La Iglesia, esa organización milenaria que ha explotado como nadie a lo largo de los siglos las debilidades humanas, la pobreza y la enfermedad, que ha gestionado como nadie el miedo, el desamparo y la ignorancia, que ha sangrado al personal y a las instituciones en el ofrecimiento de un supuesto más allá, lo que le ha llevado a formar incluso un Estado (de este mundo), la única dictadura teocrática que queda en Europa en cuyo gobierno además están vedadas las mujeres, y aun así tiene a estas entre sus más fieles seguidoras, que ostenta el mayor patrimonio de la humanidad (son datos), y aun así tiene en los pobres también a sus más fieles seguidores, y aunque en un prodigio de hipocresía dice dar preferencia a pobres y mujeres, sigue por la conocida senda de inventarse lo que sea con tal de incrementar su poderío, tanto económico como de seducción, a costa de cargarse cualquier verdad, ya sea histórica, reciente o simplemente irrefutable y seguír viviendo opíparamente del cuento toda su cúpula de dirigentes (cardenales, arzobispos u obispos).
El catolicismo, ese cisma del cristianismo (1054), a su vez otro cisma con origen en el judaísmo (mediados del siglo I), religión creada por los discípulos de Saulo de Tarso, amparados en sus elucubraciones sobre la figura de Jesús, un judío entre los muchos que entonces en Jerusalem anunciaban el fin del mundo, a quien no conoció y de quien se inspiró a partir de supuestas apariciones, resultado de un traumatismo sufrido debido a la caída de un caballo, para hacer extensivo a todos los “gentiles” el mensaje de Jesús, montando así el tinglado a nivel mundial (la salvación al alcance de todos), cuando aquel solo predicaba para los suyos, los judíos, el pueblo elegido, y en el ánimo de prepararlos para un inminente fin del mundo (una más de las incumplidas profecías judías), sin otras pretensiones, sin haber dejado nada por escrito, con escasamente una cincuentena de seguidores y sin que con anterioridad a Saulo nadie hubiese escrito nada de forma directa sobre su persona (si lo hizo el historiador Flavio Josefo sobre un hermano de Jesús), sembró la semilla de lo que hoy constituye la religión que aun profesan alrededor del 17% de la humanidad.
Entre los múltiples inventos del catolicismo figura lo de la tumba del apóstol Santiago, anunciada ya por el beato de Liébana en sus elucubraciones sobre los supuestos viajes de Santiago a Galicia, de gran éxito en su momento debido a necesidades de expansión de la propia iglesia, en una sociedad en la que no creer lo que esta ordenaba podría suponer poco menos que la hoguera o la tortura, aunque en ello entrara el dar por cierto que el cuerpo de Santiago, de quien se sabe por lo narrado en los Hechos de los Apóstoles que murió en Jerusalem, se trasladó desde allí a la desembocadura del rio Ulla en un viaje de 7 días (a toda pastilla) siguiendo camino a lo largo del rio en una barca !de piedra!, hasta las inmediaciones de Santiago, donde se depositó sobre una losa que se reblandeció convirtiéndose en un sepulcro, posteriormente trasladado por unos bueyes hasta el Pico Sacro, donde colocaron las reliquias en un arca de mármol. Posteriormente un ermitaño llamado Pelayo, oyó en el bosque unas voces y vio unas luces de un lugar en donde encontró una tumba que posteriormente Teodomiro, obispo de Iria Flavia, decidió, porque le salió de allí, que eran los restos del apóstol Santiago, cerrando así el circulo iniciado por el beato, consiguiendo que de repente se descubriese, a miles de kilómetros de donde se supone que murió, sin prueba alguna que mínimamente pudiera ser creíble, en una época en la que hacer tal viaje, en un barco que flotase, suponía una heroicidad reservada a casi nadie, los restos del apóstol Santiago.
Con ello se conseguía el tercer punto de peregrinación importante para la Iglesia, ya que Europa pasaba a tener la referencia oriental en Jerusalem, la occidental en Santiago y la central en Roma, lo que le permitía abarcar las rutas de Europa entera y extender así un poderío asentado en las distintas iglesias y conventos a situar en los caminos, constituyendo con ello una red de dominio nunca igualado en la historia europea.
Ya a día de hoy, en el campo de la explotación económica de sus supuestos milagros, la Iglesia sigue encontrado en el turismo que hoy supone “el camino”, un filón inagotable.
Es tal el ensimismamiento de los puestos, o supuestos peregrinos que, al igual que en materia política, les da igual la chapuza desde la cual se sustenta todo el invento. Dejando aparte la cuestión de fondo en cuanto a la supuesta tumba, lo del camino en si, visto desde la objetividad, resulta poco menos que grotesco.
