En Estados Unido es frecuente encontrar personas que han convertido su viejo coche de gasolina en eléctrico en el jardín trasero de su casa, pero en España no es tan fácil.
Para empezar, es necesario homologarlo por un precio que no baja de los 25.000 euros. Como es lógico, por mucho que nos ahorremos en la conversión en sí, sumar ese coste lo convierte en algo prohibitivo.
También existen iniciativas y empresas como Ecoche, que transforman coches de combustión en eléctricos, y que disponen ya de un plan para suavizar el coste de la homologación.
Se trata, simplemente, de juntar pedidos de conversión («unos 15 o 20») para que, de esta manera, los importes se diluyan entre cada unidad y se pueda abordar el proceso sin un desembolso desorbitado.
Aunque se habla de un «kit de conversión», que suele disponer de motor eléctrico, controlador, cargador de baterías… es necesario contar además con las propias baterías -y esto tiene una complicación que vamos a explicar ahora- pero, sobre todo, hay que ser muy cuidadoso con los pequeños detalles: el paso de cables de alta tensión, un buen aislamiento, y otros «minucias» como la eliminación del alternador, la adición de una bomba de vacío para el sistema de freno y más.
Volviendo al tema de las baterías, éstas han de ser diseñadas exclusivamente para el modelo que dispongamos para su conversión.
Dependiendo de cuál sea, la batería se ha de construir con unas dimensiones específicas y ha de estar diseñada para conservar el reparto de pesos original del vehículo.
Otro punto de especial dificultad es la conexión entre la parte eléctrica y la caja de cambios, para la que no existen piezas específicas (hablamos del caso general) y hay que diseñarlas y fabricarlas, con el coste que eso conlleva.
En definitiva, y como concluyen desde el blog, sí es posible convertir cualquier vehículo con motor de combustión interna en un vehículo eléctrico, pero el proceso está aun en una etapa muy temprana de desarrollo, es complejo y es costoso.