Los vida de Tonya Harding y la historia de la despreciable agresión a Nancy Kerrigan por alcanzar la gloria deportiva

La historia atroz de Tonya Harding, la patinadora más odiada de Estados Unidos

"Nancy era una princesa y yo era un montón de mierda"

La historia atroz de Tonya Harding, la patinadora más odiada de Estados Unidos
Tonya Harding.

En su campaña para llegar a presidente por primera vez, Barack Obama advertía que no tenía la intención de «partir a ningún adversario con una barra de hierro para ganar», lo dijo en referencia a la patinadora artística Tonya Harding.

La mujer se convirtió en un emblema de la trampa en los Estados Unidos. A día de hoy es fuertemente repudiada en todo tipo de actividad, la razón es que en 1994 alguien de su entorno contratara a un sicario para que agrediera a su máxima adversaria, Nancy Kerrigan, para dejarla fuera de los Juegos Olímpicos de invierno en la ciudad noruega de Lillehammer.

La historia de Harding se hizo tan famosa que ya figura en varios libros, tesis de investigaciones en ciencias sociales, una ópera-rock y hasta en películas, al punto de que en la más famosa, la biográfica «I, Tonya» (Yo, Tonya), lanzada a fines de 2017 y dirigida por Craig Gillespie, la actriz australiana Margot Robbie, que interpretó su papel, fue nominada al Globo de Oro y al Oscar como mejor actriz, y Alisson Janey, en el rol de su madre, obtuvo el Oscar a la mejor actriz de reparto.

Algún crítico sostuvo con acierto que más allá de que haya quedado como malvada para la mayoría de los estadounidenses, no hay dudas de que la vida de Tonya Harding parece pensada para una película porque encaja perfecto con la parábola de los buenos y los malos, aunque los hechos no suceden porque sí, sino que tienen multiplicidad de causas.

Tonya Maxene Harding nació en Portland, Oregón, el 12 de noviembre de 1970 y fue criada por su madre, Lavona Golden, quien no lograba consolidar ningún matrimonio. Con Albert Gordon Harding iba por el quinto intento, pero tampoco prosperó porque su esposo salió espantado de la casa al comprobar las escenas de violencia verbal y física de su mujer hacia su hija ya desde muy temprana edad.

Tonya fue llevada a su primera clase de patinaje artístico a sus tres años y allí descubrió que en ese mundo, acaso, podría refugiarse de un hogar con demasiados problemas personales y económicos, al punto de ir dejando cada vez más la educación formal hasta abandonarla en la secundaria cuando cursaba su segundo año en la Milwauke High School para enfocarse en el patinaje, y luego dar exámenes de equivalencias.

En ese ambiente de miseria en el que fue criada por su arisca, antipática y mal hablada madre Lavonia, que entre otras cosas la tildaba de “fea”, “gorda” y “fracasada” y hasta le negaba ir al baño en los entrenamientos porque consideraba que pagaba sus clases para que no tuvieran interrupciones, Tonya buscaba desesperadamente escapar y entonces, en los escasos años con su padre, aprendió de éste a cazar, y mecánica automotriz y hasta intentó irse de la casa con él, pero no lo consiguió.

Ya entre sus 15 y sus 18 años, entre 1986 y 1989, fue escalando posiciones en los torneos nacionales de patinaje artístico hasta que ganó la competencia “Skate América” en 1989 y fue campeona de los Estados Unidos en 1991 con el primer 6.0 del evento otorgado a una única patinadora por mérito técnico.

Ese año, se convirtió en la primera mujer de su país que consiguió un triple Áxel (un salto con un giro de tres revoluciones y media, considerado el más difícil) en el programa corto, y la segunda en la historia, detrás de la japonesa Midori Ito, además de ser la primera en ejecutar con éxito dos triple Áxel en una sola competencia, y la primera en completar una combinación de triple Áxel con el doble toe loop (salto en paralelo).

En el Mundial de 1991 volvió a completar el triple Áxel aunque terminó segunda detrás de Kristi Yamaguchi y delante de Nancy Kerrigan. Fue la primera vez que un país se llevó el podio completo en este tipo de competencia de patinaje artístico.

Sin embargo, a partir de allí, Tonya comenzó a declinar en sus producciones y nunca pudo volver a repetir aquellos logros. Arrastraba un problema físico: sufría de continuas gripes y de asma y si bien su patinaje libre era poderoso, disminuía mucho su potencial en las figuras obligatorias.

En 1989, había decidido reemplazar a su entrenadora Diane Rawlinson, con la que venía trabajando desde muy niña, en 1973, para comenzar con Dody Teachman aunque regresó con la primera en 1992, cuando finalizó tercera en el campeonato de los Estados Unidos y cuarta en los Juegos Olímpicos de invierno de Albertville, en Francia, luego de torcerse en tobillo en una práctica. También fue segunda en el Mundial de ese año, aunque ya en 1993 no obtuvo buenos resultados en el torneo Nacional y entonces no se clasificó para el Mundial.

