El Tocadiscos de Biegler

Pablo G. Vázquez

El sobreprecio de la paz

La perversión profesionalizada del lenguaje es claramente uno de los males que aquejan a nuestra era contemporánea, y ello fundamentalmente porque la corrupción y depravación de las palabras instrumentaliza eficazmente el lavado de cerebro y el blanqueamiento de diversas atrocidades sociales. Y eso es algo muy poderoso.

Efectivamente, las palabras son algo más que meras y asépticas sumas / sopas de letras, son el vehículo de nuestros pensamientos, por consiguiente, y como dicen los psicólogos, condicionan nuestra cognición.

Precisamente por ello es fundamental preservar la honestidad intelectual haciendo respetar el lenguaje, y utilizando la palabra exacta para cada cosa.

Me explico: un chantaje es un chantaje y/o una coacción es una coacción, por mucho que queramos disfrazar los hechos subsumidos y ponerles otro nombre, como «negociación», «derecho a decidir» o «conversaciones políticas acaloradas en medio de un contexto social efervescente».

El problema que tiene el corromper el lenguaje es que, al negar la naturaleza real de las cosas y situaciones, no solamente nos auto engañamos, sino que (y lo que es peor), estamos «viviendo» una realidad que no se corresponde con la que en puridad percibimos, y eso, SIEMPRE, trae consecuencias, tarde o temprano.

Cuando aceptamos un chantaje y cedemos a una coacción normalmente lo hacemos porque buscamos el tan manido «que nos dejen en paz», y para ello nuestra cabeza se inventa una película justificativa en la que no faltan corrupciones lingüísticas varias tales como «hay un conflicto que hay que solucionar», «hay que pactar», o el clásico «esto no se soluciona con la ley, sino con la política».

¿Qué encubren realmente esos mensajes?: pues todo lo contrario a lo que reza su literalidad,  es decir, se nos está vendiendo la idea de que hay que plegarse al otro para que este otro nos deje en paz. Simple y llanamente.

Si ya esto de por sí es deleznable, el problema de estas posturas es que el chantaje no suele terminar con la cesión, al menos NUNCA CON LAS DOS O TRES PRIMERAS. El chantajista y coaccionador siempre pedirá más.

Por favor, cualquiera es libre de dejarse chantajear o dejarse coaccionar, pero por favor, llamemos a las cosas por su nombre, no aboguemos por la existencia de un conflicto que ni existe y que simplemente sirve de justificación «racional-mental» para nuestra salud y supervivencia última.

Lo contrario es pagar un precio por la paz que, como diríamos los juristas, no es cierto.

A cuidarse, meus.

P.

 

 

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Pablo G. Vázquez

Analista Investigador Derecho / Sociedad / Política / Economía

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