El círculo de VIPs con el que sinceró el Rey fue clave para guardar el secreto

Los que estaban en el ‘secreto’, las maniobras, los tiempos y la clave de la abdicación del Rey

Desde que el 31 de marzo comunicó su decisión a Rajoy hasta este 2 de junio han pasado dos meses de confidencias y consultas

Ahora todo cobra sentido. El 31 de marzo de 2014, horas antes del funeral de Estado por Adolfo Suárez en La Almudena, el Rey y Mariano Rajoy se reunieron en Zarzuela.

Era uno de sus tantos despachos entre el jefe del Estado y el del Gobierno hasta que Don Juan Carlos le comunicó al presidente su firme voluntad de abdicar en su hijo Felipe.

Se trataba de una decisión que tenía tomada desde su 76 cumpleaños en enero -aunque la venía masticando desde mucho antes- y que, tras la muerte de su fiel compañero y aliado en la Transición, no quiso posponer más.

Ahora bien: había que esperar a que transcurrieran las elecciones europeas para no emponzoñar la precampaña. Pero antes del verano.

El jueves, 3 de abril, se lo comunicó también al líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, a sabiendas de que una transición tranquila pasa por la complicidad de los dos grandes partidos.

Y, en esos días, a unos cuantos y contadísimos elegidos más, entre ellos a José Luis Rodríguez Zapatero, a José Manuel Romay Beccaria -presidente del Consejo de Estado- a algún que otro empresario amigo y a su familia, incluidas sus hermanas. Que todos mantuvieran el secreto era importantísimo.

La semana siguiente el Rey inició una frenética gira por el Golfo que le llevó a Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán, Bahrein y Arabia Saudí. Nada en su comportamiento, cuenta a El Semanal Digital uno de los altos cargos que le acompañó, hizo a la delegación sospechar que era su despedida.

Es más, desbordaba energía y buen humor, recuperado de su última doble operación de cadera.

El Rey siempre se ha movido como pez en el agua por el Golfo Pérsico, precisamente la asignatura pendiente del futuro Felipe VI, cuyo punto fuerte es América Latina.

En los últimos años el heredero ha multiplicado su presencia y contactos al otro lado del Atlántico, hasta el punto de que la noticia le pilló volviendo de la toma de posesión del nuevo presidente del Salvador.

Ahora se sabe por qué, contrariamente al protocolo -algo nada habitual en él- abandonó el acto y medias y partió raudo al aeropuerto salvadoreño.

Lo que no se sabe aún, y tal vez nunca se sepa, es el porqué de esa puesta en escena, que hizo extender la sensación de que los acontecimientos se habían precipitado pese a ser una decisión tan meditada.

No tanto porque el Monarca grabara su mensaje a la nación el mismo lunes o por la comparecencia a matacaballo de Rajoy -si no se querían filtraciones había que evitar riesgos-, sino porque el sucesor se encontraba a miles de kilómetros. Y la Reina, haciendo las maletas para viajar a Nueva York.

Cambio generacional

Las palabras de Don Juan Carlos en ese mensaje a los españoles deben hacer reflexionar a la clase política. El Rey lo ha dejado claro: una nueva generación pide paso, y hay que dárselo en vez de ponerse en medio.

Que el Monarca haya sido el primero en entenderlo dice mucho en favor de quien ha sido acusado insistentemente de vivir de espaldas a la calle.

Renovarse o morir. El jefe del Estado no tenía alternativa si quería garantizar la supervivencia de una institución azotada por los escándalos. Don Felipe no es un cortafuegos, sino el único salvavidas posible.

Hace tiempo que el Rey dejó de resistirse a apearse del trono y lo asumió, y de hecho quienes este lunes hablaron con él destacaban la serenidad que rezumaba. La de alguien convencido de que toma la mejor de las decisiones.

Él lideró una transición, la de una dictadura de cuatro décadas a la democracia. Es a su hijo a quien le toca, por edad, liderar otra, la que asomó la patita en las urnas del domingo 25 de mayo.

Populares y socialistas están relativamente tranquilos, plenamente conscientes de la capacidad de Don Felipe para mantener anclada la Monarquía Parlamentaria.

 

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