Una nueva oportunidad

En enero de 1994 tendría una nueva chance para clasificarse a los Juegos Olímpicos de invierno de Lillehammer y allí ocurriría la trama decisiva de su historia, cuando apareció en escena su rivalidad con otra compatriota, Nancy Kerrigan, que representaba todo lo contrario a ella y acaso eso le generó una animadversión mayor.

Si Tonya mostraba una imagen considerada por el contexto como menos femenina (flequillo despeinado, rostro muy marcado), lo que le impedía llegar a acuerdos publicitarios, sumado a que la indumentaria era cosida por su madre, Kerrigan representaba la fineza y la dulzura, la elegancia, con ropa a tono con un deporte que requiere destreza y buenos modales. Vestía maillots de Vera Wang y era imagen de corporaciones como Revlon, las sopas Campbell o Reebok.

Era la rivalidad perfecta para una telenovela que jugara con el imaginario colectivo: la bella y la bestia, el cisne y el patito feo. Lo describió la propia Harding en 2014, veinte años más tarde: «Nancy era una princesa y yo era un montón de mierda».

La agresión

Y esa rivalidad haría eclosión en los primeros días de 1994 cuando el 6 de enero, Kerrigan fue atacada en una sesión de entrenamiento para el Campeonato Nacional de Detroit por Shane Stant, quien había sido contratado por el ex marido de Harding, Jeff Gillooly, y su guardaespaldas, Shawn Eckhardt, para romperle la pierna derecha con el propósito de que no pudiera competir en los Juegos de invierno de Lillehammer.

Como Stant no encontró a Kerrigan en su pista de entrenamiento en Massachusets, la siguió a Detroit y al salir de la pista de hielo luego de una sesión de entrenamiento en Cobo Arena, encapuchado, se coló detrás de una cortina cercana en un pasillo y la golpeó tres centímetros por encima de la rodilla con un bastón telescópico de 53 centímetros de largo.

Una cámara de TV logró tomar el momento exacto de la agresión, que fue repetido hasta el cansancio y generó una gran conmoción, mientras Nancy Kerrigan gritaba “¿por qué?, ¿por qué yo?”, y su padre se la llevaba en brazos, vestida como un cisne, y así fue mostrada en los noticieros. Ese instante quedó registrado en la memoria del público. Era la trama perfecta que enfrentaba a los dos Estados Unidos, el más obrero, de dificultades económicas, y el próspero. Los que apenas llegaban a fin de mes y los acomodados.

Tonya Harding se había casado, a sus 19 años, con Gilloly con el que se conoció cuando apenas tenía 15, seguramente con el afán de escaparse pronto de la dura realidad de su hogar, pero el matrimonio duró tres años y fue demasiado tumultuoso, con palizas que él de daba, y una importante cantidad de reconciliaciones. Y no era entonces de extrañar que su ex marido participara meses más tarde de la separación, en este intento por quitar a Kerrigan de la competencia olímpica.

De todos modos, el plan no salió a la perfección, y como si fuera parte de una película con buenos y malos, la pierna de Kerrigan no se rompió aunque sí la obligó a retirarse del torneo nacional en la que ya sin competencia al mayor nivel, Harding fue campeona, pero la decisión del jurado fue dejar vacante el título y de todos modos, invitar a Kerrigan –que se encontraba internada en el hospital- a participar en los Juegos de Lillehammer.

De esta forma, la patinadora que había quedado segunda en la competencia nacional, Michelle Kwan, se quedó sin chances de representar a los Estados Unidos al haber dos plazas para los Juegos noruegos. Esto significaba que en poco tiempo, las dos caras de la historia, Harding y Kerrigan, competirían bajo la misma bandera en terreno olímpico.

Esas cuatro semanas entre la competencia estadounidense y los Juegos de Invierno fueron frenéticas. Los medios desplazaron todos sus recursos para cubrir la información porque la historia había calado hondo en los Estados Unidos.

Ya recuperada, Kerrigan acentuaba su victimismo al señalar que «nunca llegaré a comprender por qué me hicieron esto, porque no soy capaz de pensar de forma tan retorcida», mientras que Harding practicaba en pistas de hielo gratuitas en centros comerciales porque, pese a ser la número uno del país, seguía sin conseguir auspicios.

Los entrenamientos estaban atestados de gente con curiosidad por ver de cerca a las protagonistas y Harding suplicaba que creyeran en ella y en su inocencia, enfrascada en una investigación judicial por la que su ex esposo Gillooly se terminó declarando culpable el 1 de febrero, cuando aceptó testimoniar contra Harding.

