En octubre de 2017 dejé la práctica del yoga. He vuelto este mes de julio de 2019, esto es, 22 meses después. Durante estos casi dos años he vivido -y muy bien- a costa del capital de salud generado por la práctica continuada anterior, de octubre de 2014 a a octubre de 2017.
Fueron aquellos tres años en que mi cuerpo se tornó flexible, desaparecieron los brotes de ansiedad episódicos y mi peso- si bien no era el ideal- estaba contenido.
En estos dos últimos años mi columna se cimbrea menos, mantengo el hábito de subir las escaleras a pie pero ya resoplo más de la cuenta y, por encima de todo, mi estado de ánimo ha sido más bajo. Dejar el yoga fue ciertamente una apuesta perdedora.
(Ahora, tras tres clases en julio, he identificado tensiones insospechadas, he liberado mis cervicales de apreturas inverosímiles y mis lumbares se han visto ciertamente descomprimidas. Todo eso en tan sólo tres sesiones.)