A día de hoy, la cantidad de “caminos” que se han ido inventando para que todos pudieran tener acceso y hacer del recorrido una senda de explotación económica, resulta ya incontrolable. Al igual que se hizo en su momento con Jerusalem y con Roma, hoy preguntando se llega a Santiago de Compostela desde cualquier lugar convertido en un nuevo “camino”, y lo grave es que así y todo, hay que preguntar.
El último camino inventado en Galicia, de gran éxito comercial, ha resultado ser el llamado “camino por la costa”, desde La Guardia, en la desembocadura del Miño, a Compostela, aunque al parecer no se tiene noticia de nadie que a lo largo de la historia hubiera hecho ese camino… que más da (non e vero, ma e ben trovato). Pasa por Bayona e incluso por Vigo, aunque su alcalde, en pelea constante con todo y con todos, y en mayor medida con el presidente de la Xunta, a quien ha declarado enemigo de la ciudad (busca un enemigo común, adjudícale todos los males, y alcanzarás la gloria), se niega a colocar las indicaciones pertinentes que indiquen el transcurrir del supuesto camino por la ciudad olívica (tiene un olivo), confundiendo teóricamente al personal, para así retenerlos algo más en la ciudad y chupar, como todos, un poco más de la teta compostelana.
Como no hay invento sin símbolo, aquí hemos escogido la muy gallega vieira, un invento que aunque nada tenga que ver con Santiago el personaje, si está el asunto bastante logrado si se sabe entender, aunque a la luz del éxito obtenido, les interesa muy poco que la gente entienda nada, como ha sido habitual a lo largo de los siglos.
La concha de la vieira, aparte de poder comer y beber en ella (plato y vaso a la vez), dispone de un núcleo lateral al que confluyen toda una serie de radios. Ese núcleo es Santiago de Compostela y los radios son los distintos caminos, lo que facilita no solo indicar que por ahí pasa el supuesto camino, sino incluso la dirección hacia la meta final si se ha colocado adecuadamente, siempre en dirección al núcleo lateral de la concha que nos ocupa.
Hoy, en cada kilómetro podemos encontrarnos unas cuantas conchas, cada una colocada a su aire, unas mirando hacia un lado y otras a continuación hacia otro, lo que en muchos casos ha obligado a colocar paralelamente una flecha cuando no solo no hacía falta alguna, sino que con ello perdemos gran parte del acierto de haber escogido una vieira como símbolo, y no un pulpo, una nécora o un percebe, aunque también estos suelen ser referencia, pues a la vera del camino la venta de pulpo o marisquiño está a la orden del día, algo que al parecer el apóstol, allá en su Jerusalem de referencia, devoraba como un poseso, siempre claro esta, agradeciendo al altísimo los humildes alimentos para el sustento del cuerpo.
La duda está en conocer la paternidad del desaguisado. ¿Será que el “responsable” de señalar el camino no se ha enterado del símbolo en cuestión y de lo acertado de su significado?. ¿Será que no lo ha transmitido a los currantes de turno encargados de plasmarlo en paredes, muros, suelos, arboles o cualquier elemento de sustentación?. ¿Será que les trae al pairo, que les importa un huevo, o que “que más da, que me da lo mismo”?. Lo que ya resulta chocante es que los mercaderes del templo, allá donde proliferan todo tipo de abalorios al uso, son capaces de venderte un azulejo con la concha mirando a un lado y debajo una flecha en paralelo, junto con otro azulejo similar en el que la flecha mira ya hacia el lado contrario. ¿En qué quedamos?. ¿También todos los caminos conducen ya a Santiago?.
Curiosamente vivo en Tui, el mayor, más desconocido y abandonado casco histórico de Galicia tras Santiago (curiosamente la mayoría de los “peregrinos” pasan de conocerlo), entre otras cuestiones porque no hay dios que aparque, gran parte está en ruina y a ninguna de las Corporaciones locales les ha interesado nunca su revitalización, ni siquiera su rehabilitación o recuperación, una de las ciudades por la que pasa uno de los múltiples caminos. Concretamente resido en el casco histórico y con mayor concreción a la vera del camino, donde en unos metros coinciden señales de todo tipo de las mencionadas, y donde la pregunta del mochilero (hoy se puede contratar que el equipaje te lo lleven en furgoneta), a la par que la de ¿dónde me sellan la libreta de peregrino? (lo importante no es vivirlo, sino demostrarlo) es inevitable.
¿Por dónde va el camino?. Que más le da, por donde usted quiera, hoy en día todos los caminos conducen a Santiago, y si no le gusta, como la ideología de Marx, don Groucho, hacemos otro a su gusto. ¿Valdría de algo explicarles el sentido de la vieira, sino el despistarles todavía más, el alejarles del camino que les marcan?. En general entienden mejor que les expliques donde las preparan cojonudamente, aunque eso, históricamente, nadie mejor que el clero para saberlo.
Caminante, son tus huellas el camino, y nada más. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar… el resto, puro populismo.