Tanto él como Eckhardt. Stant y Derrick Smith, chofer del auto en el que escaparon, fueron detenidos y a Eckhardt le dieron 18 meses de cárcel por extorsión, pero fue liberado cuatro meses antes de salir, en septiembre de 1995.

Si Eckhardt fue detenido es porque iba alardeando de haber sido quien agredió a Kerrigan y se auto denominaba líder de la pandilla “The Hit Team” (“El Equipo del Golpe”), que se registraba en hoteles con los nombres reales de sus integrantes y pagaban con tarjetas de crédito registradas con sus nombres. La policía tardó apenas unos días en detenerlos y todos coincidieron en señalar a Harding como el cerebro de la operación.

En esas semanas de preparación, muchos periodistas hicieron de todo para obtener información de las dos competidoras: pincharon sus teléfonos, llamaban a la grúa para que se llevara el coche para que salieran de sus casas o tocaban permanentemente sus timbres con tal de tener sus declaraciones, ante un país expectante.

Mientras tanto, el Comité Olímpico estadounidense invitó a Harding a retirarse de los Juegos de Lillehammer ante las crecientes sospechas de que ella había sido la artífice del ataque, pero ella sólo respondió amenazando a la entidad de iniciarle un juicio por 10 millones de dólares aduciendo que no había sido acusada formalmente y que no había pruebas fehacientes en su contra.

Ya en Noruega, las dos patinadoras nunca se dirigieron la palabra y no parece casualidad que Kerrigan utilizara para los entrenamientos el mismo maillot que vestía cuando fue agredida. Era toda una declaración de intenciones, mientras 400 periodistas estadounidenses se acreditaron para presenciar la competencia.

La final entre Harding y Kerrigan fue vista por 48,5 millones de estadounidenses y resultó el tercer evento deportivo más visto de la historia del país. Y todavía quedaba reservado el lugar para otra escena de película, aunque en la vida real, porque parecía que Harding no se iba a presentar. La estaban llamando por megafonía, que repetía insistentemente su nombre, pero ella no aparecía. Quedaban 30 segundos para ser descalificada pero ingresó justo en el último segundo, comenzó a realizar sus ejercicios y se puso a llorar. Entonces, explicó a los jueces que lo que ocurría es que tenía una bota rota y aunque le permitieron arreglarla, recibió un fuertísimo abucheo del público. Al regresar, no tuvo un gran desempeño.

Todo lo contrario ocurrió con Kerrigan, la “buena” de la película, que brilló con unos movimientos perfectos que recibieron una ovación, y aunque era la favorita a ganar, quedó segunda detrás de la ucraniana Oksana Baiul, lo que fue resistido por el público que acusó a los jueces de tener todo organizado contra la delegación de los Estados Unidos, por el mal manejo de la situación interna entre las dos patinadoras de la delegación.

La cuestión es que mientras Kerrigan subía al podio, Harding quedó apenas octava y cuando regresó a los Estados Unidos, se declaró culpable de obstruir a la Justicia en la investigación del caso y, aunque dijo que desconocía detalles de la planificación del ataque, los descubrió después de los hechos pero se los ocultó a la policía. The New York Times sostuvo que lo ocurrido el 6 de enero de 1994 fue “uno de los mayores escándalos de la historia del deporte” del país, en tanto que Kerrigan fue tapa de revistas como Time o Newsweek.

Harding recibió tres años de libertad condicional, le asignaron 500 horas de servicio comunitario y 100.000 dólares de multa, y también debió aceptar retirarse del Campeonato Nacional de Patinaje Artístico de 1994 y renunciar a la Asociación de Patinaje Artístico de EEUU. Por su parte, la USFSA (US Figure Skating Asociation) hizo su propia investigación y el 30 de junio –el mismo día que saltaba el doping positivo de Diego Maradona en el Mundial de fútbol, también en territorio estadounidense- le quitó el título y la suspendió de por vida para participar en sus eventos tanto como patinadora como entrenadora.

La USFSA concluyó que Harding sabía del ataque antes de que ocurriera y sin embargo “mostró una clara indiferencia por la justicia, el buen espíritu deportivo y el comportamiento ético” y aunque la USFSA no tiene injerencia sobre eventos de patinaje no competitivos también se convirtió en persona no grata en ese ámbito porque nadie aceptaba competir con ella, aunque tras su caso hubiera un boom del patinaje sobre hielo.

En su autobiografía de 2008, “The Tonya Tapes” (las cintas de Tonya), reconoció que quiso contactar al FBI para revelar lo que sabía, pero decidió no hacerlo porque supuestamente su ex marido la amenazó de muerte tras una violación en grupo, pistola en mano y junto a otras dos personas que ella no conocía. Él luego se cambió el nombre de Gillooly a Jeff Stone y calificó las acusaciones de violación como “absurdamente ridículas”.

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