexión al hilo de las palabras del poeta en el sentido de que «hasta que el pueblo no canta las coplas, coplas no son».

Y hace ya algún tiempo que el nombre de Curro Romero sonaba a copla envuelta en mito.

Del extenso discurso del vicepresidente González Gómez, la sorpresa del latinajo en el introito, en cierto modo justificación de tan particular escena y situación: «Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi» (La justicia es un firme y constante deseo de dar a cada uno lo que le es debido), cita textual del emperador Justiniano en su obra «Las Instituciones».

Y muchas alusiones en el relato biográfico y profesional, como el brillante titular del reputado crítico taurino Vicente Zabala cuando Curro «paró los relojes de los gitanos en el Albaizyn», en el Corpus granadino de 1973.

La misma explicación que da Curro de su vinculación con Sevilla sin haberse preocupado de tal situación: «no me he preocupado ni de cómo sea Sevilla o cómo sea la gente de Sevilla, ni de lo que quiera Sevilla. Yo me he dado tal como soy (…). Pero desde el mismo debú con picadores, a mí me parió Sevilla como torero». Una autoridad en tauromaquia, José María de Cossío, definió a Curro como «torero por la gracia de Dios».

Su biógrafo, Antonio Burgos, resume también su arte con un «Curro no da muletazos: pinta carteles de toros, que no es lo mismo. En la escultura, aquel desplante al toro ‘Flautino’ de Gabriel Rojas que el también académico Sebastián Santos lo supo ver y lo llevó al bronce, porque aquello no era un desplante, era una escultura. Y en cuanto a la música, las faenas de Curro la llevaban dentro, haciendo verdad el verso de aquel otro gran aficionado que fue Gerardo Diego: «Escultura de música en el tiempo».
A propósito de la musicalidad del toreo currista, inevitable la cita de Bergamín en «la música callada del toreo»: «cante y canto es el toreo:/ es cante en Rafael de Paula/ y canto en Curro Romero».

Otro gran teórico taurino, el Conde de Colombí dijo que «su arte posee lo que en al argot flamenco se llaman ‘duendes’, emocionándonos con sus ‘pellizcos’, que llegan a lo más profundo del alma». El mismo Curro definió muy bien ese arte en unas recientes declaraciones al diario «El País»: «entiendo el toreo como una caricia».

Por último, en el aliento literario de los discursos se adivinaba la larga mano del autor, citado en una de estas intervenciones como ha sucedido en otras ocasiones de la reciente historia de la literatura cuando un gran escritor presta su pluma a un artista no menos grande.

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